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De política y cosas peores

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ARMANDO CAMORRA

Extraño aspecto mostraba el chofer de Trump cuando aquella mañana llegó a la Casa Blanca.

Iba fumando un puro, llevaba en las manos un pay de calabaza y traía el rostro lleno de manchas de lápiz labial. El jefe de personal le preguntó a qué se debía tan inusitada traza. “Yo mismo no me la explico - manifestó, confuso, el hombre-. Después de pasar un par de días en el campo venía yo por un camino rural, y un cerdo se atravesó al paso de mi vehículo. No pude evitar atropellarlo. Me detuve, desde luego, y fui a la casa donde supuse que vivía el dueño del animal.

Ahí estaba el granjero con su esposa y su hija. Les dije: ‘Soy el chofer de Trump. Acabo de matar al cerdo’.

Sucedió entonces lo que no me explico. El granjero me felicitó, jubiloso; me abrazó y me obsequió un puro.

La señora me agradeció lo que había hecho y me dio este pay de calabaza. Y la muchacha me llamó su héroe y me llenó de besos. De veras, no lo entiendo”. Reconozco que el anterior relato tiene todos los visos de ser apócrifo, pero aun así me sirve para ilustrar el repudio que suscita en muchos la figura del amarilloso ocupante de la Casa Blanca. Dos prominentes cineastas, George Clooney, actor de mucha fama, y Jim Jarmusch, director de películas premiadas, acaban de dejar Estados Unidos para ir a vivir a Francia, y junto con sus cercanos familiares solicitaron y obtuvieron la nacionalidad francesa. Lo hicieron como protesta por las políticas de Trump, sobre todo en materia de inmigración y libertad de prensa. Yo también he protestado contra el megalómano magnate, aunque -obvio es decirlo- mi forma de protestar ha sido bastante más modesta: me he limitado a jurar que no pisaré suelo americano mientras Trump sea Presidente.

Cumplí la promesa en el primer mandato del gorila, y la he cumplido en su segundo. Eso me privó de acompañar a la amada eterna en los viajes al otro lado, y me impide ahora ir ahí con mis hijos y mis nietos. He dejado de gozar los sencillos placeres que antes disfrutaba: mis paseos solitarios de madrugada por la playa de la Isla del Padre; mi compra de libros en Barnes & Noble de McAllen, Texas; mis copiosos desayunos - lumberjack’s breakfast- en el Denny’s; mi búsqueda de chacharitas en la pequeña pulga dominical de Port Isabel. En fin, tan feliz soy en mi casa con mis lecturas y escrituras, mis películas, mi música, mis épicos combates ajedrecísticos contra la computadora, y -sobre todo- la permanente compañía de mis seres queridos, que no extraño aquellas visitaciones. Ahora que el prepotente mandatario yanqui hace que sus enormes navíos y sus aviones supersónicos hundan en mar abierto barquichuelos que ni siquiera sabe de seguro si transportan drogas; ahora que ha atacado ya territorio venezolano, renuevo mi quijotesco juramento de no poner los pies, ni otra parte alguna de mi cuerpo, en territorio estadounidense mientras Trump sea presidente. No puedo establecerme en Francia como Clooney y Jarmusch, y jamás de los jamases renunciaré a mi ciudadanía mexicana, ni siquiera ahora que ya voy para viejo, pero me abstendré de ir al país vecino mientras ese sob sea presidente. “Sob” -cada letra pronunciada separadamente- es abreviación de “son of bitch”. Y ya no digo más. Pirulina le confesó al padre Arsilio: “Tengo malas tentaciones, señor cura, pero caigo en ellas y se me quitan”. Contra toda natura la coqueta gallina del corral mantenía relaciones indebidas con el libidinoso perico de la casa. Cierto día se estaban refocilando en el interior del gallinero cuando se oyó venir al gallo. “¡Es mi marido! -exclamó llena de sobresalto la gallina-. ¡Conozco perfectamente sus pisadas!”. FIN.

Escrito en: OPINIÓN EDITORIALES mientras, Trump, ahora, territorio

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