Halloween vs. Día de Muertos: el falso pleito que México convirtió en fiesta

Durante años se ha repetido la idea de que Halloween y el Día de Muertos libran una batalla por el alma (y las calaveras de azúcar) de los mexicanos. Que uno es “importado” y el otro “patrimonio cultural”. Pero la realidad es menos trágica y mucho más divertida: no hay guerra, hay convivencia… y en muchos casos, fusión.

En las calles mexicanas, y por supuesto, en Durango, los disfraces de bruja desfilan entre altares con flores de cempasúchil. Los niños piden dulces disfrazados de catrinas y los jóvenes decoran con telarañas naranjas sobre fotos de sus seres queridos. Lo que comenzó como una aparente “invasión” terminó siendo un matrimonio por conveniencia entre dos formas distintas de honrar lo que nos da miedo: la muerte, el más allá y el olvido.

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Del susto al altar: cómo México adoptó (y reinventó) Halloween

Históricamente, Halloween llegó a México a mediados del siglo XX gracias a la televisión, el cine y las tiendas fronterizas. Se coló en escuelas privadas y luego conquistó las colonias populares. Pero en lugar de desplazar al Día de Muertos, lo complementó. En palabras simples: el 31 se juega al susto; el 1 y 2 se honra con cariño.

Y aunque los puristas del folclor insisten en que son “celebraciones opuestas”, la generación Z ya no distingue fronteras culturales. Para ellos, disfrazarse de “La Llorona zombi” o montar un altar con calabazas talladas es parte del mismo ritual: celebrar la vida, reírle a la muerte y aprovechar cualquier excusa para decorar la casa.

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Entre cempasúchil y calabazas: el sincretismo más colorido del año

El Halloween mexicano, con dulces “de tamarindo”, calaveras fluorescentes y catrinas con glitter, demuestra algo claro: la globalización cultural no siempre borra identidades, a veces las pinta de naranja.

En Durango, esa mezcla se nota en las calles del Centro Histórico y las colonias de la ciudad, donde los puestos de disfraces comparten espacio con altares, y los niños cambian el “trick or treat” por un simple, pero efectivo: “¿me da mi calaverita?”

Más que una competencia, se trata de una alianza cultural que cada año se vuelve más creativa y auténticamente mexicana. Porque aquí, los muertos no se espantan con máscaras, sino que se unen a la fiesta.