
El teatro recibió al Papa Juan Pablo II, donde se reunió con empresarios.
En el marco del aniversario de la fundación de Durango, hoy le damos espacio a uno de los recintos más emblemáticos: el Teatro Ricardo Castro.
Este edificio, fiel testimonio arquitectónico, histórico y simbólico de una ciudad que ha sabido transformar sus heridas en fuerza cultural.
Nacido del anhelo por conmemorar el Centenario de la Independencia de México, el teatro fue desde el inicio una promesa de grandeza para Durango.
Para reconstruir la historia de este majestuoso lugar, platicamos con el historiador y cronista de la ciudad, Javier Guerrero Romero.
Detalló que a finales del siglo XIX, el presidente Porfirio Díaz instruyó a todos los estados del país construir obras conmemorativas rumbo al año 1910. "En Durango se definieron tres grandes proyectos: una nueva penitenciaría, un hospital moderno y un teatro que originalmente sería conocido como 'Teatro Nuevo'".
EL INICIO DE LA HISTORIA
La construcción arrancó en 1899, tras un concurso internacional de arquitectura. Aunque el proyecto ganador fue el del ingeniero King, radicado en Nueva York, contratiempos contractuales lo dejaron fuera.
El diseño que finalmente vio la luz fue obra del ingeniero duranguense Zubiría y Campa. "El teatro estaba pensado como una obra monumental que dignificara la ciudad en el marco de los festejos del Centenario", señaló el historiador.
Sin embargo, la falta de recursos económicos impidió su finalización a tiempo. Cuando llegaron los festejos de 1910, el teatro seguía inconcluso.
UN TEATRO CON MUCHAS VIDAS
En los años veinte, el espacio comenzó a utilizarse como arena de lucha libre y para funciones teatrales modestas. Más tarde, el auge del cine lo convirtió en una sala cinematográfica, función que cumplió durante décadas.
Pero en junio de 1951, el destino volvió a cambiar pues un incendio destruyó su interior, incluyendo el techo de madera y toda la herradura de palcos, dejando en pie únicamente la estructura de cantera.
De inmediato, comenzó su rehabilitación. Con un diseño ya adaptado al uso como sala de cine, se reabrió bajo el nombre de Teatro Principal Ricardo Castro, y más adelante fue adquirido por la Compañía Operadora de Teatros.
El cierre definitivo llegó en los años 80, "previo a la visita del Papa Juan Pablo II, quien sostuvo en ese lugar una reunión con empresarios", destacó Guerrero Romero.
Pero fue gracias a la gestión del gobernador José Ramírez Gamero que el inmueble fue donado al Estado y se emprendió su transformación definitiva.
En 1992, renació como Teatro Ricardo Castro, con una vocación plenamente artística. Desde entonces, ha sido sede de incontables presentaciones culturales y ha recibido trabajos de mantenimiento sin alterar su esencia original.
SÍMBOLO DE IDENTIDAD
Aunque por ley no puede ser considerado un edificio histórico (al ser posterior a 1900), el Teatro Ricardo Castro tiene un alto valor estético y simbólico.
"Es una joya arquitectónica del Porfiriato tardío. Representa el orgullo y la pertenencia de los duranguenses", detalló.
El investigador Javier Guerrero, explicó que hay detalles que suelen pasar desapercibidos pero que encierran gran riqueza simbólica, "el friso de su portada, por ejemplo, exhibe los rostros esculpidos de grandes músicos, incluyendo a Ricardo Castro.
También persisten algunos elementos originales de antimonio en las protecciones de las ventanas, rescatados tras el incendio".
UN REFLEJO DE DURANGO
El teatro no solo representa un espacio físico es también un símbolo emocional y colectivo. Para Guerrero, su preservación tiene una dimensión profunda.
"Cuando un duranguense ve una foto del Teatro Ricardo Castro, lo conecta de inmediato con la ciudad, con sus recuerdos, con su historia", afirma.
Por eso es tan importante cuidar estos edificios, porque "el patrimonio cultural no es solo tangible, también es intangible. Nos pertenece porque nos representa", concluyó el historiador de la ciudad.
Debut de Plácido Domingo
Durante su época como teatro y cine, el teatro fue la sala principal de la ciudad. Uno de los capítulos más entrañables de su historia es la residencia temporal de Pepita Embil y Plácido Domingo Ferrer, padres del tenor Plácido Domingo. Vivieron en un departamento en la parte alta del teatro, cuando administraban varios recintos propiedad de Isauro Martínez, entre ellos el Teatro Victoria, el Principal y el Imperio.
Ahí, siendo niño, Plácido Domingo hizo su debut como cantante".
Momentos clave
Las obras comenzaron en 1899; sin estar concluido, comenzó a usarse como arena de lucha libre.
En 1951, tras su incendio, reabrió como Teatro Principal Ricardo Castro.
Tras la visita de Papa Juan Pablo II, y ya siendo del Estado, se rehabilitó y reabrió en 1992 como Teatro Ricardo Castro.


