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Bush no sabe quién es Clausewitz

Jean Meyer

EN 1949, Hansen W. Baldwin publicó Grandes Errores de la Guerra (New York, Harper), para criticar la conducta estadounidense de la Segunda Guerra Mundial. Inspirado por Clausewitz, destacaba el error primordial que engendró a todos los demás: la ausencia de una concepción política de las metas por conseguir, a través de la guerra. "Estados Unidos ha llevado todas sus guerras de otro modo, que las demás naciones.

" Combatimos pensando en la victoria inmediata y no en la paz última. A la diferencia de los británicos y de los rusos, no tuvimos un gran proyecto, una visión de conjunto. Esa falta de objetivos políticos bien definidos para guiar nuestra acción militar ha caracterizado, a un grado u otro, gran parte de nuestra historia pasada".

Uno puede estar en desacuerdo con esa interpretación de la historia estadounidense, pero después de dudar unos instantes, de suspender mis dedos sobre el teclado, creo que sí vale, hasta para la guerra contra México y la conquista de las Filipinas. No tengo la menor duda de que Roosevelt y sus asesores, durante la Segunda Guerra Mundial, se olvidaron de todas las consideraciones políticas para lograr un solo objetivo: la victoria militar total, la rendición incondicional de Alemania y de Japón. "Combatimos para ganar y punto, escribe Baldwin. Olvidamos que las guerras no son sino la prolongación de la política por otros medios; que las guerras tienen metas y que la meta general de la guerra es afianzar una paz más estable". Ahí está el núcleo del pensamiento de Clausewitz, que inspira todo el libro, toda la crítica fuerte y sana de la conducta estadounidense de la guerra... mundial.

Esa crítica se puede aplicar tal cual al presidente Bush y a sus asesores que se han olvidado, antes y durante la guerra de Irak, de todas las consideraciones políticas, para lograr un solo objetivo: la victoria militar total sobre la Irak de Saddam Hussein. Hitler, los dirigentes japoneses, el tirano iraquí eran indefendibles, pero en todos los casos, el gobierno de Estados Unidos cometió los mismos errores, todos lógicamente encadenados al error primero y fundamental.

Usted que me lee tiene que recordar los acontecimientos del último año, desde que en agosto pasado se vio claramente que Washington atacaría Bagdad, la sola pregunta sigue siendo ¿cuándo? Por lo mismo, no voy a retomar esos acontecimientos, sino señalar algunos errores estadounidenses cometidos en la conducción de la Segunda Guerra Mundial; el lector podrá abrir enfrente una columna imaginaria, en la cual anotar los errores paralelos cometidos en la segunda guerra de Irak, y también en la primera, la cual logró un triunfo militar con un fiasco político total, o sea todo lo contrario de "afianzar una paz más estable".

Dejemos de lado errores tales como la exigencia de una capitulación sin condiciones, el bombardeo indiscriminado de las ciudades (firmemente condenado por el papa Pío XII, desde que los alemanes bombardearon las ciudades polacas en 1939, las inglesas en 1940 y luego cuando los aliados hicieron lo mismo en Alemania) que además de inhumano, de contrario a las leyes de la guerra, resultó contraproducente; el abandono de los Balcanes, el descuido en definir el futuro estatuto de Berlín. El desconocimiento, la ignorancia de la situación en los diversos países europeos, si bien explican los errores, tuvieron consecuencias desastrosas, la principal sigue siendo la toma de control de Europa Central por Stalin, la cual preparó la guerra fría. Pensar que Roosevelt consideraba al general De Gaulle, jefe de la Francia libre ¡como un coronel golpista latinoamericano! ¡Pensar que estuvo a punto de imponer a Francia un procónsul militar y un régimen de ocupación (¡con el dólar como moneda!). Churchill evitó un desastre, al convencerlo de aceptar, a regañadientes, a De Gaulle.

En la guerra del Pacífico encontramos el mismo rosario de errores mayúsculos, inmediatamente antes y durante el conflicto: otra vez la ignorancia de la historia, de la geografía, de la sociología, tanto de Filipinas como de Japón. Otra vez las extraordinarias ilusiones sobre Stalin, el buen "Uncle Joe", supuestamente próximo a convertirse a la democracia. Para conseguir su apoyo, Roosevelt, que no lo necesitaba para vencer a Japón, traicionó la confianza de su aliado, al conceder a Stalin, lo que no pertenecía a Estados Unidos, sino a China. Había hecho lo mismo con el aliado polaco; el presidente Bush senior haría lo mismo en 1991-92 con sus aliados kurdos y chiítas en Irak...

La última crítica va contra el uso de la bomba atómica sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki (condenado por Pío XII y por varios obispos estadonidenses). Baldwin estimaba, con razón, que Japón estaba vencido, y que su rendición era cuestión de días o de semanas. Hace poco, en Estados Unidos, se manejó la tesis al contrario, de que lanzarla era necesario, si no los militares japoneses hubieran sobrevivido a su derrota, como sobrevivió Saddam Hussein a la guerra de Kuwait...

Creo saber que el pensamiento de Clausewitz, el lúcido estratega prusiano contemporáneo de Napoleón, no ha penetrado nunca en Estados Unidos, ni en la Academia, ni en el Estado Mayor, menos aún en la Casa Blanca. Su tesis fundamental, la de la subordinación de la guerra a la política, no ha sido escuchada, obviamente, por el equipo dirigente actual, que si bien, gracias a la técnica, a unos recursos ilimitados, a una capacidad de destrucción absoluta, ha sido capaz de lograr la decisión militar radical, no ha sabido qué hacer de su triunfo.

Para subordinar una guerra a una política hace falta esa política. Washington no la tiene y todos los discursos sobre la cruzada (palabra pronunciada una vez y rápidamente censurada) democrática, para implantar el bien, no disimulan ese vacío desastroso.

Profesor e investigador del CIDE.

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Escrito en: guerra, militar, todos, cual

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