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LOS NIÑOS HUÉRFANOS

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JACOB ZARZAR

En una tarde de marzo de 1945, en Viena, Austria, los soldados alemanes invasores están a punto de fusilar a veinte patriotas austriacos de la resistencia. El oficial grita rabiosamente al pelotón: -¡Apunten! De pronto, unos treinta niños huérfanos y vagos se meten jugando por entre el cordón de alemanes y se mezclan con los patriotas que van a fusilar.

El oficial, en vez de decir ¡fuego!, grita furioso: -¡Niños, váyanse de aquí! En esos momentos sucede una gran confusión. La multitud grita. Los niños y los patriotas aprovechan para escapar antes de que el oficial pueda controlar la situación.

Uno de los patriotas es el austriaco Hermann Gmeiner, que más adelante se convertiría en médico famoso. También él huye por un momento. Luego se detiene pensando: "Quiero conocer al niño que se interpuso entre los fusiles y mi persona".

Gmeiner jamás localiza aquel niño, pero esa misma tarde toma una determinación que le dará sentido a su vida: "Si esos niños huérfanos y vagos han salvado mi vida, dedicaré mi vida entera a salvar a esos pequeños que viven en las calles y no tienen el amor de una familia".

Hermann Gmeiner nació en Austria en 1919, un año después de que la Primera Guerra Mundial llegara a su fin. Fue el sexto entre los nueve hijos que tuvieron sus padres, y luego de la muerte de su madre cuando él contaba con tan sólo 5 años, su hermana mayor Elsa tomó el rol de madre en cuanto al cuidado de sus hermanos.

Debido a su alto rendimiento en la escuela del pueblo, obtuvo una beca que le permitió continuar sus estudios. Eran tiempos difíciles en los que Europa se encontraba una vez más bajo el horror de la guerra, y Austria no era ajena a ello, por lo que Hermann fue reclutado como muchos otros jóvenes y enviado en 1940 al frente oriental donde se enfrentaban la Alemania nazi y la Unión Soviética.

Fue una etapa determinante en su vida, en la que pudo ser testigo de lo que una guerra puede llegar a significar, siendo una de las cosas que más le afectaron el hecho de que millones de niños tuvieran que crecer sin amparo alguno, sin familia y sin hogar.

En 1945 regresó a casa y habiendo sido varias veces herido, permaneció en el hospital cerca de un año. Luego compartiría su tiempo entre la ayuda a su padre en la granja, la culminación de sus estudios básicos y el comienzo de la carrera de medicina. Pero el recuerdo de lo que había vivido durante la guerra, probablemente aunado a su propia experiencia de haber tenido que crecer sin su madre, iba germinando un camino distinto al de un médico. En 1947, dos años después de haberse escapado de aquel fusilamiento, al estar trabajando como ayudante en la Iglesia de su pueblo, decidió por fin cuál sería el destino de su vida.

Comenzó a visitar institutos educativos, y dándose cuenta de que no había nada que estuviera diseñado según lo que para él eran las necesidades de niños en esa situación, fue construyendo una idea que pudiera llenar ese vacío. Así, con el poco dinero que poseía, el equivalente a unos 40 dólares americanos, fundó en Austria en el año 1949 la "Asociación de Aldeas Infantiles SOS". Hoy existen 438 "Aldeas Infantiles" repartidas en 132 países entre los que se encuentran Venezuela, Alemania, España, y varias naciones africanas, siendo unos 500,000 los niños y jóvenes beneficiados por sus labores.

Las "Aldeas Infantiles SOS" se basan en cuatro principios: la Madre (una mujer de buen corazón que cuida del grupo de niños), los Hermanos (que son los compañeritos con los que viven), la Casa (un sitio limpio y ordenado que reemplaza el hogar que nunca tuvieron), y la Aldea (que es el pueblo o la ciudad cercana donde conviven y socializan con otras personas). Todo ello enlazado constituye el escenario en el cual los niños y jóvenes huérfanos reciben lo necesario para poder cubrir aspectos socio-afectivos que por diversas razones pudiera haberles faltado. Se trata de un esfuerzo inmenso por brindar un hogar a quienes no lo tuvieron de forma natural.

"Desde mi punto de vista, nada en el mundo es más importante que proteger a un niño", dijo en algún momento de su vida Hermann Gmeiner, quien murió en 1986 en su Austria natal y fue enterrado en la Aldea Infantil de Imst, la primera que construyó.

Un huérfano, es un niño cuyo padre, madre o ambos progenitores han fallecido. Actualmente, hay alrededor de 170 millones de niños huérfanos en el mundo, lo que ocasiona graves consecuencias en su desarrollo. Las principales causas de que los niños se queden huérfanos, son las guerras, el SIDA, las epidemias, los crímenes, los desastres naturales y la pobreza extrema.

Los niños huérfanos, por lo general, viven sin techo en las calles y no tienen medios para poder alimentarse adecuadamente. En la mayoría de los casos, lo primero que se sacrifica es la educación. Raramente los huérfanos dan prioridad a su salud por encima de la alimentación o la vivienda. Sus condiciones de vida y actividades diarias son extremadamente perjudiciales para su bienestar, debido a las peleas callejeras, las drogas, los embarazos prematuros, las enfermedades de transmisión sexual, la malnutrición, y las pésimas condiciones laborales.

Todos los niños que van creciendo sin sus padres, sufren mucho. Un gran vacío invade su corazón y los hace llorar desconsoladamente cada vez que piensan en una madre que no tuvieron. Quisieran haberla tenido junto a un padre que los cuidara, que les diera amor, que los guiara y los protegiera.

El tema que ahora trato me permitió recordar la gran obra que realizó también el sacerdote Jesuita San Alberto Hurtado Cruchaga (1901-1952). En ese tiempo, había más de cinco mil niños vagos caminando sin rumbo por las calles de Santiago de Chile, y era urgente salvarlos de la miseria y del vicio. Todos los veían. Pero fue el Padre Hurtado el que primero los miró con ojos cristianos. Comenzó a salir en las noches, en una camioneta verde, a buscarlos al río Mapocho, a las "estufas" de la Alameda y por debajo de los puentes -a donde llegaba descolgándose en una cuerda-. Les ofreció cama limpia y comida caliente, pero lo mejor era el cariño del sacerdote que siempre quiso lo mejor para ellos.

Con la ayuda generosa de toda la población fundó "El Hogar de Cristo", que hasta el día de hoy acepta niños huérfanos que viven en la calle y los prepara para que se incorporen a la sociedad como hombres y mujeres de bien. Capellanes modelan sus almas, y profesores imparten la instrucción primaria para después capacitarlos en algún oficio.

Desde los inicios, el Padre Alberto Hurtado le dijo al capellán que se hizo cargo del Hogar de Cristo: -"Por favor, Padre, que tengan siempre cuidado con la ropa que se les da. Aunque sea ropa regalada, no hay que ponérselas si les queda demasiado grande o demasiado chica. Se sentirían humillados. Y no permita en ningún caso que los exhiban como niñitos pobres que se han regenerado. Que se les trate siempre como a niños normales. Los pobres tienen una gran dignidad".

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Escrito en: niños, huérfanos, patriotas, Austria

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