
Bittersweet Symphony cumple 28 años, ¿Cuál es el origen de esta canción? Aquí te contamos
Estrenada originalmente en 1997, hoy se cumplen 28 años del lanzamiento de Bittersweet Symphony, la pieza más emblemática de The Verve; lanzada como sencillo principal del álbum Urban Hymns, irrumpió en una escena musical saturada de guitarras británicas, logrando distinguirse por su ambición sonora y, a casi tres décadas, sigue siendo un referente emocional y cultural de fin de siglo.
En un momento en que el britpop transitaba del orgullo al agotamiento, Bittersweet Symphony capturó el pulso del desánimo colectivo. Frente a la actitud provocadora de Oasis o el juego lúdico de Blur, The Verve propuso una visión más grave, casi fúnebre, y su sonido orquestal, aunado a su letra resignada marcaron una inflexión estética y emocional, siendo representación del epílogo más sobrio y duradero de este movimiento musical.
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¿Cómo fue que nació esta pieza?
La idea musical de Bittersweet Symphony nació a partir de un arreglo de cuerdas grabado en los sesenta por la Andrew Oldham Orchestra, basado en The Last Time de los Rolling Stones. The Verve obtuvo permiso limitado para samplear un fragmento, que terminaría convirtiéndose en la columna vertebral del tema, con una base orquestal, repetitiva y solemne, la cual le otorgó una profundidad emocional inusual dentro del britpop.
Ashcroft construyó la letra como un lamento moderno, con un sujeto atrapado en la rutina, sin agencia ni consuelo: “Estoy aquí en mi molde, no tengo control”, buscando registrar una sensación persistente de desgaste emocional. Aunque el grupo fue demandado por usar el fragmento orquestal sin autorización plena, lo que eclipsó parte del éxito inicial, en 2019 Jagger y Richards corrigieron la historia, devolviéndole a Ashcroft una obra que siempre le había pertenecido en espíritu.

El icónico videoclip musical
El videoclip dirigido por Walter Stern muestra a Richard Ashcroft caminando por Hoxton Street, al este de Londres y, durante casi cinco minutos, avanza en línea recta, empujando a quien se cruce sin desviar la mirada ni cambiar el ritmo, presentando una gran carga simbólica a través de su estética de plano secuencia, aunado a una coreografía de obstinación silenciosa que condensa el agotamiento emocional del tema.
Más que ilustrar la canción, el video la expandió visualmente: la alienación, la rutina, la indiferencia del entorno. Esa caminata sin destino visible quedó grabada como emblema de una generación que avanzaba porque no había alternativa. A 28 años, sigue siendo una postal de dignidad rota, contenida en un gesto mínimo. Bittersweet Symphony no solo cerró una etapa sonora, dejó su huella caminando recta por la historia.
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