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El aguinaldo

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J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

"Deme mi aguinaldo!", clamaban los niños pobres a los señores bien trajeados, con esa mezcla de súplica y picardía que solo la infancia sabe ejecutar. No eran limosneros, sino pequeños estrategas de temporada que aspiraban a una golosina imposible en cualquier otro mes del calendario.

El aguinaldo, palabra y costumbre, es un verdadero cajón de sastre: puede significar dádiva voluntaria, bolsa de dulces, canción navideña o pago laboral. Todo depende de quién lo pronuncie y en qué contexto.

Su origen, muy incierto según los filólogos, está en la locución latina "hoc in anno" (en este año), expresión festiva que, tras varios tropiezos fonéticos, acabó convertida en "aguinaldo". Los romanos, siempre tan dados a inventar tradiciones, se regalaban flores y baratijas en honor a los dioses al comenzar el año. Cuando Roma y sus alrededores se empezaban a poblar, el rey Tito Tacio, gobernante que se supone compartió el trono con Rómulo, repartía berbenas blancas -unas flores que se daban durante el periodo invernal- a romanos y sabinos, convencido de que un ramo floral podía garantizar la paz mundial. Todo esto sucedía alrededor del primer día del mes dedicado a Jano, dios de las puertas, que años después derivó en la celebración del Año Nuevo en el Imperio Romano.

Con el tiempo, la costumbre se volvió menos poética y más onerosa: los súbditos debían hacer regalos al príncipe, y los discípulos al maestro. Los presentes pasaron de flores a objetos cada vez más caros. El aguinaldo dejó de ser un gesto simpático y se convirtió en un impuesto disfrazado de afecto. Así permaneció durante el tiempo de los césares, y trascendió hasta la era cristiana.

Los padres de la Iglesia predicaron contra esta práctica: ¿cómo podía el rico exigir presentes al pobre en nombre de Cristo? Así, la obligación se desterró, aunque la costumbre sobrevivió en versión más humilde, pues con ocasión del Año Nuevo, los campesinos dejaban alimentos fuera de sus casas para que los disfrutaran viajeros y peregrinos, sin esperar nada a cambio. Una especie de reliquia medieval, pero sin asado ni siete sopas.

El lector avispado notará que el aguinaldo nació ligado al Año Nuevo, no a la Navidad. Pero como ambas fiestas se acercan en el calendario hasta abrazarse, la confusión fue inevitable. Hoy los niños piden su aguinaldo como si fuera sinónimo de Navidad, y los adultos responden con dulces, monedas o, en algunos casos, sólo con paciencia.

En México y América Latina, el aguinaldo se multiplicó en significados. Está la bolsa de dulces en las posadas, antaño de papel de estraza con cacahuates, naranja, tejocotes y dulces sin envoltura que se vendían a granel, y hoy de plástico brillante con palomitas y caramelos envueltos (más higiénicos, pero menos románticos). Está también el aguinaldo-canción, que son los villancicos que se entonan con ternura durante el novenario previo a la natividad. Y, por supuesto, está el aguinaldo más esperado: el pago extraordinario que los patrones entregan a sus empleados en diciembre.

Este último no es un regalo, sino un derecho consagrado en la Ley Federal del Trabajo. Aunque algunos lo llaman "bono navideño" para evitar resonancias religiosas, la ley es clara: se llama aguinaldo, y así debe mencionarse. Porque, al fin y al cabo, nada alegra más las fiestas navideñas que una bolsa de dulces …o un depósito bancario.

Pero el aguinaldo no es solo economía o folclor: es también memoria cultural. En los pueblos y en los vecindarios, la entrega de la bolsita de dulces durante las posadas era un rito de comunidad. Los niños esperaban con ansias ese momento, y los adultos lo organizaban como un acto de cohesión social. El aguinaldo era un símbolo de pertenencia, quien lo recibía se sabía parte de la fiesta.

Quizá por eso sigue vigente. Porque el aguinaldo, más que un objeto o un pago, es un gesto. Y los gestos, cuando se repiten año tras año, se convierten en rituales. El aguinaldo es el recordatorio de que la fiesta no se celebra solo con luces y banquetes, sino también con pequeños obsequios que, aunque modestos, alegran el corazón.

Al final, lo que permanece es la alegría de recibir algo inesperado: una flor, un dulce, una canción, un depósito. El aguinaldo forma parte de la alegría navideña.

Escrito en: OPINIÓN EDITORIALES aguinaldo, durante, dulces, niños

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