Punto final
En septiembre de 1976, Margarita Michelena me telefoneó a Mazatlán para darme la muy grata noticia de que Excélsior había aceptado un artículo mío para su página editorial. Gracias a ella se me había abierto una puerta muy importante de la prensa nacional. Sin cambiar mi modo de vivir, eso cambió mi vida. Cambió, inclusive, mi manera de ver la vida, dándome un enfoque mucho más amplio que cuando no contaba con más lectores que mis paisanos mazatlecos.
Ahora, 27 años después, veo, pienso y concluyo que mi tiempo ya pasó. Me tienen apantallado los nuevos colaboradores de éstas y otras páginas editoriales por su originalidad y lo certero de sus conclusiones. Arriesgándome a sonar condescendiente, me gusta la idea de que dejaré a mis queridos lectores en muy buenas manos y con plumas de verdadero lujo.
En cuanto a mi propia contribución, no me toca a mí calificarla. Aré lo que pude y como pude, que arar no es fácil. Aunque mucho se ha criticado mi continua referencia al sistema político de los EU, mi tema fue siempre México y la posibilidad de su democratización efectiva. Para eso, el mejor ejemplo ha sido nuestro vecino del norte, el cual, a pesar de sus chancros sociales, más se ha aproximado a una democracia presidencialista funcional. México, en cambio, sigue casado con una partidocracia que le niega al pueblo una auténtica representación al impedirle que reelija o no reelija a un legislador según su desempeño representativo. Lo bueno es que este tema ya se está discutiendo, cada día más, hasta que, inevitablemente, el interés y buen juicio colectivo acabarán por aprobar la reelección.
En cambio la legalización de las drogas, otra de mis causas emprendidas, sigue muy lejos de hacerse realidad. Se sabe que más adictos mueren de tabaquismo o alcoholismo que por abuso de drogas: ¿por qué aquéllos sí y éstas no? Mientras tanto, éstas siguen cundiendo por falta de la debida legislación, ya que la pura prohibición las vuelve incontrolables. El resultado es que la cocaína y las anfetaminas se venden hasta en el patio de recreo de las escuelas primarias. Así las cosas, la única conclusión es la más cínica: que los gobiernos no pueden prescindir de la liquidez que el narcotráfico le da a la economía.
En una amable carta al "Foro de Excélsior" - la más reciente de muchas ahí publicadas, el Lic. Luis Martín Varela me convoca a no claudicar, a seguir viviendo, cosa que yo ya tenía pensada. Respecto a la tendencia de rendirse ante los años, don Luis Martín afirma que, "Personalmente, me niego a terminar en una cama, no va conmigo". Entiendo lo de la cama en sentido figurado mas no literalmente porque yo, como hipotenso que soy, siempre he escrito mis borradores en la cama simplemente porque, horizontal y entre almohadas, pienso mejor que sentado frente a una computadora. Citando a una distinguida doctora a propósito de esta tendencia a claudicar, don Luis Martín dice notar en mí un caso de "prebiscusia endolinfática" debida a una "hipoacusia bilateral". Como admirador que soy del alto barroco, estoy feliz con este diagnóstico, tanto más interesante que un simple "dar el viejazo".
Sin embargo, el renunciar a una entrega periódica no implica dejar la pluma. Eso, ni queriendo podría hacerlo. Vivo rodeado de fragmentos que claman y reclaman su conclusión. Tengo memorias que no se quieren olvidar, así como una verdadera ansia de releer mis viejas predilecciones, desde lo clásico sublime hasta lo más frívolo, porque ya sólo recuerdo títulos y uno que otro personaje, mientras que la magia está en la multitud de detalles olvidados.
Pienso, además, volver a pintar, inofensiva afición utilísima para regalos de bodas. Ahora podré pasar mis mañanas entre pinceles, lienzos y colores, cosa que no puede hacerse en la cama. Ese gozoso empeño de participar en la Creación se hace sentado o de pie y junto a una ventana llena de luz. Y así, mis queridos lectores, a la usanza antigua los saludo y a la vez me despido:"Ave ataque vale".