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Este Día de la Salud Mental te cuento que así vivo mi depresión, como un perro negro

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Este Día de la Salud Mental te cuento que así vivo mi depresión, como un perro negro

Este Día de la Salud Mental te cuento que así vivo mi depresión, como un perro negro

JUAN MANUEL CÁRDENAS

Hay veces que el perro negro viene a visitarme. Nunca lo llamo pero siempre llega. Nunca le digo dónde estoy pero siempre me encuentra.

Sus visitas son esporádicas y por fortuna se va tan inesperadamente como llega. Todavía no entiendo qué es lo que lo hace acudir, porque sabe que no es bienvenido ni es deseado. Pero lo noto desde que cruza la puerta hasta que, muy campante, se sienta a un lado de mí. Nunca hay horario. Puede llegar lo mismo durante la madrugada y despertarme, acompañarme al trabajo, mientras desayuno con mi familia en fin de semana o nos quedamos dormidos juntos por las noches.

El perro negro nunca ladra. No fastidia, no deja pelos, no rasguña ni hace popó por todos lados. Pero su simple presencia es imponente y abrumadora. No puedo evitarlo porque parece estar adherido a mi sombra. No se va del todo, pero no siempre está.

A veces basta una simple canción, una película, un recuerdo, un mal día, una decepción, una pelea conyugal o un desplante de mis hijos y entonces aparece. Trotando, con la lengua de fuera y jadeando.

Su pelaje negro despeinado va a juego con sus cejas, que parecen cubrirle los ojos. Aunque en realidad nunca me atrevo a buscarle la mirada porque temo que si hago contacto visual con él ya nunca querrá irse. Y no quiero eso, es un visitante indeseado por todo lo que me hace sentir. Parece remanso e inofensivo, pero sé que puede llegar a ser mortal. Y tengo miedo por eso, ya varias veces he pensado en las formas de acabar con él. Eso me pone más triste.

No puedo esconderme del perro negro. Escucho sus uñas golpeando contra el piso cada vez que viene y cuando me sigue.

Desconozco a qué se debe su lealtad. Pero lo más probable es que no quiere dejarme porque lo sigo alimentando. A estas alturas ya mejor ni trato de buscar la explicación de sus visitas, porque todavía no encuentro la razón de una cuando ya lo tengo a un lado de nuevo.

He tratado de hacer memoria de cuándo y cómo lo conocí. Tengo recuerdos vagos y borrosos de haberlo visto de lejos en mi infancia, principalmente cuando mis papás peleaban y duraban meses sin hablarse, yo me sentía culpable y el perro me miraba como confirmando que así era. Pero sé que terminé por adoptarlo (¿o él a mí?) por ahí del 2011 tras un proceso de separación conyugal.

Fue cuando se volvió mi despiadado compañero inseparable. Por entonces el perro negro no llegaba solo, siempre venía con otros perros que tenían entre sí temperamentos distintos. Había uno que era sumamente violento y atacaba hasta por pasar a su lado, otro que solo quería estar dormido, otro más quería que los otros perros hicieran lo que él ordenaba, había uno que se la pasaba comiendo, otro se la pasaba llorando, pude ver a otro que no se podía dormir en las noches o se le iba el sueño por las madrugadas. Hubo uno que se mordía a sí mismo, era el que más temor me causaba, porque pasaba el día mordiéndose la cola, las garras, sus patas; no importaba el dolor que sintiera, siempre se causaba daño hasta que un día sus heridas no sanaron y amaneció desangrado.

Era una manada completa que me daba lástima y horror a la vez. Y conviví con todos ellos durante casi dos años. Me seguían todos los días a todas partes. No es que no quisiera deshacerme de ellos, es que no podía. Era incapaz de desprenderme de su sombra depredadora. Podían atacarme todos al mismo tiempo mordiéndome, tirándome, aplastándome hasta asfixiarme.

Nadie podía ayudarme porque nadie más veía a esos perros. A esto se sumaba el hecho de que debía vivir una vida "normal" mientras ellos me atacaban, exponiendo a otros automovilistas, a los que caminaban lento ocupando toda la banqueta, a mis padres, a mis compañeros de trabajo o a mi hijo a sufrir de algún posible ataque manipulativo de esta jauría encabezada por el perro negro.

Mentiría si dijera que nunca me ganaron. De hecho, me dominaron al grado de causar daño a otras personas cercanas; pero por fortuna tuve un lapso de luz y voces que me animaron a pedir ayuda. Así llegué a un grupo en el que cada persona era libre de vaciar su interior, en el que habitaban los demonios más despiadados que jamás hubiera imaginado.

Mis perros se fueron domando con sesiones de dos y hasta seis horas diarias, de lunes a domingo, fueron llegando uno a uno.

O al menos eso creí, porque un día el perro negro volvió. No es la jauría completa pero sé que pueden llegar en cualquier momento. Da miedo, y lucho contra eso todos los días.

Escrito en: OPINIÓN EDITORIALES perro, negro, todos, siempre

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