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La vida del agua

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JULIO C?SAR RAM?REZ

Todas las formas de vida dependemos del ciclo del agua: evapotranspiración, precipitación, escurrimiento y transpiración.

Cuando una cuenca es sana y su sistema de flujos subterráneos es respetado, sus suelos reciben las lluvias, cuya caída es suavizada por una abundante vegetación. Y al llegar a la tierra son incorporadas en un inmenso sistema de microorganismos -¡el agua se vuelve vida!-, que nutren las plantas, las cuales a su vez regresan el agua a la atmósfera.

Por debajo de nuestros pies y fuera de nuestra vista, este ciclo es sostenido por un vasto sistema de flujos subterráneos, de aguas acumuladas a lo largo de los milenios, moviéndose entre los poros y las grietas de las rocas que subyacen en nuestros suelos.

Los manantiales, arroyos, ríos, lagos y humedales son las expresiones superficiales de este complejo sistema de flujos subterráneos.

La mayor parte de las lluvias que no escurren por la superficie corren a poca profundidad para brotar nuevamente, frías y de muy buena calidad, semanas o meses después en manantiales, arroyos o ríos cerca -menos de unos kilómetros- de su punto de infiltración.

Los flujos intermedios pasan por mayores profundidades, tardando hasta un siglo para brotar, tibios y cargados de algunas sales, a una distancia de hasta cien kilómetros.

Por debajo de todo, sostenidos por la roca madre, los flujos regionales recorren durante miles de años cientos de kilómetros hasta brotar. Estas aguas, llamadas aguas fósiles, pueden alcanzar temperaturas altas y están llenas de sales como arsénico y flúor que se han ido disolviendo de las rocas.

Este sistema de flujos subterráneos son uno solo. La cuenca se hincha y se vuelve exuberante en tiempo de lluvias, y se contrae y se protege en tiempo de secas. Las planicies de inundación y los humedales son enormes reservorios de agua, nutrientes y biodiversidad, que requieren de los ciclos estacionales, los regímenes de flujo, para mantenerse. Si se pone una presa, se contamina o se extrae agua sin regresarla con la misma calidad, todo el sistema es afectado.

A lo largo del siglo XX, el manejo del agua se enfocó en la construcción de enormes obras hidráulicas, intensivas en energéticos y sumamente costosas, para extraer, trasladar, tratar o expulsar el agua. La naturaleza fue tratada como un ente inerte a exprimir, un reto a vencer.

Más aún, durante la bonanza energética de hidrocarburos "fáciles" del siglo XX, y antes de comprender el impacto de los gases invernadero sobre el clima, la solución a la crisis del agua parecía ser la construcción de acueductos de trasvase y la perforación de pozos cada vez más profundos. La política de libre descarga de contaminantes a los ríos y lagos reforzó esta creciente dependencia en las aguas subterráneas, incluso en las zonas ricas en agua.

Aun con trasvases, los sistemas de agua potable priorizan las zonas industriales y residenciales, dejando a zonas populares sin acceso.

La extracción de aguas subterráneas profundas es disruptiva de todo el sistema de flujos superficiales y subterráneos: se secan los manantiales, los ríos y los humedales; la superficie se seca, se agrieta y se hunde; las aguas extraídas son salinas, lo que da como resultado la desertificación de las tierras regadas -el caso de vastas regiones del norte- y el lento envenenamiento de poblaciones que consumen las aguas fósiles.

Al llegar a los límites, vienen nuevas promesas: la reforma a la Ley de Aguas Nacionales de 2014 y los lineamientos de la Comisión Nacional del Agua de 2017 permitieron que los promotores de proyectos de geotermia o de fracturación hidráulica -fracking- informaran a esa dependencia que habían descubierto acuíferos sin conexión hidráulica con los ya identificados, los cuales "no estarán sujetos a la disponibilidad de agua ni a las zonas reglamentadas, vedas y reservas".

La Ley de Aguas Nacionales, basada en mecanismos de mercado, ha quedado cada vez más incongruente frente a la aparición e incipiente consolidación de un marco jurídico constitucional e internacional basado en los derechos humanos y de los pueblos, que reconoce y busca hacer respetar los límites de la sustentabilidad.

No sorprende pues que, al no aprobar la nueva Ley General de Aguas mandatada desde 2012, la Cámara de Diputados saliente -mayoría Morena- frene el ejercicio del derecho humano y de los pueblos al agua potable y al saneamiento.

Son los límites de la 4T.

@kardenche

Escrito en: agua, flujos, sistema, aguas

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