
Pilar Alanís entre los ángeles
Creían los antiguos grecolatinos que los dioses, celosos de las grandes cualidades de las personas excepcionales, decidían llevárselas de la vida, sin dejar que llegaran a la vejez. Pilar Alanís Quiñones, la inolvidable Pily Alanís, nos recuerda aquel legendario pensamiento.
Porque ella siempre dejaba su huella en quienes la conocían. Irradiaba entusiasmo cultural, auténtica vocación de estudio, alegría y disciplina por los proyectos bien realizados. Era muy bonita por dentro y por fuera. Uno agradece, por lo mismo, que el destino te encamine a compartir algo de espacio y de tiempo con seres de esa talla humana. Son regalos felices de la existencia.
Junto a su construir diario ?fue fundamental su trabajo en la creación del Festival Tonalco, antecedente del Revueltas? nos dejó algunos libros, cuatro hasta donde tengo información, que testimonian espléndidamente su pasión por Durango, en particular tres de ellos dedicados al legado del arte escultórico-funerario. Refiero sus títulos: «Benigno Montoya» (IMAC, 2005), el de mayor formato: 21.5 X 33.5 cms.; «Museo de Arte Funerario Benigno Montoya» (IMAC, 2009); y los libros póstumos «Benigno Montoya. Historias en piedra» (Fundación Guadalupe y Pereyra, 2010); «Domingos del Ágora» (Periódico Victoria de Durango-Fundación Guadalupe y Pereyra, 2010). Guardo, por cierto, con gratitud el ejemplar de encuadernación verde subido de su tesis de maestría en humanidades que generosamente me dedicó.
Como es evidente los primeros dos libros guardan un vínculo muy cercano; son prácticamente la misma obra, con algunas variantes. El primero incluye una muy útil serie de Relaciones de Ángeles, Capillas, Relieves, Monumentos y Cruces de la producción del ilustre don Benigno Montoya en el Panteón de Oriente. El segundo, por su parte, cierra con un capítulo adicional: «La Escuela de los Montoya», para dar seguimiento al legado del maestro. Lamentablemente ?también hay que señalarlo? en esta edición del 2009 las fotografías aparecen algo obscurecidas, lo que desluce tratándose de imágenes extraordinarias.
No obstante el resultado es de excelencia. Es un privilegio para la vista ir recorriendo de maravilla en maravilla la magnífica muestra escultórica, a la vez que leemos la rigurosa investigación de la autora. El relato académico fluye natural. Nos conduce por el neoclasicismo hasta el neogótico, de la cantera barroca a la utilización del mármol. El lector asume entonces la terminología técnica: el catafalco, los capiteles, las cornisas, los frisos y las peanas, etc., mientras se complace en las figuras ya acabadas con maestría. Y aquí es donde sobresale la calidad del análisis, al precisar ?por ejemplo? las fuentes culturales para situar con conocimiento los objetos de estudio. Muchas páginas serían necesarias para abundar justamente sobre cada uno de los temas abordados. Llaman la atención, por lo tanto, las reflexiones de Pilar Alanís a propósito de la muerte, como la siguiente tan bellamente escrita: «La muerte, inspiración de filósofos, poetas y artistas es la gran musa del cementerio; en cada cripta el dolor, la nostalgia y la esperanza del eterno rencuentro, están presentes en sentidos epitafios. En ellos se manifiesta la naturaleza eterna del amor en un cielo sensible donde se reencuentran las parejas, las familias, amigos, santos de la devoción y sobre todos, los amantes». O igualmente meritoria es la recuperación de los versos conmovedores del poema «Cuca mía»:
I: «Fue a un tiempo honrada y hermosa/ raro en mujer sin fortuna/ cual ninguna cariñosa/ discreta como ninguna/ II. Nuestras vidas se fundieron/ de amor al fuego candente/ más las iras atrajeron/ del que dichas no consiente/ III. Y a arrebatar mi tesoro/ llegose la muerte impía/ llevándose a la que adoro/ en mi ausencia, Cuca Mía».
La alusión a Swedenborg en este ensayo, a través de su visión de continuidad espiritual entre la vida terrestre y la celeste, me recordó aquel viejo escrito de Emerson y la conferencia de Borges acerca del místico sueco en la Universidad de Belgrano.
El tercer libro se concentra todavía más en la biografía de don Benigno Montoya. El volumen, que luce en la portada la mejor fotografía que conocemos del maestro escultor, se vierte por linderos más anchos. Después de traer a cuenta la valiosa aportación del profesor Rutilio Martínez, publicada en 1962, y puesta otra vez en circulación en fechas más próximas, la autora fija los objetivos principales del volumen:
«1): Identificar la obra de cantería realizada por Benigno Montoya Muñoz dentro del contexto histórico de Durango. Y 2): Valorar su aportación en la arquitectura sacra regional»
Y por supuesto nos describe asimismo más ampliamente que en sus trabajos anteriores la vida del personaje estudiado. Nacido en Zacatecas en 1865 ?si bien siempre se dijo duranguense, subraya Pilly Alanís?, pronto se traslada su familia a Durango por motivos de trabajo de Jesús Montoya, el padre. Aquí realizó don Benigno Montoya gran parte de su producción, señalada en la correspondiente galería fotográfica, que se despliega más allá del Panteón de Oriente, incluida la decoración de la famosa Quinta Gameros de la ciudad de Chihuahua. Su herencia artística la representó inmejorablemente uno de hijos, el reconocido pintor Francisco Montoya de la Cruz. Don Benigno falleció el 25 de diciembre de 1929.
Finalmente, del cuarto libro mencionado habría que destacar su valor como conjunto de reseñas del devenir artístico y cultural del Durango que le tocó vivir a la autora, haciendo énfasis en el rescate de lo esencialmente histórico. Un buen número de escritores, periodistas, aniversarios, premios, celebraciones, amigos, sin faltar el recuento de tradiciones, mitos, relatos diversos, habitan las páginas de esta obra, esencialmente para la prensa escrita. Un libro que será, sin duda, de consulta necesaria en el porvenir (esperemos que en la posible reedición de este libro se registren las fechas de los artículos que lo integran). Y de nuevo no quiero dejar de agradecer aquí a su autora la deferencia de comentar un escrito mío sobre la ausencia en el actual Durango de intelectuales críticos del poder, publicado en El Siglo de Durango hace más de una década.
A veces pienso, pasado el tiempo, y con la ayuda de la imaginación literaria, que nuestra recordable Pily Alanís les entregó tantos años a sus queridos ángeles de Montoya - versiones de la belleza de la muerte, poesía de palabras grabadas para la eternidad, misterios de ojos tristes o gloria de un ramo de flores siemprevivas- que se fue enamorando de esos seres celestiales, y que ellos, esos ángeles encantados, le correspondieron con la misma trascendencia del amor. Y así le cambiaron la existencia cuando todavía, María del Pilar Alanís Quiñones, amiga y compañera de viaje, era aún como un sol de mediodía, alto, radiante y vital.