La dignidad puede esperar (segunda parte)

Se desconectó del mundo. Huyó a una de las carreteras más desoladas del estado, no estaba muy lejos, pero si lo suficiente para no tener señal de celular y donde nadie lo reconociera.

Ahí se estuvo todo el día. Sin comer, sólo llevó una botella de agua que había comprado en la última tienda antes de salir al camino entre las montañas.

La reflexión de todo un día le había hecho decidir volver y afrontar las consecuencias de no entregar a la mujer dueña de su corazón, y aunque, después de muchas vueltas en la cabeza, ya estaba decidido.

Por fin, ya cuando la noche estaba cayendo retomó el camino a la ciudad.

Entrando a la mancha urbana, sonrió. Se sentía más tranquilo. No le importaba pisar la cárcel por las corruptelas cometidas que ahora se descubrirían por venganza del pequeño Cesar.

Ese sentimiento de dignidad le guardaba. Hace mucho que no lo sentía, la última que recordaba fue antes de formar parte del Partido Tradicional de México.

Después de un paseo liberador, llegó a su casa. Se estaciona y a un lado encuentra en coche de su esposa. Se pone feliz.

Con una sonrisa que nadie se la quita se apresura a entrar para darle la bienvenida a su esposa con un largo beso, nunca se sintió tan enamorado.

Mete la llave a la cerradura y en cuanto abre la puerta la oscuridad que imperaba en la casa es inundada por un sollozo que se escucha desde la recamara matrimonial.

Sólo una pequeña luz de una de las lámparas en el buró enmarca la silueta del marco de la puerta sobre la pared de enfrente.

- ¿Aurora?- La llama tiernamente pero asustado. -Aquí estoy mi amor. ¿Estás bien? - Insistió.

- ¡Muy bien! Diría yo- Le responde satisfecha una voz masculina mientras su sombra atraviesa el pequeño resplandor del pasillo.

El hombre se acerca hasta donde se encontraba impávido Javier, pero este no alcanzaba a distinguirlo, hasta que un auto que circulaba frente a la casa, por unos segundos pintó con su luz ambar la sala y el rostro del acechador.

La sonrisa del Gobernador quedó impresa en las pupilas de Javier.

-La diputación es tuya, Tadeo. Felicidades- Dijo el cacique mientras se subía el ziper del pantalón y dirigiéndose a la puerta.

Ya a punto de salir, se detuvo bruscamente y le preguntó prepotente al esposo ofendido. -¿No vas a decir nada, Tadeito?-

El silencio se sostuvo tanto como lo permitía el peligro y su ira tuvo que desahogarse empuñada fuertemente en sus manos.

-Gracias... señor- Dijo Javier para después escuchar la puerta cerrarse y detrás de ella, el llanto de su esposa desesperada.

PARA QUE NO SE NOS OLVIDE NUESTRA HISTORIA

Existen muchos héroes en nuestro país, y me refiero a héroes de carne y hueso, bueno, que hoy son más hueso, pero algunos de ellos se van olvidando.

Con un sistema educativo cada vez más precario en donde a las escuelas les interesa entregar certificados sin importar que estén vacíos de conocimientos, la historia cada vez va quedando más relegada.

Si hay algunos de ellos que no se han olvidado es simple y llanamente por las tradiciones que conservamos como el "grito" y el 20 de noviembre.

Pero más allá de Hidalgo y Pancho villa, existieron muchos hombres y mueres que también aportaron a la patria, muchos de ellos, hasta su propia vida.

Es el caso del duranguense José María Patoni, un liberal que defendió la causa de Juárez, a pesar de tener raíces austriacas, porque su padre era originario de aquel país.

Patoni fue fusilado por defender sus principios patrióticos y personales el 18 de agosto de 1868 y el lugar de su muerte pasa desapercibida para los duranguenses y mucho más para los turistas.

Solo existe un grabado en cantera escondido dentro de una de las colonias que atraviesa la avenida Belisario Domínguez.

Así de corta y mal agradecida es nuestra memoria histórica.