
Varios estudios han vinculado el calor extremo con un incremento en la irritabilidad, el cansancio y los trastornos del sueño.
Aunque es raro para algunos que ocurra durante esta época del año (en su mayoría sucede en los meses de frío, como lo son noviembre, diciembre y enero), la realidad es que existe y afecta severamente el estado de ánimo.
Se origina en causas tan sutiles como tangibles: la alteración de los hábitos diarios, la disminución del contacto social y los efectos físicos provocados por las altas temperaturas.
En otras palabras, la depresión de verano se da durante una temporada en la que muchos suelen tomar vacaciones. Si eres estudiante, los meses de julio y agosto pueden significar descanso, pero también soledad. Dejas de ver a tus amigos todos los días, y esto provoca que la melancolía se haga presente. Aunado a esto, el clima húmedo y lluvioso tampoco ayuda.
Para las personas que enfrentan ansiedad, la falta de estructura puede resultar profundamente desorientadora. La rutina funciona como un ancla emocional: despertarse a una hora fija, cumplir metas cotidianas, seguir horarios establecidos. Sin esa guía, puede surgir una sensación de vacío que favorece la aparición de inquietud, insomnio y pensamientos no deseados. Lo que en teoría debería ser un descanso -el tiempo libre- puede transformarse en un factor adverso si no se encuentra una forma saludable de aprovecharlo.
Si es que ya trabajas, la depresión de verano se ve reflejada como un anhelo de querer descansar en casa como la mayoría lo hace o, en su caso, poder disfrutar de la playa y no tener que pasar esos días en la oficina. Si tienes dudas, consulta a un especialista que te guiará en este proceso.