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Enrique Arrieta Silva

El enano del tapanco

Con frecuencia escuchamos o leemos expresiones cuyo origen desconocemos y por consiguiente no comprendemos cabalmente, sino que a lo sumo tenemos vaga idea. Así, escuchamos o leemos expresiones como: "el parto de los montes", "gallo de estaca", "está como la carabina de Ambrosio", "es como el enano del tapanco".

En esta ocasión habré de referirme a la expresión, muy popular por cierto, de "enano del tapanco".

La explicación de esta expresión se la debo a mi padre, de quien debo decir que entre sus dones se encontraba el de saber entretener y cautivar con su plática, a tal grado que donde quiera que él se plantaba era rodeado por conocidos y no conocidos que le hacían círculo, regocijados con su decir y discurrir. Con mi padre, no había quien se fuera con la bolsa vacía, dada su generosidad, ni ayuno de risas y carcajadas en virtud de su ingenio innato.

Hay quienes, ganando fama de humoristas, se sienten obligados a hacer reír en todos los momentos y ocasiones, es decir son humoristas forzados, y por lo tanto no son humoristas naturales, sino artificiosos. Mi padre no; en él, el humorismo se daba natural y fluido. Puedo decir que traía el humorismo a flor de labio, porque lo tenía a flor del alma; el humorismo en él no era impostura, sino postura.

Pero bien, vayamos al "enano del tapanco" quien por cierto se llamaba Juan, lo cual no es de extrañar ni tiene nada de raro, pues el nombre de Juan, al lado del nombre de Francisco, es de los más populares en México, y si hay alguien que lo dude allí están "Juan sin Miedo", "Juan Charrasqueado", "Juan del Diablo", "Juan Camaney", "Juan el Pescador", "Juan Pirulero", "Juan el Oso", "Juan Polainas", "Juan y Medio", etcétera, etcétera. Si de los Panchos famosos se trata, allí están "Pancho Pistolas", "Pancho Mecates", "Pancho Patadas", "Los Tres Panchos", "Pancho el Güero", "Pancho el Prieto", etcétera, etcétera.

Por si fuera poco, todos los soldados son Juanes, y en una nada pasan de cien mil. A mayor abundancia, si se revisa el directorio telefónico de la Ciudad de México, se le encuentra reventando de Juanes y Franciscos.

Pues bien, retornando lo del "enano del tapanco", me contaba mi padre que en una casa de nota desafinada, es decir, de mala nota, cuando algún cliente ya pasado de copas, se negaba a pagar la cuenta, la dueña o regenteadora gritaba a todo pulmón el nombre de Juan, y de inmediato se asomaba de un tapanco una cabeza cuyas proporciones hacían imaginar a un hombre de gran estatura, inserta en unos hombros que parecían anunciar una recia musculatura, al mismo tiempo que su propietario, con voz de trueno, lanzaba al renuente la amenaza terrible de "o pagas o bajo", tras la cual el de esta manera advertido pagaba de

inmediato, para que no bajara del tapanco aquel hombrón y le propinara una golpiza de padre y señor nuestro. Digamos que aquel hombre, cuyo trono era el tapanco, era el saca borrachos de aquella casa de citas, como ahora los hay en las discos.

Para aquellos que no tienen idea de lo que es un tapanco, o no la tienen muy precisa, he de decir que un tapanco es una especie de toldo, generalmente de tiras de madera o de lámina, que se usaba en las casa de antaño, colocado en la pared a menor altura que la azotea, para dar sombra y para guardar también algunos trebejos.

El "pagas o bajo" fue eficaz por mucho tiempo; bastaba que se pronunciara para que las cuentas fueran de inmediato saldadas. No había borracho en su sano juicio, valga la contradicción, que se atreviera a hacer bajar del tapanco a aquel sujeto que con su sola voz aterrorizaba al más pintado.

Pero como todas las imposturas de este mundo, he aquí que esta también llegó el día que quedó al descubierto.

Resulta que un día, o mejor dicho, una noche, un parroquiano, lejos de amilanarse con el consabido "o pagas o bajo" lanzado desde el tapanco, contestó con un "no, y si no bajas yo subo" y uniendo la acción a las palabras, trepó con agilidad hasta el tapanco, y cuál no sería su sorpresa y la de todos, que el dueño de la voz, lejos de tratarse de un gigantón, era un enano que agitaba los brazos y las piernas sostenido en vilo y exhibido por su osado descubridor. El enano fue saludado con las risas y carcajadas de toda la concurrencia.

Lo que el relato del "enano del tapanco" nos enseña es a no presumir de lo que carecemos, como en el caso del "enano del tapanco" que carecía de tamaño y de tamaños y presumía de tener ambos, cuestión que le resultó bien un buen tiempo, pero que a la postre le valió ser puesto en evidencia y en el peor de los ridículos.

Los enanos del tapanco, que son los seres que simulan o se atribuyen cualidades que no tienen para sacar un provecho, generalmente económico, abundan en todos los terrenos de la vida.

¿Cómo se les identifica? Muy fácil. Fingiendo van por la vida con una ceja levantada a la María Félix, caminan con el pecho erguido cómo si cargaran más medallas que Porfirio Diaz, fruncen a cada momento la nariz como si estuvieran percibiendo todos los malos olores de este mundo, no hay cosa de la que no opinen ni personaje importante que no conozcan y se lleven de a cuarto con él, van acompañados invariablemente de un grueso portafolios donde cargan infinidad de proyectos y alguna hamburguesa de nombre extranjero, adoptan un aire doctoral insufrible y derraman una verborrea oceánica.

¡Ah!, se me olvidaba. Déspotas como son con los que están abajo, se muestran más que dispuestos a servir de alfombra a cualquiera que tenga más poder que ellos.

¿A cuantos enanos del tapanco conoce usted, amable lector? Yo conozco algunos. Lo que es más, confiesos que he sido amigo de uno que otro, pero he podido rectificar a tiempo. Nadie es perfecto, pues.

Escrito en: "Juan, "Pancho, tapanco,, tapanco

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