Pierdo si te pierdo

Tú sí lo comprendes. Tú entiendes mejor que yo esto de amar sin amar.

Sabes las reglas de este juego, y yo, aún no las entiendo.

Igual y sé jugarlo, pero me gusta perder.

No puedo negar que tuve la suerte de principiante cuando comenzaste a jugar conmigo.

Pero también muchos dominan ya este arte de besar sin enamorarse y se ríen cada vez que me ven perder.

¿Perder? Creo, que confunden perder con perderse en tu boca.

Mientras siga besándote no tengo nada que perder.

Mientras siga teniendo tus labios, no tengo nada que temer.

Esa libertad es precisamente la que no termino por comprender.

Es amar sin karma.

Sin consecuencias.

Porque decir la verdad es amar con el alma.

Esa intensidad en la cama no corresponde con tu indiferencia en la calle.

Demuestras tu vasta experiencia cuando me sonríes de banqueta a banqueta sin que nadie se percate de ello.

El mundo puede estar lleno de tu odio hacía mí, pero mientras en mi recámara me aguarden tus abrazos desnudos, mi mundo está detrás de esa puerta.

Escucho advertencias buscando salvar mi alma. Escucho voces que dicen "Sólo juega contigo".

Nadie juega con nadie cuando hay consentimiento.

Tú ganas libertad, y yo, pierdo el tiempo en tu cama.

SOBERBIA (PARTE IV)

No soportaba las imágenes que creaba mi cabeza viendo a Raquel siendo ultrajada y utilizada como un objeto sexual por parte de su aún esposo.

Si la charla hubiera durado un par de minutos más, mi resistencia habría cedido y me hubiera obligado a entrar para destrozarle la cara a este imbécil.

En cuanto calló, una voz de mando se escuchó hablar de inmediato. Al parecer yo no era el único harto de escuchar esas valentonadas.

El portador de aquella voz era Mohamed-Abdul, un estratega militar muy poco valorado por el Califato.

El pueblo Nazarí, siempre pensó que, si Mohamed hubiera estado al frente del ejército, no sólo no hubiéramos perdido nuestras tierras, sino que, muy probablemente habríamos reconquistado mucho del territorio ibérico.

Aquella estruendosa voz imponía. La seguridad con la que se dirigía a los reunidos era casi hipnotizante.

Las anécdotas sexuales de Raciel pronto quedaron sepultadas bajo las palabras del militar, aunque no causó el mismo efecto en mi cabeza.

Escuchaba el plan de guerra mientras se mezclaban en mi mente escenas de Raquel desnuda haciendo el amor con Raciel.

Aunque muchas veces ella me juró nunca haber disfrutado sus encuentros, yo veía tan vivas las imágenes donde jadeaba y respiraba agitada

Eran tan vivas las escenas que no pude evitar sentirme extasiado y al mismo tiempo, avergonzado de mi mismo por sentir placer viendo a la mujer que amaba acostándose con otro hombre.

Intentaba despejar mi mente de esas imágenes. Me concentré en varías técnicas para no pensar en eso para dejar de sentir el nudo de celos atorado en mi estómago.

Nada funcionaba, hasta que, descuide mi postura, abalanzándome con violencia hacia el frente donde se encontraba la puerta.

Caí de bruces dentro de aquella habitación levantando una pequeña nube de polvo encima mío.

Me levanté lentamente sacudiendo mi ropa y llevando la mirada de un lado a otro.

Todos habían reaccionando poniéndose de pie y empuñando sus espadas.

-Perdón- Dije con tranquilidad a pesar de la situación. -Quiero unirme a ustedes-

-¿A nosotros?- Respondió el líder a quien había interrumpido estrepitosamente. -¿Y quienes somos nosotros?- Agrego con una sonrisa un tanto cínica.

No supe que contestar. Se supone que se trataba de un grupo secreto y que nadie en la ciudad sabía del motivo de sus reuniones.

No me quedó más remedio que confesar mi fisgonearía.

-Supe de ustedes por algo que escuché en el mercado y seguí a uno de los suyos hasta aquí, y he estado detrás de la puerta oyendo su plática-

-Yo te conozco- Dijo de pronto Raciel. La sangre se me fue a los pies. Su mirada penetrante se sentía como una sentencia de muerte.

CONTINUARÁ...