
El 'nearshoring' que nunca fue y... ¿nunca debiera ser?
La historia económica reciente de Durango es una de sueños rotos, emigración y subempleo. Durango enfrenta una crisis crónica de empleo digno, donde la informalidad y la emigración son una válvula de escape.
Ante esa tragedia, la clase política insiste en la industrialización; quisieran transformar nuestra ciudad para convertirnos en una copia gris de Monterrey, San Luis Potosí o León. La amenaza de aranceles y la automatización laboral nos obliga a cuestionar esta obsesión por fábricas fantasmas que solo existen en discursos.
En 2016, el hoy Gobernador del Estado prometió en campaña la llegada de una armadora con 70 mil empleos; aún esperamos su llegada. Ocho años después, se insiste con esa visión y se repite el guion de anunciar inversiones históricas para generar 110 mil empleos, lo cual sería un logro increíble pues Durango necesita generar entre 20 mil y 22 mil empleos anuales para poder absorber a los egresados y para ir integrando al empleo digno a los miles de trabajadores subempleados (estimado propio con datos del PND 2018-24 y SEP).
¿Cuántos abogados o ingenieros duranguenses manejan en Uber o Bolt hoy por la falta de oportunidades? El discurso es atractivo pero las estadísticas son demoledoras: en casi los últimos dos años apenas se han sumado poco más de 500 nuevos empleos (IMSS).
No basta manifestar y prometer esas inversiones. Mientras tanto, Trump amenaza con aranceles alejando inversiones y la robotización reemplaza obreros; urge cuestionar esta obsesión por fábricas que podrían no llegar.
El mito de la industrialización salvadora sobreestima sus beneficios e ignora sus costos. En muchas de esas ciudades "industrializadas" se respira veneno. En Monterrey, espejismo del progreso, se tiene un aire tóxico que mata a dos mil 500 personas prematuramente al año y que causó más de 700 mil casos de enfermedades respiratorias en el 2023 (CEMDA).
León -la ciudad con más pobres del país- y San Luis Potosí -con índices similares a Durango- desmienten el cuento de que las naves industriales acaban con la pobreza. Hasta la fallida megafábrica de Tesla en Nuevo León prometía menos de la mitad de los empleos anunciados en 2016, a pesar de que hubiera sido la planta más grande del mundo.
La paradoja es reveladora: nuestra baja dependencia económica de exportaciones (12% contra más del 40% en estados industrializados como Nuevo León, San Luis Potosí, Guanajuato y Coahuila) nos hace más resilientes ante la crisis que se avecina (estimados propios con datos Inegi 2023).
En lugar de perseguir chimeneas, se debería priorizar el desarrollo económico local. Es obsceno que solo el 13% de las compras públicas estatales beneficien a empresas duranguenses.
¿Por qué no apostar por el talento cultural, el trabajo remoto y una ciudad del buen vivir? ¿O apostar a desarrollar el ecoturismo y la cinematografía local?
Jaime Lerner, el visionario urbanista, ya lo advirtió en el 2008 al estudiar nuestra ciudad: Durango debe aspirar a ser "la capital de calidad de vida del norte", no una ciudad contaminada gris e industrial.
Tenemos lo que otras ciudades contaminadas añoran; aire limpio, agua y más tiempo para nuestras familias (cortesía de las distancias cortas). El desarrollo no es lineal; existen muchos caminos, algunos que nos llevan en sentido contrario y no uno solo que todos debamos seguir.
Durango no es Monterrey ni León; contamos con los elementos necesarios para saltar a un modelo de desarrollo posindustrial. Tenemos los recursos necesarios: paisajes hermosos, recursos renovables, geografía funcional para la movilidad humana y capital social transnacional de un millón de duranguenses (nuestros paisanos).
La obsesión por imitar modelos caducos es ingenua y nos condena a repetir errores ajenos. El futuro no está en las fábricas que no llegan, sino en escribir nuestra propia fórmula de prosperidad.
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