
¡A festejar!
Un día, circulando con Peter Eigen por la CDMX, el abogado alemán que tuvo la visión de fundar de Transparencia Internacional y poner en la agenda del mundo el tema y sus costos, Peter me sorprendió con una pregunta. “¿Cómo, esta calle se llama Revolución? En Alemania eso estaría vetado”. Después de la terrible experiencia del ascenso del nazismo apoyado en la estructura legal de la República de Weimar, la Constitución de 1949 fue tajante. Todos los partidos deben defender el orden constitucional. La dignidad humana, los derechos humanos son inviolables e inalienables. Le llaman “Cláusula de la eternidad”, ninguna mayoría parlamentaria puede restringirlos. ¿Qué dirían de la PPO? Los partidos anticonstitucionales están prohibidos y los existentes están obligados a promover la democracia. Ese día traté de explicarle que la Revolución Mexicana, la de Madero, había desplazado a una dictadura y ello había dado cauce a un gran enfrentamiento con quizá un millón de muertos. El eje fueron los derechos sociales, agrarios, laborales, entre otros. Me escuchó meditando.
Otro cruce, leyó INSURGENTES, pidió explicación. La avenida más larga de la capital, festeja a los levantados en armas. Peter me miró con ironía: “Entonces aquí festejan a los que destruyen a las instituciones”.
La palabra “revolución” es venerada en México. Los orígenes son históricos y culturales: Villa, Zapata, PNR, PRM, PRI, PRD. Pero, no es así en todo el mundo. François Furet, un brillante historiador francés publicó en 1978, con motivo del bicentenario de la Revolución Francesa, un libro tan célebre como herético: Pensar la revolución francesa. Furet expuso los daños civilizatorios de homenajear a las revoluciones. Los grandes ejemplos ya estaban a la vista, la Soviética, la China, la Cubana, etc. Fue muy claro: no devienen en democracias. Ese mito de las revoluciones genera una falsa esperanza de que las sociedades pueden mejorar súbitamente con una erupción, con un mesías. Encierra una falsa ruptura del aburrido tiempo lineal que demanda todo proceso civilizatorio. Es una ilusión que procrastina los verdaderos problemas.
En México don Edmundo O`Gorman, un brillante historiador, de un carácter endemoniado, repetía hasta el cansancio: dejemos atrás la mítica Revolución, hablemos de la evolución de los asuntos públicos. Viene una celebración sin precedente: la actual administración festejará el triunfo de MORENA. ¿Regeneración nacional? La sombra del caudillo redentor asoma. Mejor sigamos a O`Gorman. Crecimiento económico, PIB, ese que aquí dicen que no importa, es piedra de toque mundial, está en el piso, por séptimo año. ¿Empleo formal, que de verdad puede propiciar estabilidad económica? Pues lo mismo. Y los niveles educativos, allí están las cifras, en desplome. Por más que las maquillen, la realidad se impone. En media superior es dramática. INEGI reportó la salida del mercado laboral de 476 mil mexicanos de la generación Z. “Jóvenes construyendo el futuro”, conocido como el programa CAGUAMA, por la botella de cerveza que se compran los jóvenes, es un incentivo perverso. No estudian, destruyen su futuro. La productividad baja. Energía: importaciones crecientes de gas, gasolina y pocos estímulos a la verde. La falta de planeación y el engaño tienen monumentos: Tren Maya, Aeropuerto Felipe Ángeles, Mexicana de Aviación, Tren Transoceánico, Megafarmacia, y varias más, todas nos cuestan. Como era de suponerse, los efectos de la elevación al salario mínimo -que era posible, necesaria, pero limitada- llegan a su declive. El objetivo principal, la movilidad social, está estancada, ver estudios del CEEY.
¿Violencia? La mitad del territorio en manos del narco. ¿Desaparecidos? 42 al día. ¿Corrupción? Parece que ya tiene corona, todo ante los ojos del mundo.
¡Y quieren festejar! Esquizofrenia pura o cinismo.
Mejor evolución.