
Lectura del Tarot
Mi primer contacto con las cartas del Tarot, los Arcanos, la simbología y por supuesto con sus mensajes, fue en una lectura imprevista, no pedida, no programada. Recuerdo ese momento y me da escalofrío en brazos y espalda.
Hacía poco tiempo que había regresado del Encuentro Internacional de Poetas del Mundo Latino, en Morelia, donde tuve oportunidad de convivir con poetas de renombre. Yo andaba buscando un libro de Tomás Segovia, con el que había compartido la mesa en el restaurante del hotel donde nos hospedaban. Tomás, me había causado una gran impresión por la manera respetuosa como lo trataban sus colegas. En la mesa se platicaba de diversos temas. Era una conversación colectiva. Yo ocasionalmente opinaba de manera breve, sin embargo, Tomás, no hablaba, si acaso sonreía y afirmaba o negaba con movimientos de cabeza.
En un momento casual se integró a la mesa una mujer, la única del grupo. En cuanto tuvo oportunidad de opinar lo hizo de manera vehemente y entusiasta y siguió continuamente interviniendo a tal grado que ella era la que dominaba en la plática y de pronto entabló un debate improvisado con uno de los asistentes. Alí, que permanecía a la expectativa como los otros, se aburrió de la dualidad conversatoria y nos dijo a los vecinos de silla. Ya nos jodimos. Vámonos. Nos levantamos con Alí, Tomás y yo y nos dirigimos al bar, donde había otro grupo de escritores. En el trayecto tuve oportunidad de entablar conversación directa con Tomás, que se mostró accesible y logré romper un poco de su silencio y seriedad. Lo invité a venir a Durango, invitación que en principio aceptó, pero que había que programar la fecha, pues ya tenía varios compromisos por atender.
En la búsqueda del libro en Sanborn's, me encontré con Gilberto, escritor defeño con varios años de residencia en Durango. Le comenté del el asunto que me inquietaba consistente en conseguir un libro para conocer algo de la obra segoviana. De inmediato me dijo que él tenía dos o tres libros de ese autor, pues lo había tratado con familiaridad en años pasados. Que si quería podíamos ir por el a su casa que estaba cerca. Propuesta que desde luego acepté.
Al llegar pude observar, el desorden en que vivía: libros sobre las dos sillas que tenía; libros en el piso junto a montones de papeles desperdigados cubiertos de polvo; libros en cajas y sobre las cajas, donde paseaban tres gato que lo seguían maullando y enroscando la cola. Recorrió señalando con el índice derecho los títulos de libros que guardaban dos viejos libreros barnizados de polvo y los volvía recorrer murmurando: Aquí los tenía, aquí deben de estar. Pero nada que aparecían. Se introdujo a un cuarto semi-oscuro y regresó sin nada de los libros. Entonces volviendo la mirada en derredor suyo comentó: Sí, deben estar en algún cajón de este librero" y aclaró, No los tengo a la vista porque los aprecio mucho.
Abrió un cajón y aparecieron plumas, calcetines y una bufanda, pero no los libros. Abrió otro cajón y sonrió: Al fin, ya encontré uno. Lo levantó en su mano y se quedó mirando hacia el fondo del cajón un poco sorprendido. Volteó a mirarme y carcajeándose comentó: También encontré mis cartas de Tarot. Dejó el libro sobre una caja de cartón y con felicidad tomó el mazo de cartas entre sus manos. Arrojó con un tierno manotazo al gato que estaba en la silla frente a la sucia computadora y me confesó: Soy un experto en el Tarot, tengo mucha experiencia, soy muy acertado.
Empezó a mezclar las cartas con pericia y poniéndolas a un lado del teclado, me ordenó. Córtalas en tres partes. Yo me negué, sentí temor de escuchar malas noticias y le contesté: No gracias, voy de prisa, préstame el libro. Ya me voy. No, espérame, te voy a decir lo que te espera en el año. Me volví a negar. Él continuó mezclando las cartas con habilidad. Al terminar las volvió a poner junto al tablero y sentenció: Si quieres el libro córtalas en tres. Contra mi voluntad lo hice. Entonces él abrió tres cartas, se quedó mirándolas fijamente y sentenció. No. Hay que cortarlas otra vez. Lo hice de nuevo. Él las observó con cierta incredulidad y volvió a exclamar: No. No. Hay que hacerlo de nuevo. Pero ahora yo lo haré por ti y pasó las cartas por encima de mi mano y puso tres cartas a la vista. Se quedó contemplándolas como hipnotizado. De pronto en voz alta y mirándome con algo de asombro exclamó: No, todo esto mejor que me pase a mí. Pensativo levantó las cartas y las acomodó con las demás. Sin conocer el mensaje que tanto le había preocupado, tomé el libro y caminé hacia la puerta, seguido por él en silencio y detrás suyo los gatos maullando de hambre.