
El silencio cómplice
Una página en blanco. Eso es lo que queda cuando los gritos de las mujeres, la ausencia de los padres y el dolor de una sociedad rota son ahogados por el ruido de la coyuntura. México vive inmerso en una paradoja: nunca hemos hablado más de violencia y nunca hemos sido más indiferentes ante las raíces que la alimentan.
Mientras los titulares se llenan de cifras de homicidios, escándalos de corrupción y pugnas partidistas, hay una crisis que avanza en silencio: la de los hogares donde las mujeres cargan solas con la vida, donde la paternidad es una opción, y no una responsabilidad, y donde el Estado responde con discursos, no con soluciones.
Se nos ha olvidado lo esencial. El debate sobre el aborto, por ejemplo, ha sido secuestrado por la polarización. Se reduce a "estar a favor o en contra", mientras miles de mujeres toman la decisión desde la desesperación, sin red de apoyo, sin opciones reales. ¿Dónde está el Estado garantizando educación sexual, acceso a anticonceptivos, apoyo a la maternidad y protección social para que ninguna mujer se vea arrinconada? Eso no vende, no polariza, no desvía la atención.
Pero hay otra cara de la misma moneda, una de la que casi no se habla: la educación de los hombres. Seguimos criando niños que mañana serán adultos ausentes, que ven el cuidado de los hijos y el hogar como una tarea femenina. No es casualidad: al sistema le conviene mantener intactos estos roles. Hombres que no cuestionan, que no sienten, que no se hacen cargo, son funcionales a una lógica de poder que premia la productividad económica sobre la vida digna.
Es más fácil señalar a las mujeres que asumir que el problema también es de aquellos hombres que abandonan, que violentan, que se desentienden. Es más cómodo para el poder que discutamos sobre bandos ideológicos que exigir una educación desde la infancia que enseñe a los niños que la paternidad es cuidado, que la fuerza no es dominación y que la responsabilidad no es opcional.
México no necesita más discursos vacíos. Necesita políticas públicas que prevengan en lugar de castigar, que apoyen en lugar de juzgar. Necesita que los medios, los políticos y la sociedad dejemos de lado la comodidad de la indignación momentánea y empecemos a mirar hacia la raíz: la familia, la escuela, los valores que construimos día a día.
Si no cambiamos la forma en que criamos a nuestros hijos e hijas, si no exigimos que el Estado deje de usar los temas sociales como moneda de cambio político, seguiremos perpetuando un ciclo de dolor y abandono.
La verdadera revolución será silenciosa: será la de los hombres que crían, la de las mujeres que eligen sin miedo, la de una sociedad que decide, por fin, hacerse cargo de sí misma.