
Poder y pureza
De los redentores políticos, ¡líbranos, Señor! Fascistas, comunistas o populistas, todos creen encarnar la pureza y se sienten con derecho a imponerla: yo soy puro, tú eres impuro, yo te purificaré. En la historia, ese delirio personal ha suscitado innumerables delirios colectivos, con resultados devastadores.
En el mundo físico, la pureza parece una condición deseable. Nadie en su sano juicio (y aun fuera de él) bebe agua contaminada, ingiere alimentos en estado de descomposición o se expone a contraer un virus mortal. Algo muy sabio contienen las reglas higiénicas milenarias, pero su propósito era menos la pureza que la salud. Y la naturaleza es sabia: un jardín sin impureza se vuelve un yermo.