
De Política y Cosas Peores
Guardo recuerdos, y los recuerdos me guardan a mí. Ahora soy niño de 6 años, y estoy en la casa del abuelo. La tía Amelia, guisandera de fama en la familia, se dispone a cocinar el pavo de la Navidad. Lo primero que necesita para eso, claro, es el pavo. Ya está aquí. Se le ha traído del rancho San Francisco, donde los Fuentes tienen casa, corral grande y labor. El plumaje del pavo es completamente negro, color poco navideño, pero lo que importa, declara con buen sentido la cocinera, es lo de adentro. Goya, la sirvienta, toma el pavo y lo pone sobre el lavadero de cemento. El niño que soy yo la mira hacer, y piensa si acaso va a lavar al pavo. No. Toma Goya un hacha y con un solo golpe le corta la cabeza al ave. Y aquí viene el recuerdo que nunca se ha ido del recuerdo: el pavo salta del lavadero y corre sin cabeza por el patio. Una memoria así es muy memorable: el niño empieza a presentir las realidades de la vida, y las de la muerte. El pavo mexicano es una de las aves con más nombres: guajolote, cócono, mulito, gallinote, concho o conche, pípilo, totol. Sé de un curioso texto de fray Bernardino de Sahagún referido al guajolote. Dice el fraile que el cócono tiene una gran papada hecha de corales rojos, texcates, que le cuelgan del pescuezo. Añade: "El que quiere mal a otro le da a comer esa carne blanduja para que no pueda armar el miembro viril". A un cierto amigo mío le mencioné la cita, y dijo consternado: "Ahora lo entiendo. Seguramente en una cena de Navidad a mí me tocó esa parte". Pero, un momento. ¿A qué esta larga tirada liminar, o sea introductoria? Viene a cuento para contar algunos cuentos. Un pavo de granja le aconsejó a otro: "No comas tanto. En esta temporada se llevan a los más gordos". Juanilito, amigo de Pepito, le preguntó hace días: "¿Crees en el diablo?". Respondió el chiquillo: "No sé qué pensar. Crees en el diablo, y luego resulta como con Santa Claus, que es tu papá". Tiene razón Pepito. Hay tres etapas en la vida del hombre. Primera: cree en Santa Claus. Segunda: ya no cree en Santa Claus. Tercera: él es Santa Claus. Navidad es la época en la cual compras los regalos de este año con el dinero del siguiente. En efecto, Santa tiene varios nombres: Papá Noel, San Nicolás, Visa, Master Card, American Express. El niñito le preguntó a su papi: "¿Quién dices que me trajo en Navidad mi bici?". Respondió el señor: "Te la trajo Santa Claus". Acotó el chiquitín: "Pues avísale que vino un cobrador a decir que no ha pagado las tres últimas mensualidades". Comentaba una señora: "Mi marido se parece a Santa Claus: está panzón, nunca se rasura y trabaja nada más un día al año". Según el relato bíblico Yahvé le pidió a Abraham que degollara a su hijo. Se explica la crueldad vesánica de ese tremendo dios del Antiguo Testamento: no tenía madre. Jesús, en cambio, sí la tuvo; de ahí su doctrina de amor y de perdón. Pero estoy divagando. Abraham le suplicó al Señor que no le pidiera ese inmenso sacrificio, el de matar a su hijo. Jehová accedió. (Cosa rara, pues él nunca accedía a nada). "Está bien -le dijo al patriarca-. No lo mates. Pero esta Navidad regálale una moto". Santa Claus le pidió a su esposa: "Dame la lista de las niñas buenas. La de las niñas malas la guardaré para después". Sucedió que Santa bajó por la chimenea y fue recibido en la sala por una voluptuosa rubia de exuberantes formas cubierta sólo por vaporoso negligé que dejaba a la vista sus más íntimos encantos. Al parecer el efecto de esa magnífica visión fue inmediato, pues el amable gordinflón dijo para sí: "Joder. Ahora tendré que salir por la puerta. Ya no podré subir por la chimenea". (No le entendí). FIN.