Kiosko

Veladora

SORBOS DE CAFÉ

Veladora

Veladora

MARCO LUKE

¿Te acuerdas de ese abrazo, justo en medio de la mojada madrugada?

Te acuerdas, claro.

Porque tu frente resguardada en mi pecho, sostenía mi alma y filtraba los suspiros dejando mi espíritu libre de las toxinas del pasado, libre del veneno de las consecuencias y preso de la decisión de tomar tu mano para siempre.

También, aquella noche me apropié de la valentía, asomando apenas su mirada entre la neblina de los deseos escritos pergaminos de cicatrices, capaces de despertar rencores, precisos, rapaces y apresurados de enervar la sangre para dar la estocada final y dejar el ruedo triunfante.

¿Recuerdas cómo los alejaste?

Por supuesto que lo recuerdas.

Lo sé porque me besaste, y eso fue suficiente para derrotarme, ante ti y ante todo los perjuicios que intentaron plagiar nuestras fotografías en blanco.

Pude sentir cómo se evaporaba el infierno, sudado lentamente por cada uno de mis poros, paralelo a la bendita invasión a mis sentidos atrapados por tu aura.

¿Te acuerdas de mis labios satisfechos?

Por supuesto que sí.

Cómo no tener en la memoria tu aliento cálido, respirando un tanto agitado mientras abrigaba nuevas esperanzas, consintiendo de vez en vez, el roce de mis dedos con tu escote, profetizando la caída de tus muros construidos de seda y mezclilla.

Entonces, aprendí un nuevo idioma, el de tu corazón agitado, explicándome paso a paso, como aprendiz de amante, la técnica exacta para seducirte.

Y supe que cada una de tus latidos eran, sobre todo, sinceros y claros, porque confiaste el más preciado de tus secretos, y esta vez no querías equivocarte.

¿Te acuerdas de mí?

Irónico y desahuciado, porque aunque desolada y peligrosa la ciudad, nuestros cuerpos no eran vulnerables ni sostenían algún peligro.

Solos, sobre no me acuerdo cuál rincón de la periferia neovizcaína, yo ya me sentía en mi hogar, pero moribundo, víctima del deseo de una noche contigo, y del deseo de multiplicarlas por la eternidad.

Por fin, tomamos el camino y fue más fácil contar las estrellas que los besos que nos dimos, como fue también, mucho más lento el par de kilómetros que faltaban para llegar a tu colchón, que tus pupilas dilatándose por la única vela que quedaba en tu buró.

La cera derramada en el mueble, penetró cada partícula de la madera hasta quedarse exactamente donde jamás podrán exiliarle de su nueva patria, dejando una huella de la noche en donde tuvimos el placer de conocer nuestros tabúes para quedar incinerados en la pequeña llama de nuestras mejores pasiones.

Y desde entonces, esa veladora es la única a la que le rezo.

Escrito en: Sorbos de café cada, acuerdas, noche, dejando

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas