
El aguacero
Y se abrieron las cataratas del Cielo.
Génesis 7: 11
El cielo quería terminar, tenía ansia por chorrear toda el agua, las nubes espesas, grises, no cesaban de gotear como hilos continuos. Cuando salimos, el agua llegaba a la rodilla. Fue una gran experiencia tocarla sin zapatos como muchos años atrás, en los charcos que me tocó pisar antes que las ranas llegaran para cantar con su voz ronca y nocturna.
Agradecí haber ido a ese lugar lleno de chavos, donde
Los cuatro jóvenes hacían su mejor esfuerzo para interpretar la música de José Alfredo Jiménez.
Me tomé tres tequilas: el primero, cortesía de la casa. Era septiembre, mes de la Patria. Te veías bien con tu rebozo preferido; te sentías bonita.
Antes de llegar, esa tarde-noche del trece de septiembre, al sitio donde los chavos, se olía el aguacero próximo, con el parpadeo de relámpagos que iluminaban la lejanía: después el aguacero que se deshizo en lluvia nos secuestró.
Desde el balcón en el segundo piso del Café Arte Vicent lo podía ver todo: la plaza, los transeúntes, la vendedora de elotes cubierta con la gran sombrilla de gajos azules y blancos, la carrera, el agua como río, hilos largos que no terminan.
Y pensaba en ti, me encontraba contigo en el tiempo como un reflejo, como una ilusión que sostenía mi vida.
La calle parecía un mar furioso arrastrando todo. El
Quiosco iluminado de colores pastel, como burbujas
Donde se descompone la luz de los faroles. Gente corriendo por la calle Constitución, que a esa hora simulaba ser un arroyo grande. Los músicos del quiosco perdiendo notas por el aguacero. Se oía la lluvia fuerte, como palmeras gran des en movimiento. La gente corría mojándose; una muchacha sin zapatos jugaba con la creciente, otra tapaba las mercancías con el plástico blanco.
El cielo gris intenso, el reloj de Catedral empañado sin dejar ver la hora. Adentro,
Con el olor a cigarrillo y tequila se entonaba "pero sigo
Siendo el rey", con la juventud del muchacho del paliacate rojo, la chica de la voz y el guitarrista del pantalón ceñido.
Al salir olía a noche limpia. En el rincón de casa encontré una gotera que sonaba como un viejo tambor, y los versos en la voz lejana del poeta: Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro- tal vez un jueves, como es hoy de otoño...