
'Om my god': crónicas de una yogui en apuros
Yoga es ese arte milenario de parecer tranquilo mientras luchas por no caerte de cara. Practicar yoga suena como algo místico, espiritual, armonioso... Hasta que te encuentras en una clase sudando en silencio, con la cara pegada a un tapete que huele a coco rancio y la maestra te dice con voz angelical: "Respira... fluye... conecta con tu raíz..." Y tú piensas: "¿Con mi raíz? ¿Será la pierna que se me está durmiendo? Si apenas puedo conectar el talón con el suelo sin hacer un escándalo." Ella, mística: "Siente cómo tu energía sube desde la tierra..." Tú, sudando: "¿Sube desde la tierra o desde el calambre en mi glúteo izquierdo?" Ella, etérea: "Déjate guiar por tu respiración..."Tú, jadeando: "Mi respiración me está pidiendo una ambulancia." Ella: "Relaja la mandíbula... suelta el entrecejo..." Tú: "¿Y cómo suelto la angustia de que ya viene la postura de Trikonasana, Virabhadrasana y la Ardha Chandrasana?" y como mantra repito: todo pasa Zen, sudor y calambres, este es mi camino al equilibrio... tranquila...
Las primeras veces el cuerpo se entera que no es elástico y tus articulaciones son traicioneras. Los nombres de las posturas suenan lindos: perro boca abajo, niño feliz, saludo al sol. Pero en tu cuerpo se traduce como: Perro boca abajo: "Voy a morir aquí." Niño feliz: "Mi espalda cruje como palomitas." Saludo al sol: "El sol no me pidió nada, déjenlo tranquilo." ¿Postura del guerrero o intento de origami humano?
Y ni hablar de la competencia silenciosa que ocurre en la clase: Tú luchas por mantener el equilibrio, mientras una señora de 70 años hace una postura sobre la cabeza y sonríe como si estuviera tomando un té.
Cuando llegas al Savasana aquí el cuerpo absorbe todos los beneficios físicos, mentales y energéticos de la práctica. el cuerpo se queda quieto como si estuviera dormido... pero la mente entra en un estado de alerta tranquila. Es como si te desconectaras del mundo... para volver a ti misma, es la postura más fácil físicamente... pero la más difícil mentalmente, porque ahí no puedes distraerte con moverte, ¡y la mente empieza a inventar novelas turcas!
El momento del "Om" Ah... ese glorioso instante de meditación. Donde todos se acuestan, respiran profundo, y se conectan con el universo. Excepto tú, que estás tratando de no pensar en lo que vas a cenar, en si dejaste la estufa prendida, o en por qué te tiemblan las piernas como si hubieras corrido un maratón. El final de una clase de yoga es como el postre espiritual, es el momento en que todo lo que trabajaste en cuerpo, mente y respiración se integra profundamente. Se cierra con las manos juntas en el corazón, como señal de gratitud.
Se honra el momento, a uno mismo, y al maestro. Y por último el "Namasté": "Lo divino en mí saluda lo divino en ti". Es un recordatorio de que todos estamos hechos de la misma luz.
Después de una clase de yoga, puedes salir diciendo: "¡Me siento como si me hubieran reiniciado!" "¡Ya no odio a nadie!" o "No sé qué pasó... pero todo se siente más liviano." O puedes salir preguntándote si eso fue paz... o tortura zen. Namasté... ¿o namasufro?
¿Entonces por qué seguir? Porque aunque parezca todo un show, después de un tiempo pasa algo mágico: Te ríes más, duermes mejor, respiras más profundo antes de gritar en el tráfico, te das cuenta de que no se trata de la postura perfecta, sino de volver a ti sin juicios... aunque sea sudando y medio torcida.
Practicar yoga es un recordatorio constante de que la vida no siempre se ve como en Instagram. A veces es caerse, reírse, volver a intentar... y encontrar paz justo ahí, donde no eres perfecto, pero sí muy, muy tú.
Así que sí: regálate un espacio de pausa y presencia, cuando siembras dentro de ti un poco más de paz, el mundo lo nota. Haz yoga, pero con humor, porque a veces el verdadero equilibrio no está en la postura, sino en saber reírte cuando te caes.
