
Después del trabajo: la promesa de país que aún no existe
Hace un siglo, un economista inglés llamado John Maynard Keynes se atrevió a imaginar un futuro que aún no alcanzamos. No era un académico de teorías abstractas: sus propuestas rescataron la economía mundial de la Gran Depresión e inspiraron las instituciones económicas mundiales. En 1930 imaginó un mundo donde trabajar menos no fuera un privilegio, sino el resultado natural del progreso. Se atrevió a predecir que, gracias a la productividad, el trabajo dejaría de ser el centro de la vida.
Para el 2030 -decía- las nuevas tecnologías elevarían la productividad al grado de multiplicar la economía por ocho, resolviendo la pobreza y reduciendo la jornada laboral a 15 horas semanales. Sin embargo, Keynes no anticipó que los beneficios de esa mayor productividad se concentrarían en los bolsillos de unos cuantos, que el trabajo se volvería en identidad y que culturalmente la híper-exigencia laboral se transformaría en una virtud moral.
Hay una contradicción en la historia económica de México. Durante los últimos 100 años cada trabajador ha producido cada vez más en menos tiempo; la economía creció, se multiplicó. Pero la jornada laboral nunca se movió. Mientras el mundo avanzó hacia jornadas laborales de 38, 35 y hasta 32 horas, México sigue congelado en el tiempo. Desde el 2019 más de una decena de países han experimentado con semanas laborales de 32 horas en cientos de empresas. Los resultados son difíciles de ignorar: 92% de las empresas decidieron mantener la política citando menor estrés, menos ausencias, mayor retención de personal y rentabilidad igual o mayor.
Como millennial crecí escuchando adultos- y algunos jóvenes - romantizar las largas horas de trabajo, la cultura del sacrificio y del "échale ganas". Afortunadamente esa narrativa se desmorona frente a las juventudes que este domingo se movilizaron en más de 25 ciudades para exigir la reducción de la jornada laboral a 40 horas. La mentira se cae sola: ganamos poco, descansamos menos y vivimos estresados. México es el país que más horas trabaja de la OCDE, y 75% de los trabajadores viven atrapados en el agotamiento laboral extremo. Ese relato -que romantiza el desgaste- destruye familias, salud mental, creatividad y tejido social. Y está atravesado por una visión moral tóxica que sigue viendo el ocio como pecado y el descanso como privilegio.
Quienes marcharon por la jornada laboral de 40 horas este domingo entienden algo fundamental: el tiempo libre no es un capricho, es el fundamento de una vida digna. El ocio no es holgazanería. Es cuando uno se recupera, se encuentra, convive, cuida, estudia, lee, ama y crea. Es cuando se cultiva el cuerpo y la mente. Es el terreno donde nace la ciudadanía, la cultura y la comunidad. Sin ocio, no hay democracia viva. Sin descanso, no hay país posible.
¿Por qué en México seguimos trabajando como si viviéramos en 1917? La jornada laboral de 48 horas fue pensada para un país que ya no existe: sin tecnología, sin automatización, sin inteligencia artificial ni economía del conocimiento. Si queremos un México más justo, más humano y más libre, hay que dejar atrás la idea tóxica de que el trabajo es el propósito de la vida.
Trabajar menos no es un lujo: es la promesa de un país que aún no nos hemos permitido imaginar.