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Nadie como Nadia

MÉXICO, DF (UNIVERSAL).- En los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 una pequeña de 14 años de edad captó la atención del público y de la gimnasia artística. Enamoró. Desde ese momento su nombre se oiría en todo el mundo y miles de niñas habrían ganado su admiración. Nadia Elena Comaneci: un amor de 10.

En su natal Onesti comenzó a practicar gimnasia bajo la supervisión de Valeriu Munteanu y Marta Karolyi.

Bela, esposo de Marta, incluyó a la niña en su equipo y con él comenzó a ganar algunas competencias en Rumania. Al deporte internacional ingresó en 1971.

Después de ganar los títulos all around en varios torneos, entre ellos el Campeonato Europeo de 1975, Nadia estaba lista para los Juegos Olímpicos.

El primer día de competencias en Montreal, los ejercicios obligatorios por equipo, fue el domingo 18 de julio. Comaneci sintió una buena actuación al salir de las barras asimétricas y escuchó un alarido de la multitud; al voltear miró el tablero de puntuaciones.

Éste mostraba “1.0”, la única manera de mostrar una puntuación perfecta, la primera que los Juegos Olímpicos jamás habían visto y la primera de siete puntuaciones perfectas que tendría Comaneci durante estos Juegos.

Fascinante. En total, Comaneci ganó cinco medallas en los Juegos Olímpicos de Montreal, tres de oro, una de plata y una de bronce.

En 1977 vino a México. A pesar de su llegada, de la madrugada del 10 de septiembre, la multitud abarrota uno de los salones del aeropuerto capitalino. El calor es insoportable. Es fácil reconocer la carita redonda y el fleco de quien, hace apenas un año, se convirtió en la sensación de la gimnasia mundial.

Acompaña a Nadia el equipo olímpico de gimnasia de su país y sus entrenadores: Bela Karoly y Marta, su esposa. Visitan México por el convenio deportivo entre el INDE (Instituto del deporte en Baja California) y el Consejo Nacional de Educación Física y Deportes, para brindar una serie de exhibiciones en el Palacio de los Deportes, en el Auditorio

Municipal de Tijuana, en el Auditorio “Benito Juárez” de Guadalajara, en el Auditorio del Tecnológico de Monterrey, y en el Auditorio Nacional.

Por los pasillos del aeropuerto el gentío rompe las vallas, pues desea saludar a la campeona olímpica, entregarle un regalo o, simplemente, estar cerca de ella. A las afueras de la base aérea, un grupo de niños rodea al autobús que las conducirá a su hotel.

Son 11 días los que permanecen las visitantes en México. Y la admiración no decrece ni un instante. El 21 de septiembre se despiden las gimnastas.

Tras su última actuación, en el Auditorio Nacional, un grupo de mariachis y el Coro de la Ciudad de México entonan Las Golondrinas, con un acompañamiento de diez mil personas. Asombrosa, impecable esta Nadia de milagrería.

Cambiaríamos su perfección por una alegre sonrisa y una dulce mirada infantil de niña traviesa. Se retiró en 1984, semanas antes de los Juegos de Los Ángeles.

El Gobierno rumano, encabezado por Nicolas Ceausescu, temía su deserción, así que confiscó su correspondencia, intervino sus teléfonos y restringió sus viajes. En noviembre de 1989 decidió huir de Rumania, a la medianoche y a través de un agujero en la cerca de alambre, salió del país sin ninguna pertenencia.

Se dirigió a Austria, donde pidió asilo a la Embajada de Estados Unidos. El sueño Americano no se inició de inmediato, pues Constantin Panait, el rumano que le ayudó a escapar a cambio de cinco mil dólares, aprovechó que no hablaba inglés para ganar dinero a costa de ella. Vendió entrevistas a la prensa, diciéndole a Nadia lo que debía contestar, y la mantuvo durante tres meses viajando por Estados Unidos y encerrada en su habitación, amenazándola con enviarla de regreso a Rumania. No lo hizo y ahora ella vive feliz en Estados Unidos, donde portó la antorcha olímpica.

Escrito en: Nadia, Juegos, Auditorio, gimnasia

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