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J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

Hacemos la celebración de la navidad el día 25 de diciembre porque es el inicio de la luz, pues a partir del día 21 de junio (solsticio de verano) los días se habían estado haciendo cada vez más cortos, hasta el 21 de diciembre que es el más breve del año. Después, los días se van alargando poco a poco, es decir, la luz del día va creciendo, y el 25 del último mes del año ya el sol ilumina cada vez más nuestras jornadas. Entonces la navidad es la celebración del aumento progresivo de la luminosidad, lo que nos lleva a pensar en que la luz del bien, la verdad y la justicia ha nacido y aluzará nuestros días cada vez con más intensidad.

La palabra navidad proviene del latín tardío Nativitas (acentúe la segunda sílaba, por favor), que significa nacimiento, o simplemente navidad.

El género humano tiene una simiente de maldad y necesita redimirse, es decir, remediar su situación de perversidad, para lo cual es necesario que alguien corrija este estado de malignidad.

¿Quién es capaz de salvar al género humano de su natural maldad? La respuesta no es fácil de concebir, pues un hombre común no puede hacerlo porque está en la misma situación de perversidad que sus congéneres; no le es posible sacar de un pozo a sus pares porque él mismo no puede salir de ahí. Entonces, quien libere a la humanidad tendría que ser la divinidad, que está fuera del abismo en que se encuentran los hombres, pero ¿cómo podría hacerlo si no es uno de ellos? es decir, quien no tiene culpa no está obligado a pagar por ella.

El cristianismo nos da la respuesta en lo que llamamos Misterio de la Redención: un hombre dio su vida para salvar de la maldad a todos los demás, sin excepción, pero ese humano es Dios mismo en la persona del Hijo. Esa sola idea libra a los hombres de todo el sórdido egoísmo connatural a la especie humana. Pero quienes tienen fe confirman que no solamente es una idea, sino un hecho histórico, de ahí que se celebre la navidad del Redentor con una fiesta recordatoria.

La palabra Navidad procede del latín tardío, cuando se celebraba el nacimiento de Cristo el día de la natividad de la nueva luz, precisamente en el tiempo en que nuestro terreno entorno recibe cada vez más luminiscencia y nos hace, también, cada vez más conscientes de la bondad que adquirimos por la redención: Dios hecho hombre se entregó como hombre para salvar a todos los hombres.

Y lo tenemos con nosotros en esta etapa feliz del año, cuando nos hemos alegrado por la llegada del Redentor, con fiesta y regocijo por lo que va a suceder luego de su nacimiento: nos procurará la vida cerca de Dios ya sin la maldad connatural gracias a la liberación que nos hace hijos al igual que quien nos redime.

Esta es la navidad de la luz astronómica, sí, pero lo sideral no es sino un signo de que llegó la luz de la bondad y de la verdad. La luminosidad física nos induce a la iluminación del espíritu para que podamos ver con suprema claridad la cercanía de Dios con los humanos, para que los hombres nos sintamos solidarios porque la redención nos hermana gracias a la bondad restaurada por la acción de quien acaba de nacer.

No se puede concebir un libertador exactamente igual a los liberados, eso sería una total incoherencia. El Redentor tuvo que nacer de una mujer virgen, en el sentido en que no haya tenido el más mínimo roce con la maldad congénita de los hombres; la bondad del Salvador debe ser de origen, desde el vientre de una madre sin mancha, pues de otro modo el estar en el abismo -o venir de él- le impediría abandonarlo y sacar de ahí a sus congéneres. Por eso la redención empieza con una mujer inmaculada cuya pulcra descendencia aplasta a la inmunda maldad con su talón.

La mujer, con la claridad de su alumbramiento, ayuda a la redención.

Insondables y bellísimos misterios.

Escrito en: OPINIÓN EDITORIALES maldad, navidad, cada, hombre

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