
El fin de la ilusión globalista: una estrategia para México ante el trilema del T-MEC
"Simpatizo, por lo tanto, con aquellos que minimizarían, más que con aquellos que maximizarían, el entrelazamiento económico entre las naciones... Que las mercancías sean de fabricación nacional siempre que sea razonable y convenientemente posible y, sobre todo, que las finanzas sean principalmente nacionales." - John Maynard Keynes, en "National Self-Sufficiency" (1933).
La revisión del T-MEC se aproxima no como una negociación comercial rutinaria, sino como el síntoma de un cambio tectónico en la economía política internacional. Para navegar esta incertidumbre, debemos recurrir a la brújula teórica más lúcida de las últimas décadas: El trilema político de la economía mundial, de Dani Rodrik.
La tesis de Rodrik es lapidaria: en el diseño de cualquier arquitectura global, es imposible alcanzar simultáneamente tres objetivos: 1) Hiperglobalización, 2) Soberanía nacional y 3) Democracia. Las naciones enfrentan una restricción presupuestaria política ineludible: solo pueden elegir dos vértices, sacrificando necesariamente el tercero.
Durante treinta años, bajo el "Consenso de Washington", México apostó por la Hiperglobalización y la Soberanía (parcial), esperando que la Democracia se ajustara sola. Hoy, esa apuesta es inviable. Estados Unidos, impulsado por el America First, ha revelado sus cartas: está sacrificando la integración global profunda para recuperar su Soberanía y responder a las demandas de su política doméstica. El libre comercio irrestricto ha muerto en Washington.
¿Cuál es la respuesta óptima para México?
El error estratégico más grave sería intentar sostener unilateralmente una Hiperglobalización que nuestro socio principal ya abandonó. En términos de teoría de juegos, si Estados Unidos juega a cerrar fronteras (Estrategia de Soberanía) y México insiste en mantenerlas abiertas a toda costa (Estrategia de Globalización), terminaremos en el peor escenario posible: la sumisión satelital. México absorbería todos los costos del ajuste, aceptando imposiciones laborales y aranceles sin capacidad de respuesta, erosionando nuestra propia democracia.
La conclusión analítica es clara: México debe transitar hacia una estrategia de "Soberanía Inteligente".
Esto implica aceptar que el mundo se dirige hacia una slowbalization o comercio administrado. En la mesa del T-MEC, nuestra mejor jugada -nuestro equilibrio estable- es priorizar también nuestra Soberanía y nuestra Democracia. Debemos estar dispuestos a sacrificar cierto grado de integración económica (aceptar fricciones comerciales) a cambio de retener la autonomía sobre nuestra política industrial, energética y social.
No se trata de proteccionismo arcaico, sino de reciprocidad estratégica. Si Estados Unidos utiliza aranceles para proteger sus industrias, México debe tener la capacidad institucional para hacer lo mismo, protegiendo así el contrato social con sus ciudadanos.
La recomendación final es de un realismo duro: el T-MEC debe dejar de verse como un fin en sí mismo y pasar a entenderse como un instrumento regulado. La prosperidad de México ya no dependerá de qué tanto nos integremos ciegamente al norte, sino de nuestra capacidad para gestionar una "Coexistencia Westfaliana": comerciar vigorosamente, sí, pero reservándonos el derecho a decidir nuestro destino, tal como lo hacen nuestros vecinos.