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CARIÑOTERAPIA

Crónicas tragicómicas del inevitable envejecimiento

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VANESSA BARDÁN PUENTE

El tiempo no perdona y el cuerpo pasa factura. Conforme llega la edad vamos entendiendo que, ya no estamos para brincar bardas. Ahora cumplir años parece un deporte extremo disfrazado de pastel, es como recibir una notificación de actualización del sistema: no sabes qué va a fallar ahora, pero definitivamente algo ya no será igual. Y aunque algunos celebran cada cumpleaños con entusiasmo, otros solo quieren esconderse bajo las sábanas y negarlo todo. Porque seamos sinceros: cumplir años no es lo que era antes, de repente todo cambia, y nadie te avisó. Un día bajas las escaleras cantando, y al siguiente tus rodillas suenan como maracas cansadas de tanto bailar.

Hay un punto en la vida en el que uno deja de despertarse fresco y empieza a amanecer crujiente. Te levantas y suenas como si te hubieran doblado en origami la noche anterior. Y no hablamos de un crack coqueto... hablamos de una sinfonía completa de huesos oxidados. Y ahí lo entiendes: el tiempo no perdona, y tu cuerpo... pasa la factura con intereses y recargos.

Ya hasta te lastimas durmiendo: No hiciste crossfit, no te fuiste de excursión a la montaña. Solo dormiste. Y aun así amaneces con el cuello tieso, la espalda tronada y el alma preguntándose: "¿Qué hice para merecer esto? ¿Respirar mal?". Antes uno podía dormir en una hamaca o torcido en un sillón y amanecía fresco como lechuga. Hoy, dormir 7 horas en tu colchón ortopédico te deja tieso del cuello como estatua griega. ¿Qué pasó ahí, columna vertebral? Éramos amigos... Hasta una simple estirada por la mañana suena como una orquesta desafinada: ¡crack! ¡clack! ¡plop! ¿Eso fue mi cuello o alguien tiró burbujas de plástico bajo la cama?

Y es ahí donde comienza el misterio: ¿Cuándo pasó esto? ¿En qué momento mi cuerpo empezó a sacar facturas?

Tu cerebro sigue joven, no se da por vencido, ni lo acepta, pero, el cuerpo no tanto.... La mente quiere seguir optimista y joven, pero el cuerpo resulta traicionero... Tu mente dice "¡vamos a bailar!", pero tu rodilla te contesta con un "ja, ja... no". Planeas correr, saltar... pero al tercer movimiento, el cuerpo te recuerda: "Disculpa, yo ya me apagué a las 10 p.m., inténtalo mañana con ibuprofeno." Ir al gimnasio es como ir a una guerra silenciosa: hay calentamiento, estiramiento, hidratación, y aun así... sobrevives por milagro. Un intento de sentadilla y quedas atrapado en posición de lagarto a medio morir seco.

Cada vez más a menudo olvidas cosas que tienes en la mano. No hay nada más digno de un premio Oscar que la escena en la que buscas desesperadamente tus lentes durante media hora y los traías puestos en la cabeza, o buscas las llaves mientras las sostienes. Y lo peor: cuando los encuentras, dices: "¡Ay, ya me estoy poniendo como mi mamá!"

Comer ya no es diversión, es un riesgo calculado. El metabolismo se parece al de una tortuga jubilada. Comes una galleta y subes 2 kilos. Respiras cerca de un croissant y te abulta el pantalón. Antes comías pizza a las 3 a.m. y al otro día ibas a trabajar como si nada. Hoy, una rebanada de pan extra te deja con sueño, hinchazón y existencialismo digestivo. Un taco en la noche = 2 días de gastritis. Un café fuerte = palpitaciones + existencialismo. Y ni hablemos de la venganza del pan dulce. Ahora comes con la sabiduría de un anciano zen: lento, agradecido y con antiácido cerca.

Antes: "¡Vamos de fiesta!" Ahora: "¿A las 10? ¿De la noche? Ay, no... yo ya me lavé la cara." Tu idea de aventura ahora incluye: cobija, serie con un tecito de manzanilla, y eso... suena glorioso... Ahora el plan ideal: no moverse. Salir un viernes ya no es atractivo. Tu idea de "fiesta" es una pijama, silencio absoluto y que nadie te pregunte nada. Y si alguien te cancela un plan... ¡Alegría pura! ¡Gracias, universo, por este regalo inesperado!

Sí, amigos, el momento abuelístico llega sin aviso... Sí, envejecer puede doler literalmente... Envejecer no es para cobardes, pero sí para gente con sentido del humor y una colección creciente de ungüentos mágicos. Porque los achaques llegan, claro que sí... pero también llega algo mejor: Llega la hora de dejar de cargar mochilas tipo expedición al Everest y empezar a reírte de ti mismo y disfrutar los pequeños placeres, como elegir el descanso sin culpa y saber que nadie te puede obligar a ir a un antro si ya te pusiste la crema de noche.

Así que si hoy te tronó la rodilla, se te olvidó el nombre del actor de esa película o te dormiste viendo las noticias... ¡Felicidades! Vas madurando como un queso fino: un poco apestoso, pero sabroso...

Escrito en: Cariñoterapia cuerpo, Ahora, nadie, llega

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