ELLA, POR ELLA MISMA
Frida Kahlo, mujer rota, supo no sólo del dolor que la acompañaría toda la vida sino de alegría.
Escribió, y en sus escritos hay sentido del humor, irreverencia e ironía; un lenguaje mexicano. Frida es mexicana “de hueso colorado”, vestida con su traje de tehuana “del año del caldo”. Deja que fluya su cariño por “éste nunca bien ponderado Mexicalpán de las tunas”.
Sus cartas están llenas de “pintoresquismos”: pelar gallo, estar de la trompada, no haber de piña, hacerse bolas, armar chismarajos, hacer pend..., mia... fuera de la bacinica, echarse unas copiosas, hacerse la que la Virgen le habla, saber la calidad de la melcocha, poner a alguien barrido y regado, o dejarlo como chinche soplada. Hablaba en diminutivos: chulito, lindo, chaparrita, doctorcito. Cantaba “La Malagueña” con un perfecto falsete. Quería a sus amigos, sus cuates, sus cuatachos.
“Cuando Frida se vio –dice Carlos Fuentes–, se pintó; y se pintó porque se sentía sola y porque era el sujeto que mejor conocía. Pero cuando Frida vio el mundo, escribió, paradójicamente, un Diario pintado gracias al cual nos enteramos de que, a pesar de la interioridad de su arte, éste siempre fue un arte maravillosamente cercano al mundo material de animales, frutas, plantas, tierras, cielos... La resistencia, la creatividad, los chistes (...) iluminan la capacidad de supervivencia que distingue a las pinturas”.
La tristeza se retrata “en todita mi pintura, pero así es mi condición, yo no tengo compostura”.
“... Realmente no sé si mis pinturas son o no surrealistas, pero sí sé que son la más franca expresión de mí misma, sin tomar jamás en consideración ni juicios ni prejuicios de nadie”, dice Frida.
“A veces me pregunto si mi pintura no ha sido, tal como la he realizado, más parecida a la obra de un escritor que a la de un pintor...”