En últimas fechas se ha puesto de moda que las autoridades expidan decretos estrambóticos legaloides, para cambiar el nombre de calles o golfos. La autoridá cree que ejerciendo su potestad (transitoria, a final de cuentas), puede borrar hechos del pasado grabados en la historia, y manipular a su conveniencia la memoria colectiva de la raza. Pero eso nomás sucede en sus delirios de grandeza porque en la vida real, la comunidad define sus costumbres por gusto y las fija mediante la repetición constante.
Enseguida mencionaré tres peripecias vividas en la ciudad de Durango, donde se demuestra que la costumbre es más fuerte que el decreto.
Caso 1. Empezamos con la calle Libertad, que desde su origen en 1901 tenía ese nombre, pero cuando falleció el general Lázaro Cárdenas en 1970, al entonces gobernador de Durango Alejandro Páez Urquidi, se le ocurrió la brillante idea de honrar la memoria del general caído poniéndole su nombre a la susodicha vía pública, lo cual nos ha valido un comino porque todos le seguimos diciendo "Libertad".
Caso 2. A mediados del siglo pasado, los licenciados Rafael Hernández Piedra y José T. Peña Vicario eran integrantes distinguidos del Centro Cultural Durangueño, asociación de intelectuales dedicada a promover la cultura. En abril de 1948, dichos abogados presentaron una solicitud ante el Congreso del Estado de Durango para cambiar el nombre de dos calles, lo que fue concedido en julio de 1948, dentro de los festejos del 385 aniversario de la fundación de Durango. En el crucero de las calles Apartado y Negrete, dichas vías fueron rebautizadas mediante ceremonia oficial: la primera pasó a llamarse "Miguel de Cervantes Saavedra", y la segunda "Capitán Francisco de Ibarra" (esta nueva denominación empezaba en la esquina referida, hasta topar hacia el oriente). Para celebrar el acontecimiento, un inspirado poeta compuso y declamó una pieza oratoria dedicada a Cervantes, la autoridá pronunció sus clásicos discursos rolleros, y la Banda de Música del Estado amenizó la ocasión (seguramente tocaron la marcha de Zacatecas, para estar a tono con el ambiente semi pueblerino-revolucionario-burocrático). Ese acto oficial ostentoso ahora está sepultado en los polvos del olvido, y no sirvió de nada porque seguimos conociendo a esas calles como Negrete y Apartado.
Caso 3. La avenida principal del fraccionamiento Jardines de Durango se llamaba Boulevard de las Rosas desde su fundación en la década de 1970, pero el Ayuntamiento de 2011 cambió la nomenclatura a Juan Pablo II, aún en contra de varios vecinos que se opusieron a la medida, argumentándoles que era un homenaje al Papa que pisó suelo durangueño y oficio misa cerca de ahí. En los hechos, todo mundo le seguimos llamando a esa calle Boulevard de la Rosas.