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Grandeza del perdón

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CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

Cada generación escribe su historia. Durante largo tiempo, la guerra fue vista con "prestigio", hasta que dos grandes guerras mundiales en el siglo XX, el holocausto y la brutal detonación de dos bombas atómicas, cambió la percepción en relación a los conflictos armados. Lo mismo puede decirse de otros ámbitos, como la esclavitud, tan "normal" a lo largo de la historia humana, que se hizo institución. De esa manera, lo que otras generaciones aprobaron, hoy causa rechazo y condena. La historia no es un monolito, ni tampoco se escribe de una vez y para siempre. Nada más ingenuo. Por el contrario, nuevos hallazgos documentales e investigaciones, propician reinterpretaciones. Pero también, el pasado se puede revisar con crítica desde el presente. ¿Quién escribe la historia? En el auge del colonialismo, las grandes potencias europeas, compitieron por dominación y explotación. Literalmente se repartieron el mundo, países como Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Italia, España, Portugal… Por supuesto, la toma no fue pacífica, ni tampoco un generoso acto "civilizatorio". Por el contrario, impulsaron el esclavismo y usufructo de los recursos a mansalva. A la vuelta del tiempo, algunos estados reconocieron sus faltas, y de manera simbólica, han impulsado ceremonias de perdón hacia aquellas sociedades sojuzgadas.

Lejos de hacerlos menos, el perdón engrandece a los pueblos. Lo sabemos bien, gracias a Nelson Mandela. Él hizo del perdón, una política de estado, cuando los blancos promotores del apartheid, esperaban venganza. Con humildad e inteligencia, el político sudafricano, dio una lección para todos. Veamos otros ejemplos recientes. El rey Felipe de Bélgica, reiteró en el año 2022, su "más profundo pesar por las heridas" infligidas durante el dominio colonial de Bélgica en el Congo. Francia hizo lo mismo por las atrocidades cometidas en Argelia. En el mismo sentido, Portugal y Gran Bretaña han realizado actos similares con sus antiguas colonias. Hay una larga tradición de estudios poscoloniales que se inscriben en la revisión de la historia, pero también en la reivindicación de historias locales frente a los conquistadores o colonizadores. De los libros se pasó a la política. En su momento, la Universidad Georgetown se disculpó en 2016, por participar de la esclavitud en el siglo XIX. Bajo esa tendencia, no extraña que se han derribado estatuas y monumentos que representan a esclavistas y a grandes potencias coloniales. Un año antes, 2015, el papa Francisco, durante su visita a Ecuador y Bolivia, reconoció los "graves pecados" de la iglesia contra los indígenas: "Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América." En vez de negar, el jerarca de la iglesia, tuvo la grandeza de asumir la responsabilidad histórica.

Es la batalla por los símbolos y su representación en la memoria. Asumiendo los cambios, hay países que reconocen los agravios, las atrocidades y los daños causados por la colonización. No lo hace menos reconocer la historia y a la vez, llamar al perdón. En el 2021 me tocó participar en la conmovedora ceremonia de disculpa pública a los descendientes chinos en México, por la discriminación y persecución que sufrieron en el pasado. No fue un acto menor, lo realizó el presidente de la República. No solamente se trató de historia, sino de descendientes y personas vivas. Durante décadas, se les negó un lugar como si no existieran. Entre silencios, abrazos y llanto, se vivieron momentos extraordinarios. El entonces embajador de China se contuvo para no llorar, pero fue evidente su sentimiento. La ceremonia propició la dignificación de la memoria, el pasado y el presente. En pleno siglo XXI, hay quienes prefieren una historia complaciente, no obstante, los hechos, la documentación y evidencia. Ya lo dice un sabio pasaje bíblico: "El que tenga oídos, que oiga".

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