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SORBOS DE CAFÉ

Los muertos de campanario (parte 3)

Los muertos de campanario (parte 3)

Los muertos de campanario (parte 3)

MARCO LUKE

«No, para nada» Se apuró en soltar el humo «Es sólo que me pregunto... ¿Cuánto llevas esperando ser titular de una dependencia estatal? O sea, ¿Cuánto llevas siendo un pelagatos? Quince?... veinte años?»

«Yo soy institucional, comandante. Y soy leal hasta la muerte» Empuñó con fuerza en sus manos la rabia contenida.

«Entonces. ¿Por qué los defiendes?»

«No defiendo a nadie.» Se le quebró la voz.

«Bien, bien, bien» El comandante se levantó de su silla y caminó hasta donde estaba Alberto. Lo encaró dando otra fumada al cigarro. Alberto levantó el rostro y pudo oler el aliento fétido de su jefe. El estómago se le revolvió al sentir el esmalte ámbar podrido de la cercana sonrisa nefasta y el amenazante humo preso en los pulmones de su superior.

«Tienes 24 horas para encontrar al asesino.» Advirtió liberando el humo, formando una nebulosa de nicotina y alquitrán que ardió en los ojos de Alberto. «Si no, vete despidiendo de tu futuro cargo al frente de la policía judicial y por supuesto.... de tu afiliación al partido»

«Y ¿Si no lo encuentro?»

«Pues como en los viejos tiempos Alberto... fabrica el tuyo.»

El comandante salió de la oficina dejándolo sin posibilidad de réplica y con el sabor a cenizas en su lengua.

Sintió ganas de vomitar, pero no supo si fue por asco o rabia.

Aunque sintió ganas de matar a quien un día fuera su mejor amigo, sus palabras estaban llenas de razón. Llevaba años luchando por un puesto digno, y lo más que había logrado había sido su actual cargo, mismo en el que realizaba tareas que no le correspondía. Soportaba humillaciones diarias, y ademàs estaba perdiendo a su familia, y para colmo, había encima de él por lo menos, seis jefes superiores inmediatos oficiales, sin mencionar las órdenes que debía cumplir de alguno que otro diputado o de sus prepotentes esposas y sus mal educados hijos, cuando necesitaban un "favor".

El más humillante de estos "favores" había sido sacar de la cárcel al hijo de un rico empresario patrocinador de la campaña del actual gobernador, un mozalbete de 16 años quien, en estado de ebriedad, un jueves a las 7:00 am, había estrellado su Chevrolet camaro último modelo detrás del vehículo de una señora que se dirigía a trabajar, dejándola en estado vegetal para el resto de su vida y abandonada a su suerte.

En contra de su voluntad y con el pesar de las palabras de su esposa retumbando en su mente: «no lo saques de la cárcel Alberto, no es justo... no es justo.... no es justo»; tuvo que seguir las órdenes del comandante Gómez, recién asignado a su puesto.

Lo más humillante de aquella ocasión fue cuando Alberto llegó a la oficina donde lo esperaba su nuevo jefe junto al padre del irresponsable adolescente. Alberto se presentó con una su sonrisa amable y orgullosa que no tardaría en ser borrada por el empresario quien en lugar de agradecerle le reprochó: «Si mi hijo vuelve a pisar la cárcel por la causa que sea, ¡te mueres idiota!» y remató el puberto exclamando «Tu gato se tardó horas en sacarme de ahí papi», abandonando la oficina sin agradecer y sin despedirse.

Alberto, volteó con su amigo y le dijo «¿Cómo ves a este güey, Federico?»

Federico Nava se acomodò en su silla y sigilosamente guardó en el cajón un par de fajos de billetes que Alberto alcanzó a ver a penas, y le contestó «Así es el poder Alberto» para después levantarse y también salir de la oficina no sin antes decirle. «Y por cierto Alberto. De hoy en adelante, háblame de "usted" y dirígete hacia mi como comandante o Señor.»

Alberto iba a soltar una carcajada pero fue interceptada por la arrogancia de Federico. «Tú sabes... cosas que sòlo gente de alto nivel podemos entender»

Con la tristeza de esos recuerdos y con la impotencia atravesada en la garganta e incrustada en su dignidad, salió furioso del edificio.

Caminando por los pasillos del inmueble reflexionaba sobre aquellas palabras de su esposa, aquellos sugerencias que veía lejanas, y que ahora, se veían como la puerta más cercana para salir ileso de la situación.

En repetidas ocasiones, Alberto llegaba exhausto y frustrado sostenido por la promesa de las recompensas que otorga la política. Sabía que, si su lengua se secaba por lamer tantas botas, sus manos se llenarían de billetes.

Laura, lo saludaba con ternura, le servía de cena la comida que se enfrió esperando su llegada, le acercaba una cerveza fría mientras él se relajaba en el sillón; totalmente enamorada.

Sin embargo, la comprensión poco a poco fue enterrada por la intransigencia y necedad de Alberto. Ella se cansó de quererle rescatar de la cloaca política, pero a este le encantaba dar tragos de mierda.

Laura se decepcionó, sobre todo en aquel día que colaboró para dejar impune al junior que había desgraciado la vida de esa mujer quien pasaría el resto de su vida postrada en una cama mientras que el adolescente, ya disfrutaba de su profugués en las playas de Ibiza.

Laura, se enamoró de los ideales de Alberto mientras estudiaba la carrera de derecho, y sobre todo de su altruismo, pues más de una veintena de veces había quitado de encima sentencias injustas a inocentes que habían cometido el delito de no tener el dinero suficiente para comprobar su inocencia

Todo eso se acabó cuando su colega y amigo Federico Nava lo jaló al terreno político, donde ambos comenzaron a disfrutar las mieles de hacer poco y ganar mucho...

Continuará...

Escrito en: sorbos de café muertos del campanario columna Alberto, oficina, comandante, Alberto.

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