
La esclavitud no es un fantasma del pasado, sino una realidad que se reinventa
La esclavitud, una de las instituciones más antiguas y brutales de la humanidad, se ha transformado a lo largo de los siglos, adaptándose a los cambios económicos, políticos y sociales. Desde las plantaciones de algodón en el sur de Estados Unidos hasta las fábricas clandestinas actuales, la explotación del ser humano ha persistido bajo diferentes formas. Por ejemplo, en las sociedades precolombinas la esclavitud tenía un carácter temporal-vinculado a ciclos agrícolas-; hoy hemos llegado a un sistema de opresión que no conoce estaciones: la esclavitud moderna, perpetua e implacable.
En culturas antiguas, la esclavitud no era precisamente de por vida; en ocasiones, se utilizaba como una forma de pagar una deuda o un castigo por un crimen, pero no se heredaba de padres a hijos, como en el caso de la mercantilización racializada donde millones de africanos murieron en el viaje en los barcos negreros, y los que sobrevivían eran obligados a trabajar hasta la muerte en plantaciones, minas y casas.
A pesar de que hoy la esclavitud está prohibida en todo el mundo, sigue existiendo, aunque más difícil de ver o percibir, y es que, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 50 millones de personas viven en condiciones de esclavitud, como el trabajo forzado, la esclavitud por deudas y el secuestro y trata de personas.
Un obrero en una fábrica de iPhone en China (documentado por el China Labor Watch) o un jornalero en los campos de fresas de España (investigado por El País, 2018) trabajan 12-16 horas diarias, sin descanso anual, encerrados en un sistema que los devora.
El caso Rana Plaza (Bangladesh, 2013), en donde una fábrica textil colapsó, matando a mil ciento treinta y cuatro obreros, incluyendo niños, forzándolos a laborar de 14 a 16 horas diarias por salarios de menos de tres dólares al día, en condiciones peligrosas, estando vinculadas marcas como Primark, Benetton y Walmart (BBC, The Guardian).
La esclavitud en cadenas de suministro en el Congo, donde 40 mil niños trabajan en minas de cobalto (metal usado en baterías de celulares y autos eléctricos). Las empresas vinculadas con estos crímenes son Apple, Tesla y Samsung (Amnistía Internacional, 2016).
En Norteamérica, el caso de migrantes mexicanos en campos de Naranjas en Florida, donde son amenazados con armas para trabajar sin pago en plantaciones de Citrus (US Department of Justice, 2022).
A diferencia de la esclavitud antigua-que a veces terminaba-, la de hoy puede durar toda la vida, porque el sistema económico global permite que los más pobres sean explotados sin escapatoria.
La humanidad ha cambiado las cadenas de hierro por las cadenas económicas. Ya no somos esclavos por un ciclo de cosechas, sino esclavos de un sistema que exige productividad infinita. La abolición legal no acabó con la explotación; solo la hizo más sofisticada. Como escribió David Graeber en Debt: The First 5,000 Years (2011), la deuda y el salario precario son los nuevos grilletes. La verdadera libertad llegará hasta que rompamos las cadenas visibles e invisibles que nos atan.