
La peligrosa lógica del 'roba, pero reparte'
En los últimos tiempos, una narrativa peculiar y moralmente corrosiva ha ganado terreno en el debate público. Se resume en una frase aparentemente ingenua: "Sí, hubo corrupción, pero al menos las pensiones, las becas y las obras llegaron". Esta idea, que pretende justificar lo injustificable, no es solo un error de percepción; es un veneno para los cimientos de una República. Equivale a argumentar que un barco es mejor capitaneado por un pirata que reparte botín entre la tripulación que por un navegante honesto que custodia la carga para su legítimo destino.
La primera y más grave falla en este razonamiento es su bancarrota ética. La administración pública no es un feudo medieval donde el señor, por gracia divina, reparte limosnas a sus siervos. Es un contrato social basado en la confianza. Los recursos públicos -cada peso - son el fruto del trabajo de los ciudadanos, capturados a través de impuestos destinados al bien común. Celebrar que un gobierno "hizo llegar" recursos a pesar de haberse "llevado su parte" es como agradecerle a un mayordomo que, tras saquear la bodega, tenga la gentileza de servir la cena. Lo virtuoso, lo indispensable, es que el mayordomo no robe. El servicio es su obligación, no un favor.
Cuando normalizamos el "roba, pero reparte", institucionalizamos la corrupción. La convertimos en un impuesto más, en un mal necesario. Y, como todo mal normalizado, termina por carcomer las instituciones. Se debilita la rendición de cuentas, se anula a los órganos fiscalizadores y se premia la lealtad al caudillo sobre la eficiencia en la administración. El mensaje que se envía es claro: lo importante no es la honradez, sino la capacidad de mantener contenta a la población con dádivas financiadas, en parte, con su propio dinero sustraído.
La segunda falacia reside en la palabra "alcanzó". ¿Alcanzó para qué? ¿Alcanzó porque la administración fue tan eficiente que multiplicó los panes y los peces? La historia económica nos enseña que rara vez es así. Generalmente, "alcanza" porque se han tomado decisiones miopes: porque se han desviado recursos de rubros vitales, pero menos visibles -como la ciencia, la cultura, la salud preventiva o el mantenimiento de infraestructura- hacia programas de alto impacto mediático y clientelar.
"Alcanzó" porque se priorizó la obra pública emblemática y fastuosa sobre la inversión en hospitales bien equipados o en universidades de excelencia. "Alcanzó" porque se decidió financiar el presente hipotecando el futuro, ya sea mediante el endeudamiento encubierto o el agotamiento de fondos de estabilización que eran el colchón de seguridad de las próximas generaciones. El "alcanzó" inmediatista es el padre del "no habrá" del mañana. Es pan para hoy y hambre para mañana.
Finalmente, esta narrativa se sustenta en una comparación deliberadamente distorsionada: la idea de que la única alternativa al gobierno actual era un pasado nebuloso y uniformemente terrible, encapsulado en la etiqueta despectiva de "PRIAN". Esta simplificación borra de un plumazo décadas de complejidad política, con gobiernos de distintas siglas que tuvieron aciertos y fracasos, avances y retrocesos. No se trata de blanquear el pasado, sino de rechazar la manipulación que lo pinta como una era de pura esterilidad para hacer que el presente, con todos sus defectos, parezca un mal menor.
No caigamos en la trampa. La disyuntiva no es entre un gobierno que roba y reparte y uno que no robaba y no repartía. La verdadera disyuntiva, la que exige cualquier sociedad que se precie de ser democrática, es entre un gobierno honesto y eficiente que administra con transparencia los recursos para el desarrollo integral de la nación, y uno que, bajo el manto de un supuesto "bienestar", socava las instituciones y nos convierte a todos en cómplices silenciosos de nuestro propio saqueo.
Exijamos, pues, ambas cosas con igual vehemencia: que los recursos lleguen a quienes deben llegar y que el camino que recorren esté libre de corruptelas. No nos conformemos con las migajas del festín del que nosotros mismos somos los anfitriones. La grandeza de una nación no se mide por lo que un gobierno reparte, sino por lo que construye con integridad para el porvenir de todos sus ciudadanos.