La dictadura de la mayoría
Qué condiciones generales guarda hoy la República? Podríamos hablar de la violencia aguda en algunos estados del país, de la desaceleración económica, de la creciente dependencia en la importación de combustibles, granos básicos y alimentos y, por supuesto, también podríamos reflexionar sobre la desafortunada reforma al Poder Judicial.
Sin embargo, hablar de todo ello sería hablar de los síntomas de un dilema mucho más profundo que afecta a nuestra democracia, uno que la está erosionando gravemente; la dinámica de antagonismo perpetuo que Morena y su liderazgo están inyectando en nuestras instituciones, gobierno, comunidad y, claro, el pueblo entero.
Hemos transitado, tal vez sin darnos cuenta, de un esquema de competencia entre distintas formas y maneras de construir la misma aspiración de país hacia un nuevo y no deseable escenario de visiones radicalmente opuestas sobre lo que debe ser nuestro México.
La política y la vida pública no son ya la arena para contrastar distintas formas de llegar al mismo objetivo, estamos separándonos en los objetivos colectivos.
Se está construyendo un país para los creyentes del color guinda y los demás que mejor vayan buscando otro o se sometan rogando ser perdonados por el error de creer en otros colores.
Se está construyendo un país en el que no se quiere que quepan todos.
Ese es el verdadero riesgo del país. Es hora de decirlo.
Ya no hay contraste ni complementariedad, lo que hoy se quiere sembrar es enfrentamiento y descalificación.
Ya no se trata de sumar ideas, de construirlas juntos, se trata de asumir con disciplina una sola verdad o ser tachado de impresentable.
Lo que antes era competencia por perfeccionar el rumbo de México hoy se ha convertido en una batalla política sin cuartel para tomar caminos irreversibles que descalifican cualquier otra ruta o brega. No constituye un cambio menor el que quienes antes pensábamos distinto -pero siempre estuvimos dispuesto a escuchar- ahora seamos tachados de estar moralmente mal, de ser enemigos de la historia, de no tener ética o ser defensores de lo injusto.
Muchos de quienes hoy militan en Morena saben lo importante que fue su derecho a ser escuchados cuando eran minorías, así que resulta contradictorio que hoy consideren que el debate es un acto de traición a la doctrina de la obediencia absoluta.
Si transitamos de una democracia de competencia a una democracia de antagonismos -insisto- muy pronto no habrá democracia, y eso es lo que está pasando en México.
El discurso de la 4T, al ser profundamente ideológico, se convierte en absolutamente intransigente y se transforma en una doctrina que necesita tener enemigos a quienes vencer, enemigos a quienes culpar y, como consecuencia lógica, enemigos a quienes erradicar o volver irrelevantes.
Ya no hay una colectividad representada en toda su diversidad, ya no hay un crisol democrático, lo que vivimos ahora es una división insalvable entre quienes se disciplinan y quienes no, entre quienes aceptan una sola interpretación de la historia y quienes ya no merecen ser escuchados.
El México de democracia electoral, economía de mercado, derechos individuales, derechos humanos de alcance global y prevalencia del marco legal ya no existe más.
Ese fue un proyecto de país consensuado que hoy está siendo hecho a un lado por una mayoría pasajera, una mayoría que está deformando a las instituciones y leyes para nunca dejar de serlo mañana por ninguna vía, por ninguna vía legal y pacífica.
Para la 4T quien no piensa igual no es alguien con quien se deba debatir para enriquecer el rumbo nacional, sino es alguien al que hay que descalificar y marginar sin tregua.
Ese es el verdadero problema nacional que enmarca la situación política de nuestros días: nuestra democracia plural empieza a convertirse en una dictadura de la mayoría. Una que no ve sentido a corregir, ajustar, tomar en cuenta, porque se considera infalible y, si algo falla, sin duda es sabotaje o culpa de la deslealtad y falta de patriotismo de los rivales.
Es una triste democracia la que no ve diversidad sino enemigos, porque el destino de México no es un destino revelado a unos cuantos o a uno solo.
No es el nuestro un país mesiánico; nuestra nación es enorme, en lo cultural, en lo demográfico, sobre todo es enorme en sus diferencias de opiniones, de deseos, de aspiraciones y ahí está nuestra fortaleza y no nuestra debilidad.
Defendamos nuestro derecho a disentir.