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Un nuevo corazón llega a la tribu

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VANESSA BARDÁN PUENTE

El pasado 28 de agosto se celebró en México el día de los abuelos y a propósito de ese día les comparto que, ¡Voy a ser abuela! Y no sé si llorar, reír o correr a tejer chambritas. Hay noticias que te llegan al alma como un rayo de sol en la cara: inesperadas, radiantes, y con la capacidad de cambiarlo todo en un segundo. Así me llegó esta: ¡voy a ser abuela!

No sé si me dieron la noticia con palabras o con lágrimas, porque en cuanto escuché la frase, el mundo se me volvió blando, tembloroso y brillante. Algo en mí, una raíz profunda que no sabía que tenía, se activó con una ternura que no conocía. ¿Voy a ser abuela? ¿De verdad? ¿Yo? ¿Ya?

Y sí, claro, luego llega el pequeño susto:"¿Ya tengo edad para eso?" "¿Cómo se supone que debe ser una abuela moderna?" "¿Tendré que aprender canciones de cuna de TikTok?" Pero la verdad es que una parte de mí ya estaba lista desde siempre...

¡Voy a ser abuela! El alma da un pequeño giro cuando te dicen que vas a ser abuela. Y eso, queridas y queridos, es una de las cosas más grandes que me ha pasado en esta vida y no solo eso, no solo por la ternura que se asoma, ni por la alegría que se agolpa en el pecho, sino por algo más hondo: porque en ese instante, te das cuenta de que ahora eres madre... de una madre.

He sido madre muchos años. He amado con la fuerza de quien entrega el alma, pero ahora, mi maternidad se expande. Cambia de forma. Ahora me toca cuidar de otra manera: desde la orilla, desde el sostén silencioso, desde la sabiduría de los años.

Mi hija, mi niña, mi espejo, mi gran maestra, va a ser mamá. Y con esa noticia, mi vida da un giro. La veo embarazada, emocionada, quizá nerviosa... y la sigo viendo también chiquita, con trenzas, abrazando un peluche o con lágrimas por algo que no entendía del todo. Me nace una ternura doble: por ella, y por la criatura que ahora lleva en su vientre. Ver a mi hija convertirse en madre es un privilegio que me conmueve hasta los huesos. Me siento testigo de un rito sagrado: una mujer naciendo a su maternidad, y yo acompañando ese alumbramiento con todo lo que sé, lo que fallé, lo que aprendí.

Ser abuela no es solo ver nacer un bebé. Es ver nacer una nueva versión de tu hija o hijo. Es mirar cómo la vida continúa, cómo lo que sembraste florece en otra generación. Es una emoción que no se parece a nada más. Una mezcla de orgullo, dulzura, nostalgia y una felicidad que huele a pan recién horneado. Voy a amar a esa criatura con una fuerza que me va a hacer nueva.

Y es que en el fondo, me gusta saber que voy a volver a cantar, a abrazar chiquito, a mirar manitas diminutas descubrir el mundo. Que voy a tener otra oportunidad para dar amor sin tanta prisa, voy a volver a aprender con ojos nuevos...

No sé si seré la abuela que hornea galletas o la que lleva al nieto al teatro. Quizá sea la abuela que tenga los bolsillos llenos de dulces y cero reglas el fin de semana para luego decirle: "no se lo digas a tu mamá". No sé si seré la que cuenta historias, lea cuentos o la que enseña a escribir desde el alma. Tal vez sea un poco de todo, quizá solo me toca reír y guiar con amor ligero.

Y claro, también pienso en ese ser que viene en camino. ¿Quién será? ¿Qué vendrá a enseñarnos? ¿A qué vendrá a movernos el corazón? Esto es expansión pura del amor, de nuevas historias tejidas con alegría.

Ser abuela no es retroceder: es subir otro peldaño en la montaña del amor. Este es el abrazo más esperado. Un alma nueva en el nido. Una nueva vida se gesta... y con ella, una nueva yo. Así que, mientras mi hija prepara su nido, yo preparo el alma...

Escrito en: Cariñoterapia abuela, vida, solo, nueva

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