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El regreso de Emilia

María Gómez Reynaga

Por más que trata de cubrir las rendijas con bolsas de plástico y trapos viejos, el frío se filtra al cuarto de madera. Mercedes no pudo dormir, pasó una mala noche. Al levantarse enciende el brasero bajo el tejaban que le sirve de cocina y piensa: Cada navidad espero el milagro de que mi hija regrese, ya perdí la esperanza, apenas si sacó para sostener a Josué.

La cáscara de naranja hierve en la olla que está en el brasero, su olor impregna el ambiente. Con paso inseguro, un niño de escasos seis años sale del cuarto: Abuela tengo frío. Ven, arrímate aquí junto al brasero para que te calientes, ten, tómate este té. En eso escuchan una voz conocida: Buenos días Meche, ya vine por Josué. Qué bueno Rosita, así me iré más temprano a vender mis tejidos. Váyase sin pendiente, el niño se haya muy bien con Paloma y Felipe. Gracias Rosita, no sé qué haría sin usted.

A las ocho de la noche, en un hogar distante Arturo le dice a su esposa: No sé cómo pude olvidarme del vino tinto, tendré que ir al centro a comprarlo. Ve con cuidado, ya ves que hay mucho tráfico con las compras de última hora. No te preocupes Clarita, espero no tardarme. Después de comprar las botellas de Lambrusco, se asombró de ver a la viejecita en la puerta de la tienda, a él siempre le había llamado la atención el rostro de arrugas agradables de la señora, sus anteojos redondos con armazón de oro contrastaban con el color de su ropa y la bufanda deslavada que cubría su cabeza, como arcoíris difuminado.

El médico para ayudarla le compraba algunas prendas para que su esposa las donara al asilo de ancianos. ¿Qué hace todavía aquí a esta hora doña Mercedes? Es que en todo el día no he vendido nada, qué me va a comprar para hacer la cruz, usted siempre me trae buena suerte. El doctor observa el rostro demacrado y labios resecos de la anciana y le dice: Qué se me hace que no ha probado bocado en todo el día. Ella no dice nada, sólo le dirige una mirada triste.

Qué suerte tuve de encontrarla doña Mercedes, precisamente vine a comprar gorros y bufandas para mis regalos, necesitamos protegernos del frío, hay pronósticos de nevadas. Mire tengo cinco gorras y cinco bufandas, Son los que necesito, démelas todas, no me lo vaya a tomar a mal, la invito a cenar a mi casa. Cómo cree, tengo que regresar a recoger a mi nieto, lo dejé con mi vecina. Si le parece podemos pasar por su nieto. No doctor, muchas gracias. Entonces vamos a mi casa, ahorita le hablo a mi esposa para que aliste cena para ustedes.

En el camino el médico le pregunta: ¿Y qué pasó con los papás de su nieto? Meche suspira y entre lágrimas dice: Mi hija Emilia, mamá de Josué fue madre soltera, ella no quería tenerlo, cuando el niño cumplió un año el médico le dijo que tenía parálisis cerebral leve, en la nochebuena de hace cinco años Emilia salió a comprar leche para el niño y ya no regresó.

Al llegar a la casa del médico, Mercedes exclama: Qué bonito se ven el nacimiento y los adornos navideños en el jardín, cómo me gustaría que los viera mi niño. Si usted quiere mañana pasamos por ustedes, para que venga Josué. Sería mucha molestia doctor. En eso salió Clarita con una canasta y una bolsa con buñuelos, con cortesía le dice: Señora el taxi la espera, ya está pagado, sólo indíquele su dirección, le deseamos una feliz navidad. Gracias señora, Dios se los pague, deseo que nunca les falte comida en su mesa.

Cuando llega a su destino, comparte buñuelos con Rosita al pasar por Josué. No Meche, déjelos, apenas le alcanzarán para usted y su nieto. No Rosita, son para ustedes, se los regalo de todo corazón, en la casa dejé más. Meche, me sorprendió que llegara en taxi. Mire Rosita, mañana le platico, gracias por cuidar a Josué, que pasen una buena noche. Ya en casa, al destapar la canasta con la exquisita cena de noche buena, Josué descubrió una camionetita roja de fricción. Al terminar dice: Josué vámonos a acostar, mañana seguirás jugando. El niño se dirige a la cama con la camioneta entre sus manos.

A la media noche, Mercedes ve entrar su hija, emocionada va a su encuentro y exclama: Emilia, mi corazón de madre no me engañó, sabía que regresarías, dame un abrazo, tu hijo ya se durmió, Josué mañana se pondrá feliz cuando te vea, siempre le platico que lo quieres mucho y que pronto volverías por él, anda ya es muy noche vamos a acostar.

Al día siguiente una sábana blanca cubría toda la ciudad, durante la noche cayó una fuerte nevada. Rosita se extrañó de la quietud de la casa de Mercedes, Que raro no se escuchan ruidos, ni hay movimiento, alarmada empezó a llamarlos: Meche, Meche, Josué ya vine por ti, Paloma y Felipe te esperan para hacer un mono de nieve. El silencio fue la respuesta. Con cautela abre la puerta, sobre la pequeña mesa de madera están los platos azules despeltrados, todavía con restos de pavo, puré de papa y espagueti, dos vasos con un poco de ponche y una bolsa con buñuelos. Rosita se negaba a creer lo que veía, en el camastro Meche y Josué están abrazados, la camioneta roja en medio de ellos, el anafre aún desprende calor, de vez en vez las rojas brasas se avivan.

El doctor Arturo y Clarita se estremecen al leer la noticia.

Escrito en: letras durangueñas Josué, Meche,, niño, mañana

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