El Día Mundial de la Lucha contra el Sida obliga una reflexión sobre este mal, que no ha mostrado respeto alguno por raza, religión o condición social, por lo que el deporte en general tiene que estar pendiente de la amenaza de esta enfermedad aparecida en el siglo XX.
Este mal sigue causando estragos en todo el orbe, pese a los esfuerzos de organismos como Onusida, programa conjunto de las Naciones Unidas sobre el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), así como la Organización Mundial de la Salud, entre otros.
En la actualidad no existen estudios epidemiológicos bien documentados que evalúen la transmisión del VIH o de otros patógenos hemáticos durante la actividad deportiva. Sin embargo, a pesar de los datos en contra, la posibilidad teórica que el VIH sea transmitido en situaciones de práctica deportiva en las que se den circunstancias de exposición a sangre contaminada, procedentes de heridas abiertas, no es nula.
La práctica de los deportes más sangrientos como el boxeo, la lucha libre o el tae kwon do, representan un riesgo máximo. El riesgo es moderado en la práctica del baloncesto, el hockey sobre hierba o sobre hielo, el judo, el futbol, el baloncesto y el rugby como deportes más practicados.
La participación de deportes que requieren un escaso contacto físico, como la gimnasia o el tenis, representan el menor riesgo de todos.
El mayor riesgo que un deportista contraiga una infección por un patógeno hemático no se da en el terreno deportivo, sino en su actividad sexual y en el consumo de drogas por vía parenteral, como productos dopantes. En este apartado debe incluir tanto el consumo de suplementos ergogenéticos, del tipo de los esteroides anabolizantes. Al viajar, los deportistas deben saber que pueden entrar en contacto con una población en la que la prevalencia de este virus sea mayor. Además, existe la posibilidad que se les administre un tratamiento médico peligroso como una transfusión de sangre no controlada o una inyección con una aguja contaminada. Estas prácticas, junto con la costumbre de compartir objetos personales, como navajas de afeitar, cepillos de dientes, cortauñas o protectores bucales estandarizados, pueden suponer un aumento del riesgo. Todo deportista debe conocer estos peligros potenciales.
El infectado por el VIH
Los especialistas en Odontoestomatología Deportiva deben conocer todo lo referente al trato con deportistas infectados por el VIH. Dada la continuidad de la epidemia de Sida en todo el mundo, cada vez puede haber más deportistas con esta enfermedad.
Aunque la infección por VIH constituye una problemática sanitaria extremadamente grave, no está de más recordar que se trata de una enfermedad crónica. Con frecuencia, su historia natural le concede a la persona infectada muchos años de excelente salud y vida productiva.
La decisión de recomendar la práctica de deportes de competición en estos casos, debe tomarse de forma individualizada y en ella ha de intervenir el deportista y el equipo de Medicina del Deporte. Las variables que hay que tener en cuenta al respecto son las siguientes:
n Estado de salud del deportista y situación de la infección por VIH.
n Naturaleza e intensidad del entrenamiento.
n Riesgo potencial de transmisión de Sida.
Magic Johnson
En Estados Unidos tuvo que salir a la palestra un deportista como Magic Johnson admitiendo que portaba el VIH, para que los norteamericanos despertaran a la realidad; se dieran cuenta que cualquiera es susceptible de contagio. Hasta entonces muchos creían que sólo los homosexuales y los drogadictos eran portadores del virus, Johnson rompió con el ciclo del silencio.
Pero ahí no acaba el problema. Aunque muchos descubran que tienen el virus VIH, a veces no tienen los recursos económicos de Johnson o un seguro de salud que cubra los costosos tratamientos. Otro gran obstáculo es la forma como se estigmatiza al enfermo y la exclusión social de la que es objeto.
Según la Organización Mundial de la Salud, muchas veces el miedo a la discriminación impide que personas soliciten tratamiento para el VIH-Sida. El estigma de la enfermedad provoca vergüenza e inseguridad.
La contención psíquica y el apoyo afectivo de los familiares y amigos del enfermo actúan de manera importante en el resultado de los tratamientos. Del mismo modo, las condiciones socioeconómicas de los pacientes tienen fuerte incidencia en el desarrollo de la enfermedad. Hay algo que queda claro: los virus se refuerzan cuando hay miseria o angustia. Está demostrado que pacientes desafectivizados y discriminados muestran niveles bajos de linfocitos y de CD4, elementos utilizados para medir el nivel de las defensas del organismo.
regresa a la duela
Durante un lapso de dos semanas, a comienzos de 1996, el jugador profesional de basquetbol Magic Johnson volvió a jugar en Los Ángeles Lakers después de una ausencia de más de cuatro años, debido a una prueba positiva de VIH. Asimismo, el boxeador profesional Tommy Morrison fue diagnosticado VIH positivo antes de competir en una pelea programada en Las Vegas. Estos hechos ilustran dos aspectos contrastantes del impacto de la epidemia de VIH/SIDA en el mundo del deporte.
El regreso durante tres meses al circuito profesional de Johnson demostró que los individuos VIH positivos pueden tener vidas sanas y activas. Johnson enfatizó que su posterior retiro a mediados de mayo de 1996 no se relacionó con su salud, sino que quería tener la oportunidad en sus propios términos, algo que no pudo hacer en 1992.
En comparación, la prueba VIH positiva de Morrison reactivó los temores de que un individuo podía infectarse durante una competencia deportiva. Morrison anunció, en primer lugar, que no volvería a boxear, pero el 3 de noviembre de 1996, en Tokio, derrotó a Marcus Rhode en una pelea en la categoría de los pesados. Rhode aseguró, después de la pelea, que nunca había estado preocupado por contraer el VIH en el cuadrilátero.
Mientras estos hechos han llamado la atención acerca de la creciente necesidad de educar a atletas, tanto profesionales como amateurs, sobre los riesgos de transmisión del VIH, también aumentó el temor acerca de la transmisión en el campo de juego. Las posibilidades de contraer la infección por VIH en el campo de juego son remotas, salvo en el cuadrilátero de boxeo, donde los pugilistas suelen tener heridas cortantes y hemorragias en forma conjunta.
En un estudio publicado en 1995, investigadores de los Centros de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos afirmaron que las posibilidades de contraer el VIH durante una competencia deportiva - salvo el box - superan una en un millón.
No hay evidencias de que exista el riesgo de transmisión del VIH cuando personas infectadas que practican una disciplina no muestran heridas sangrantes u otras lesiones de la piel. No existen casos documentados de infección por VIH adquirida a través de la participación en deportes.
Los individuos infectados por VIH pueden participar en determinada práctica. De hecho, el ejercicio suele ser recomendado. Cada caso de infección por VIH de un atleta debería ser juzgado individualmente, de acuerdo al estado físico y mental de cada deportista y a la naturaleza del deporte que él o ella practiquen.
Políticas adoptadas
Basándose en la evidencia de que el VIH no suele transmitirse durante las prácticas o competencias, los expertos coinciden en afirmar que los deportistas infectados por VIH no deberían ser rutinariamente excluidos. Las organizaciones deportivas, como otras que patrocinan programas deportivos, deberían desarrollar políticas para sus equipos, colegios u organizaciones.
La Asociación Nacional Colegial Atlética (NCAA, por sus siglas en inglés) y la Organización Mundial de la Salud han publicado trabajos científicos de peso con referencia a este tema. Establecer políticas con respecto al status del VIH, participación, pruebas y el manejo de la sangre permite tomar decisiones objetivas a quienes deben confrontarse con estos hechos. Todos los miembros de un equipo, como también sus entrenadores, deben estar informados acerca de las políticas a seguir, de tal manera que pueden conocer las normativas.
Este riesgo teórico de transmisión del VIH a través de la actividad deportiva debe ser tomado en cuenta. Cualquiera que entre en contacto con sangre a partir de una herida producida durante una competencia o actividad deportiva debe seguir lineamientos universales.
El tema de la prueba obligatoria del VIH para atletas ha desatado discusiones con respecto al deporte y al VIH. Varias asociaciones profesionales deportivas sugieren, pero no exigen, la prueba.
La excepción se da en el boxeo. Con anterioridad al anuncio de Morrison las pruebas de detección de VIH eran obligatorias para los boxeadores que competían en Nevada, Oregon, Washington y Arizona, y en Gran Bretaña. Como consecuencia directa del anuncio de Morrison, la Comisión de Boxeo de Nueva York anunció el 14 de febrero de 1996 que todos los boxeadores debían hacerse una prueba anual de anticuerpo del VIH antes de permitírseles competir en Nueva York.
El 7 de marzo del mismo año la oficina de control Atlético de Nueva Jersey impuso como obligatoria la prueba de detección del Sida para los boxeadores de ese estado.
El 30 de abril, el Parlamento de Pennsylvania aprobó una ley imponiendo la obligatoriedad de la prueba del VIH para cualquiera que compitiera en combates de box en ese estado.
Morrison evitó estos controles en Tokio al regresar al cuadrilátero, en una competencia aprobada por la Comisión Japonesa de Boxeo, que carece de reglas con respecto a los boxeadores VIH positivos. Sin embargo, la Federación de Box votó en 1993 una norma para que los boxeadores presenten evidencias de que no están infectados por VIH antes de competir por el título.
A partir de la revelación del campeón olímpico de clavados Greg Louganis de que era VIH positivo, mientras competía en las Olimpiadas de 1988, directivos olímpicos internacionales manifestaron que no pensaban cambiar las normativas existentes. Si bien han adoptado lineamientos estrictos en materia de heridas sangrantes, no exigen la prueba del VIH para los atletas.
Para la Organización Mundial de la Salud, una prueba de rutina para todos los atletas es innecesaria, poco práctica e inmanejable, como también costosa. Pero casi dos tercios de los atletas universitarios que participan en deportes que implican entrar en contacto apoyarían una reglamentación que restringiera intervenir en competencias a deportistas infectos por VIH.
Las actitudes discriminatorias surgieron en la NBA en 1992, cuando Magic Johnson intentó por primera vez regresar al circuito profesional con los Lakers. A pesar de su buena salud, decidió retirarse antes que enfrentar la discriminación. Sin embargo, la NBA llevó a cabo en los años venideros un exhaustivo programa de educación y fueron pocos los jugadores que pusieron objeciones cuando Johnson regresó a la actividad deportiva el 30 de enero de 1996.
El riesgo primario para los atletas de contraer la infección por VIH son los mismos que enfrentan aquellos que no son atletas, es decir, tener sexo sin protección y compartir agujas.
Algunos estudios han demostrado que los atletas son más proclives a un estilo de vida con conductas más riesgosas que los no atletas. Las hazañas físicas de numerosos atletas los llevan a creer que son invencibles y, por lo tanto, no toman las precauciones necesarias para minimizar los riesgos.