
Tres muertes
Una sencilla profecía afirma: "No hay dos sin tres". En días pasados, la fatalidad numérica volvió a ser cierta. Los fallecimientos de Jordi Arenas, Mónica Maristain y Eduardo Hurtado empobrecen nuestro panorama cultural. La deuda que contraje con ellos obliga a evocarlos en forma autobiográfica.
Conocí a Jordi en los setenta, cuando decidió que su formación en literatura y filosofía debía perfeccionarse en un bar. Su voz tonante, nunca mitigada por las paredes, animaba las tertulias de El Hijo del Cuervo. Pensé que sería un estupendo autor sin obra (a no ser que alguien anotara sus exaltadas disertaciones), pero encontró un medio a su medida: la televisión cultural. En Canal 40 creó una escuela donde el temario dependía de su intenso estado de ánimo. Ahí se formaron dos protagonistas del teatro mexicano: el dramaturgo Flavio González Mello y el director Antonio Castro. En las juntas de trabajo, Jordi revisaba con enjundia sus errores y ponderaba con admiración sus aciertos. Su magisterio no conocía la indiferencia.