Rosario Castellanos, vida y muerte de novela

Hace menos de un mes, se cumplieron 47 años de la misteriosa muerte de la poetisa y diplomática mexicana Rosario Castellanos.

Muchos rumores e historias fantásticas existen sobre su aún inexplicable fallecimiento siendo embajadora de México en Israel, pero no dedicaré estas líneas a debatir las novelescas hipótesis sobre su desaparición física, sino que por el contrario, creo que es más que urgente traer al presente su extraordinaria trayectoria y los aportes de su obra a la vida social mexicana.

Rosario Castellanos recibió todos los adjetivos que cualquier mujer escritora pudiera tener: "fue nube, tornado, tempestad, ironía capaz de demoler con palabras su propio mausoleo.

Su poesía revela también que fue ansia, premura, desazón, catástrofe...". Castellanos fue además de la metáfora con que la definieron compañeros de letras con motivo de su 90 aniversario, una mujer de carne y hueso que vivió lo suficiente para poder tener material casi infinito para su poesía, sus obras de teatro o su narrativa: Conoció durante su infancia las injusticias contra los indígenas de Chiapas, sufrió muy niña la pérdida de su único hermano, quedó huérfana muy joven de padre y madre, experimentó en carne propia abortos espontáneos y la muerte de una hija recién nacida, soportó durante trece años las infidelidades de su esposo..., en fin, una vida que a cualquiera le habría provocado poco menos que la locura.

Sin embargo, Rosario Castellanos aprovechó cada instante y cada situación que la vida le presentó para escribir una obra literaria que ahora se considera imprescindible, al grado de considerársele la segunda escritora mexicana más importante después de Sor Juana Inés de la Cruz.

Su imponente obra, además de enriquecer las letras del mundo, sirvió para dar por primera vez voz a quienes no la tenían; en medio de la banalidad y el desdén por lo cotidiano, Castellanos habló de manera magistral de temas impropios para la época: los indígenas, las mujeres, los pobres y el injusto trato social. Por otra parte, su labor intelectual y su capacidad administrativa la hicieron sobresalir de forma notable en un entorno dominado por hombres lo que sirvió para abonarle a desterrar la idea común que la mujer era inferior a los varones.

Rosario Castellanos entendió su papel de igual, aun y cuando convivía con una realidad donde poco o nada hacía presencia la mujer en la política, la economía, la sociedad o la cultura.

No obstante, nunca creyó que hubiera algún complot motivado por el género, por el contrario, se dice que repudiaba "la hipócrita complicidad de hombres y mujeres que se arrellanan en un estatus del que ambos obtienen ventajas".

Los primeros, por mantener su estatus de género dominante; las segundas, por no renunciar a ser las "esclavas veneradas" (madre, hija, esposa, amante).

Traer al presente la vida y obra de Rosario Castellanos no es para nada una ocurrencia. Hace apenas unos días, por primera vez en la historia de México, la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión tiene por igual 250 legisladores hombres y 250 mujeres.

Sin duda, el acontecimiento es un fiel reflejo de la paridad de género, de la esperanza de tiempos mejores y de la capacidad política en aumento de las mujeres mexicanas por todo el país, este hecho inédito bien pudo haber sido el colofón de algún escrito feminista de Castellanos.

Ante el escenario que describo, estoy seguro que en muchas de las legisladoras que recién protestaron el cargo existe la plena consciencia de dar voz a los que no la tienen.

Espero que, hablar por los miles de desaparecidos, hacer justicia a las víctimas de los feminicidios, abonarle a la reducción de la pobreza y la desigualdad, sea una agenda que hagan propia y la conviden con el resto del Congreso por el bien de nuestro país.