
Oficios se resisten a desaparecer en Durango
Empezó hace más de 50 años en la sastrería. En mucho impulsado por su abuela pues "me dijo que tenía que aprender un oficio". Fue así como, a los 14 años, José Francisco López Silva llegó a la calle Zarco, donde comenzó y aprendió de sastrería.
No sabía nada de este oficio; sin embargo, recuerda que no sabía ni agarrar una aguja. Pero su maestro le enseñó los secretos detrás de las telas en tiempos en los que había varios sastres en Durango.

"Me puso a bastear, que es lo que permite que una solapa se doble y hacer gabeado, que es para que no se mueva la entretela, así inicié como ayudante de sastre". Un mundo del que desconocía todo; además, era una profesión que no le llamaba la atención. Sin embargo, le comenzaron a pagar y le gustó.
Aguantaba jornadas que iban desde las 6 de la mañana hasta las 11 de la noche. Hoy, 50 años después, sigue disfrutando de estar cosiendo. "Sabía hacer pantalones, chalecos y sacos, pero cuando le dije a mi jefe que yo quería ser maestro, que quería me enseñara a cortar, pero no quiso para no hacerle competencia, eso me disilusionó y fue cuando me salí".
Después estuvo por varios lados hasta llegó de vigilante al Cereso, donde descubrió el taller de sastrería y empezó a enseñar a los internos a hacer pantalones.
Sonriente, reconoce que "ahora sé cortar y hacer trajes, pero ya nadie los manda hacer". Para José Francisco, todas las tiendas nuevas llegaron con trajes más económicos, lo que empezó a dejar sin trabajo a los sastres. "Un traje comercial puede costar 800 pesos y uno hecho a la medida por un sastre puede valer hasta 5 mil pesos, ya son costos que la gente no quiere pagar".
Asegura que es una situación que al menos tiene diez años, desde que la gente ya prefiere comprar que mandarse hacer trajes. "Y también por el trabajo que implica hacer un traje que lleva alrededor de una semana en hacerlo". Salvo contados casos de personas que no encuentran algo a la medida en tiendas, recurren a él.
Actuamente se dedica a reparar ropa, bastillas o cierres, largos y anchos de pantalón. Una profesión que lo llena de satisfacción pero no podría vivir de la sastrería, po lo que tiene otro trabajo nocturno. Sin embargo, afirma que no se imagina sin estar detrás de las telas.
EL TIEMPO NO SE DETIENE
Los inicios de Gerardo Ávalos Mares como relojero fueron cuando tenía 13 años. "A mí me invitó un señor relojero y fui aprendiendo, el patrón me decía que desarmara máquinas y las volviera a armar".
Su historia está marcada por el año 1979, cuando empezó en un local ubicado debajo del Multifamiliar. Pero no fue sino hasta los 18 años que abrió su propio taller.

"En aquellos años yo conocía a todos los relojeros, ya todos grandes pero eran personas que tenían mucho conocimiento de los relojes antiguos como los de pared, de cuerda o de bolsa y tuve la oportunidad de adquirir ese conocimiento".
No obstante, conforme avanzaron los años, los relojes se fueron acabando y el oficio fue bajando "porque los a los jóvenes no les gusta 'chambear' como antes", señala.
En su caso, la clientela no ha bajado y asegura que tiene mucho trabajo, "a mí el reloj de cuarzo no me ha parado el trabajo y claro que también pongo pilas, cristales y reparo relojes de cuarzo".
Sin embargo, reconoce que en cuanto a los relojes digitales mantiene su distancia porque es un conocimiento que no tiene. Pero es un trabajo que le permite mantenerse a pesar de la popularidad de los celulares, "hay mucha gente que tiene personalidad con su reloj".
Recordó que, cuando tenía 18 años, en Durango eran alrededor de 40 relojeros y, a la fecha, sólo ubica a seis que siguen en este oficio.
Independientemente de los gustos de las nuevas generaciones por lo digital, considera que la decadencia de la profesión en Durango también puede deberse a que no se han implementado acciones por su preservación, "si hubiera algunas escuelas de relojeros o joyeros se pudiera abrir el campo, porque años atrás había una unión que se ha perdido".
LA MAGIA DE LA REPARACIÓN
En un pequeño local repleto de zapatos impares se encuentra don José. Muy cerca del bullicio del excuartel, este zapatero se resiste a dejar el oficio.
Desde hace más de 55 años se dedica a reparar zapatos y bolsos. Al preguntarle por qué eligió esta profesión, asegura que fue el destino. No es algo que viene de familia; más bien fue algo para lo que estaba destinado, menciona.
Bromista mientras repara unas botas cafés, don José recuerda que inició como zapatero cuando tenía 20 años; no habla mucho, pero sí reconoce que el panorama de entonces ahora es muy diferente.

Cada vez hay menos gente que acude a la reparación de su calzado en mucho, dice, "porque hay crisis". Para él, los altos precios de la canasta básica hacen que las familias opten por ajustar la comida y no reparar zapatos. Trabaja medio día, "ya nada más saliendo el chivo me doy por bien servido".
Los avances, las nuevas tecnologías, la producción y los gustos de las nuevas generaciones han ido desplazando algunos oficios en Durango. Sin embargo, existen personajes como Gerardo, José Francisco y don José, que se resisten a dejar de lado su oficio. Son artesanos que conservan las técnicas antiguas y realizan un trabajo único, de esos que ya no se ofrecen las tiendas modernas. Más allá de lo que hacen, se mantienen en pie por su vocación que los han forjado.
CADA VEZ MENOS
- Aguamielero
- Talabartero
- Vendedor de tierra
- Organillero
- Afilador
- Cartero
- Operadores telefónicos de información
- Reportero de medios impresos
- Vendedor de revistas y periódicos
Ya no es tan común ver a estos personajes en el centro de la ciudad; ya no hay aguamieleros como antes se veía.
La talabartería es un oficio artesanal que también se ha ido perdiendo con el paso de los años; cada vez hay menos trabajadores.
Cada vez vemos menos vendedores de tierra para macetas pues han surgido negocios grandes.
El trabajo del organillero se remonta al Porfiriato y a la Revolución de 1910. Su valor está en la tradición, y no tanto en su rentabilidad.


