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LETRAS DURANGUEÑAS

Franz Kafka en Praga

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ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

En estos días se está conmemorando en todo el mundo -en el ámbito literario, evidentemente- el primer siglo del fallecimiento de Franz Kafka (1883-1924), el más grande escritor de los últimos tiempos. Nuevas ediciones de sus historias, conferencias, seminarios académicos, innumerables artículos de prensa, darán cuenta de la admiración hacia este personaje de enorme trascendencia, incluso más allá de las letras. Será una buena oportunidad para recordar su vida y sobre todo esas novelas y textos ("La metamorfosis", "El castillo", "Carta al padre", "El proceso"...), que han quedado como una de las más altas cumbres de la creatividad humana. Quintaesencia de aguda sensibilidad y deslumbrante inteligencia, vertida en una prosa llamativa, precisa. Álgebra intelectual y artística. Cabrá, pues, de nuevo la cuestión: ¿Quién era Kafka? ¿Cómo influyó la ciudad de Praga en su forma de ser? ¿Cuál es la índole de sus escritos?

No hace mucho, alrededor de una década, se le ocurrió al filósofo español Fernando Savater un plan muy interesante, en materia de difusión cultural: vincular algunas ciudades con uno de sus escritores más representativos. Así aparecen en el libro "Lugares con genio" Dante en Florencia, Borges en Buenos Aires, Fernando Pessoa en Lisboa, Octavio Paz en México, y sin agotar la lista y por supuesto, Kafka en Praga. Vuelvo a este libro junto a "Franz Kafka y Praga", Harald Salfellner (Vitalis, 2003) y "Expliquémonos a Kafka", de Ángel Flores, seguramente el mejor difusor de Kafka en nuestro idioma (Siglo XXI, 1983), para subrayar algunos apuntes.

"Aquí estaba mi instituto, en aquel edificio del lado opuesto, mi universidad. Un poco más hacia la izquierda se encuentra mi despacho. En este pequeño círculo -y dibujó con su dedo un par de pequeños círculos- está encerrada toda mi vida", así se lo dijo Kafka a Friedrich Thieberger, su maestro de hebreo. Y es que el ahora célebre fabulador pasó prácticamente toda su existencia en Praga, la ciudad donde nació. Las casas donde residió, las emblemáticas ventanas que lo unían a los demás, las escuelas de raigambre alemana, los amigos -Oscar Pollak, o el luego tan famoso Max Brod-, los maestros como Franz Brentano, las primeras mujeres de su paraíso amoroso, trazan su arco vital. Lector apasionado de Nietzsche, poco a poco irán apareciendo sus publicaciones. Todo al principio en su ciudad (menos morir bajo su cobijo, ya que falleció de tuberculosis en las cercanías de Viena), la Praga de belleza impresionante, una de las más deslumbrantes de Europa.

En la ciudad vieja ocurre una anécdota que vendrá a incidir, como centro magnético del posterior universo kafkiano: el niño quiere darle una moneda de diez centavos a una anciana, pero no es poco dinero para simplemente una ayuda. Franz cambia la moneda y se las arregla para dar y dar vueltas, y encontrarse varias veces con su beneficiaria. El movimiento continuo, el tornillo sin fin del relato, y así la larga postergación sin solución. Kafka en cuerpo y alma. Como se plasmará también en algunas de sus líneas de juventud (la Praga tangible, la ciudad que es uno mismo), como las siguientes, ya con aliento bellamente poético: "Uno que se reclina sobre la barandilla de piedra/ Y mira al agua de la noche,/ Las manos en la viejas piedras".

El siempre citado sin desgaste, Jorge Luis Borges, refiriéndose a Kierkegaard diría con ese gran toque de crack que el filósofo le había dotado a la angustia de un nuevo escalofrío. Kafka, por su parte, vislumbró el fondo que rodea y a la vez interioriza al hombre: se asomó a sus propios abismos, donde el espacio y el tiempo se funden en otra nueva dimensión. Y lo escribió además con una sonrisa, dibujada desde la sabiduría de un genio. Nos adentramos en sus historias, laberintos del ensueño o la pesadilla (el tribunal de justicia ya como una cárcel llena de papeles, la transformación en un insecto que pesa menos que la preocupación por llegar tarde al trabajo, lo que nunca se alcanza, etc.), atraídos por una música prosística (todos somos Gregorio Samsa en el tercer milenio) que sigue fascinando a sus millones de lectores:

"Alguien debía de haber hablado mal de Josef K., puesto que, sin que hubiera hecho nada malo, una mañana lo arrestaron". ("El proceso")

"Ya era de noche cuando K. llegó. La aldea yacía hundida en la nieve. Nada se veía de la colina; bruma y tinieblas la rodeaban; ni el más leve resplandor revelaba el gran castillo. Largo tiempo K. se detuvo sobre el puente de madera que del camino real conducía a la aldea, con los ojos alzados al aparente vacío." (El castillo").

"Josef K. soñó lo siguiente: Era un día hermoso, y K. salió a pasear. Pero inmediatamente llegó al cementerio" ("Un sueño").

Escrito en: letras durangueñas escritos durango Kafka, ciudad, Franz, Praga

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