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El cerro que cayó del cielo

LETRAS DURANGUEÑAS

El cerro que cayó del cielo

El cerro que cayó del cielo

MARÍA CRISTINA SALAS

Yo caí del cielo impulsado por fuerzas externas, universales. El día que llegué a la tierra, penetré las profundidades y quedé como barco anclado en el fondo de las aguas. Sin esperanza de volver a flotar, quedé clavado para siempre. Sin embargo, no fue del todo una catástrofe ni para mí ni para la isla donde me alojé. Después de haber sacudido sus entrañas hasta el punto en que parecía que se iban a desgajar a causa del impacto, me quedé allí petrificado, convertido en una magnífica mole de hierro, bueno, eso dijeron después los que se fijaron en mí. Más tarde, cuando el estruendo se hubo silenciado, comencé a percatarme de que no estaba totalmente enterrado. Una parte de mi cuerpo asomaba a la intemperie. Sentí el golpe del viento, el perfume de una brisa suave inundó el espacio a mi rededor y acariciándome sus manos, adhirió a mi rostro su tibieza.

Con el tiempo, no sé cuánto, descubrí el movimiento de esferas brillantes que colgaban del espacio que me cobijaba. Soles y lunas, así dijeron que se llamaban, abrían paso a espacios de oscuridad alternados con momentos luminosos, que se perseguían sin descanso unos a otros dando lugar a lo que supe después, les nombraban noches y días. Cuando me enteré con claridad de que estaba en una isla, me dediqué a explorarla con mis ojos de berilo y mi corazón de hierro. Dicen que estoy loco. Dicen que he permanecido demasiado tiempo soportando los embates de los elementos y la erosión continua causada por la lluvia y el viento; sin embargo a pesar de lo que digan, la soledad y la intemperie han sido mis más fieles compañeras durante largo tiempo. Ayer decidí asomarme hacia el centro de la isla. Ya es una ciudad bien trazada, dicen los entendidos que a cordel y regla. Los que vinieron después que yo, aparecieron sorpresivamente, como fantasmas, después de realizar grandes travesías cruzando mares y tierras inhóspitas algunas veces, paradisíacas otras; pero totalmente extrañas para ellos y por ende plagadas de peligros. Se quedaron aquí. Tal vez porque la isla es un vergel, o por sus paisajes cuajados de color o por las voces de sus ríos, que como las sirenas en La Odisea, atraían a los hombres seduciéndolos con su canto idílico, debilitando su voluntad con el hechizo de las voces. Se quedaron a vivir. Se repartieron las tierras cuya propiedad se extendía hasta donde alcanzaban a ver sus ojos. Es una buena manera de medir. ¿No crees amigo? Infalible, para los intereses que nos asisten, sonreía satisfecho el “amigo” Aquí entre nos, muchas veces traté de matarlos. Envenenaba el agua con mis sales o esparcía vapores tóxicos. Si no se morían, cuando menos se les manchaban los dientes como si se les hubieran podrido. Tal vez por eso digan que estoy loco; pero no es así, mis motivos tuve y ahora son de mayor peso, nada más que ya estoy viejo y acabado. Ya ni hierro me queda en los huesos. Puedo decir sin temor a equivocarme, que ellos fueron desde el principio los causantes de mi desgracia y destrucción.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS después, estoy, quedé, cielo

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