
Identidad. Los diversos corridos y canciones de regional mexicano son interpretadas a diario.
En la Plazuela Baca Ortiz, entre el tránsito cotidiano y la sombra que proyectan los árboles del Centro Histórico, la música norteña se alza como costumbre e identidad.
Cada día, sin excepción, distintos grupos de músicos populares se instalan en sus esquinas con instrumentos al hombro, listos para acompañar la jornada con acordes que forman parte del imaginario colectivo.
Entre ellos se encuentra Gregorio Hernández, músico de 42 años que ha dedicado más de dos décadas a este oficio. Toca varios instrumentos, entre ellos la tarola, y afirma que su relación con la música va más allá del trabajo: "Esto me nace", afirma, puntualizando que su trayectoria tiene raíces familiares, destacando que su tío, Rumualdo Hernández, figura como uno de los pioneros del gremio local.
UNA HERENCIA ARTÍSTICA Y MUSICAL
En la misma plazuela, Alfonso Bailón acomoda con precisión su tololoche. Comenzó a tocar a los 25 años, influenciado por vecinos que insistieron en que aprendiera, para que se uniera a ellos como un conjunto: "Yo no sé cómo, pero le empecé a dar... y hasta que me enseñé", recuerda y, desde entonces, ha llevado su música de la Sierra a Estados Unidos, pasando por escenarios universitarios y plazas públicas.
Ambos coinciden en que el entorno define su ejercicio profesional. En la Baca Ortiz se turnan con otros músicos, de manera informal pero coordinada: "A veces anda uno con unos, a veces con otros", comenta Gregorio. Lo esencial, aseguran, es mantener la presencia, el respeto con el público y la disposición a tocar en cualquier contexto, desde serenatas hasta despedidas y fiestas.
SONIDOS TRADICIONALES DE DURANGO
El repertorio está marcado por los sonidos del norteño tradicional, con acordeón, bajo sexto, guitarras, tololoche y percusiones menores presentes.
Es una expresión que no solo entretiene, sino que carga con el peso de lo simbólico: "La música es cultural. Ya es un patrimonio", afirma Gregorio, convencido de que esta práctica forma parte del ADN sonoro de Durango.
Para Alfonso, la música ha significado movilidad y arraigo. Durante 10 años fue parte del ballet folklórico de la UJED y gracias a ello obtuvo la visa que más tarde le permitió trabajar en Estados Unidos por dos décadas: "De aquí vivo y, con orgullo, puedo decir que la música es mi trabajo, y con esto les tengo un lugar a mis hijos".
HISTORIA Y PRESENTE
Pese a su papel central en el tejido cultural, ambos reconocen que el oficio carece de impulso oficial y no tiene ningún apoyo ni difusión por parte de las dependencias gubernamentales: "No ha evolucionado nada (el negocio) ... si hubiera apoyo, esto sería como la Plaza Garibaldi, en la Ciudad de México", reflexiona Gregorio. La falta de políticas públicas ha limitado las posibilidades de profesionalización del sector.
Aun así, en la Plazuela Baca Ortiz la música no cesa. Tarolas, tololoches y voces resuenan como parte de la rutina urbana y para quienes interpretan y escuchan, no se trata solo de llenar los espacios vacíos, pues es preservar una práctica viva que resiste desde el trabajo, el sonido y la memoria, y la cual ha trascendido por más de una generación de músicos duranguenses.



