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Cambio de régimen

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JESÚS SILVA-HERZOG

Las democracias ya no mueren como solían hacerlo. No caen de pronto con un golpe de estado que suspende libertades, prohíbe partidos y cancela elecciones. No desaparecen con la imposición violenta de una junta militar. Las democracias de ahora mueren con votos. Lo hemos visto en muchas partes del mundo: gobiernos democráticamente electos emplean los recursos constitucionales para ir desmontando contrapesos e imponer un dominio sin restricciones. La corrosión puede ser lenta y pasar como una serie de medidas inofensivas, pero la ruta es bastante clara: se libra una guerra simbólica contra aquellos a los que se pinta como enemigos de la nación, se nulifican los órganos de control, se hostiga a la crítica, se colonizan las instancias de neutralidad, se deslegitima a la oposición. Debilitándose poco a poco, los contrapoderes se vuelven irrelevantes. El poder que surgió de los votos puede ya hacer lo que quiera. Es capaz de rehacer las reglas de juego a su antojo. No necesita pacto alguno para cambiar la constitución. No tiene consecuencia alguna el violarla. Así se instauran las autocracias electivas.

¿Qué avance ha tenido el proceso de autocratización en México? ¿Podemos decir que se ha dado ya un cambio de régimen? De acuerdo con algunas evaluaciones internacionales, nuestro país pasó hace unos años de una democracia defectuosa a un régimen híbrido: un sistema que preserva notas democráticas, pero en el que avanzan los rasgos autoritarios. Tras las elecciones de junio el panorama democrático es mucho más sombrío. Es probable que el oficialismo se haga del control de una mayoría suficiente para cambiar la constitución y que use ese impulso para constitucionalizar un predominio sin límites. Pero, independientemente de la suerte de la funesta reforma judicial, el avance autocrático parece innegable. Hay un nuevo partido oficial, un partido ligado a la estructura del gobierno que es, en muchas partes del país, el único plato en el menú. Como lo veíamos hace unas cuantas décadas, podemos recorrer ciudades y pueblos donde solo aparece la propaganda del partido gobernante. Y podemos ver también que los gobiernos peor evaluados no reciben el castigo de la alternancia.

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