Babalucas fue a la playa. Había oído decir que el agua de mar es buena para aliviar los pies cansados, de modo que llenó una cubeta para llevarla a su habitación en el hotel. Un vivales de los que nunca faltan en las playas lo vio con el agua, y alcanzándolo le dijo: "-Son diez pesos del agua". Se disculpó Babalucas por no haber hecho antes el pago y cubrió, obediente, la suma reclamada. A la caída de la tarde volvió a la playa por otra cubeta. Con la marea había retrocedido la línea de las aguas. Y exclama Babalucas con asombro: "¡Caramba! ¡Sí que han vendido!"... El pequeño Abraham Abrahamowitz, niño judío, era un problema. De todas las escuelas lo habían expulsado por su mala conducta. De nada sirvieron las exhortaciones paternas; el levantisco párvulo hizo oído sordos a las sabias admoniciones del rabino. Desesperados, los papás del chiquillo echaron mano al último recurso: inscribieron al tremendo Abrahamcito en un colegio católico de internos, institución que tenía fama por la rigurosa disciplina que los padres jesuitas imponían. ¡Milagro! A los tres meses volvió de vacaciones el chamaco, y era otro: obediente, educado, amable, comedido y bien portado. Llenos de admiración los padres de Abrahamcito fueron a hablar con el padre rector del internado. ¿Cómo habían hecho para cambiar a su hijo en modo tan maravilloso? El sacerdote les pidió que lo acompañaran, y los condujo ante una pared donde estaba una gran imagen de Cristo crucificado. Les explica: "Cuando llegó Abrahamcito lo traje aquí y le dije: ‘Mira: tú eres el segundo judío que recibimos. Éste es el primero’"... ¿Se fue al demonio la Doctrina Estrada, tesis mexicana por la cual un país no debe ni siquiera emitir una opinión acerca de otro? Tarde o temprano tenía que entrar en crisis esa tesis, que favoreció la necesidad de establecer complicidades: México, sujeto a un régimen antidemocrático como era el de la dominación priista, renunciaba a criticar a otros países a cambio de que ninguno pusiera en entredicho la dictadura política ejercida por el PRI. En un mundo globalizado esa insularidad no podía prevalecer. Únicamente la reclaman ahora pequeñas tiranías como la que mantiene esclavizada a Cuba, o potencias con pretensiones imperiales, como Estados Unidos, que se niegan a acatar los dictados de tribunales internacionales y actúan en forma unilateral, erigiéndose en mesías del mundo. Es digna de encomio la administración foxista por su voto en la cuestión cubana, y por no haber cedido a la presión de los cada vez más escasos partidarios del dictador de la Isla. No se emitió contra Cuba ese sufragio, ni menos aún contra su pueblo, tan admirable, tan querido por México y por los mexicanos. El voto fue contra un régimen opresor encarnado en un déspota que niega toda libertad y atenta en forma sistemática contra los más elementales derechos de la persona humana. Castro debe ser denunciado por la comunidad internacional; sus excesos y crímenes han de ser objeto de reprobación. En este contexto el voto mexicano es expresión de aspiraciones éticas y políticas de validez universal. Por él merece reconocimiento el Gobierno del presidente Fox... Don Martiriano estaba leyendo el periódico en la sala. Gozaba de uno de los escasos ratos de paz que le dejaba su tremenda mujer, doña Jodoncia. En eso suena el timbre de la puerta. Va abrir don Martiriano y se topa con un sujeto de siniestro aspecto y actitud amenazante. Le dice el ominoso individuo a don Martiriano con torva mirada y ronca voz: "Soy el Estrangulador de Boston". Se vuelve don Martiriano y llama: "¡Vieja! ¡Te hablan!"... FIN.