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Editoriales

Semblanza de un obispo

por El Sr. Cardenal Norberto Rivera Carrera

por El Sr. Cardenal Norberto

Rivera Carrera

El día de ayer, 25 de febrero de 2004, Miércoles de Ceniza, en el que la Iglesia inicia la Cuaresma, preparación para vivir el Misterio Pascual de la muerte y resurrección de nuestro único Salvador, Jesucristo, el Padre Celestial ha llamado a su presencia a uno de sus hijos que tanto bien hicieron a nuestro México y a quien quiso la Providencia Divina unir mi vocación y misión en la Iglesia. Hoy ha llegado al Reino Eterno nuestro querido padre y pastor Mons. Antonio López Aviña. Es un acto de justicia y de amor el recordar algunos rasgos de este gran pastor de nuestro pueblo.

Lleno de alegría y de filial agradecimiento, quiero compartir con quienes lean estas páginas -escritas con el corazón en la mano- las Remembranzas de un Obispo.

Quiso Dios que los años del llamado “Movimiento Cristero” marcaran “carácter” en su vida. El testimonio de su cura párroco, el santo mártir don Luis Bátiz, de quien fuera su acólito, y de sus compañeros mártires, “fortaleció la semilla que el Sembrador por excelencia amorosamente sembró en mi corazón, llamándome a participar de su único y eterno sacerdocio, la hizo germinar y fue madurando poco a poco, a través de los años, hasta hacerla dar frutos, no obstante las punzantes espinas y dificultades con que el Señor quiso probarla y purificarla”.

En la etapa de formación sacerdotal, don Antonio tuvo como director espiritual al P. José Guenechea, S.J., un hombre verdaderamente santo, comprensivo, humano y que sabía “conducir” a los jóvenes por el camino de la verdad y la virtud. Cuenta don Antonio que, siendo ya obispo de Zacatecas, volvió a verlo años después en España, y le pregunto: “Hijuelo, ¿cuántos son obispos?”. Le respondió que “entre los compañeros del colegio y contemporáneos que lo tenían como padre espiritual, eran treinta y cinco”, dándole así una inmensa alegría. Concebir la vida como un servicio amoroso a los hermanos aleja del alma sacerdotal las dañinas ambiciones del poder. A esas almas complace a Dios llamar a las más grandes responsabilidades, en las que finalmente debe estar el corazón dispuesto a amar sin medida y en las que se hace vida la expresión paulina de “la Caridad de Cristo a todos nos urge”.

Así comprendemos el amor de predilección con que Jesucristo eligió como Sumo Sacerdote a don Antonio. Así nos lo refiere él mismo: “Se me ofreció un viaje a la Ciudad de México para entrevistarme con el delegado apostólico Monseñor Guillermo Piani, pues yo quería misioneras religiosas para mi parroquia; mi prelado me había conseguido esta entrevista... El Delegado Apostólico, después de escucharme, me dijo: Pero yo tengo otro asunto pendiente con usted. ¿Qué será? Me quedé mudo, como en suspenso, y entonces me dijo: Yo le comunico que el Santo Padre Pio XII lo ha designado obispo de “ Zacatecas”.. Yo, Excelencia -replique-, no puedo..., no soy digno. Me respondió: Sólo le recuerdo lo siguiente: cuando Dios llama a una persona a desempeñar un cargo, le da todas las gracias que necesita.

Años después, en 1962, el entonces delegado apostólico Monseñor Luigi Raimondi le comunicaba por escrito que el papa Juan XXIII le había designado arzobispo de Durango.

Don Antonio llevó siempre bien grabada en su mente y en su corazón la preocupación por el seminario y los sacerdotes. Los consideraba como “la pupila de sus ojos”, que se debe cuidar para que no se empañe ni se apague. Decía que “la familia diocesana debe orar, trabajar, sacrificarse, pero, ante todo, amarla; logrando que obispo, superiores, sacerdotes y seminaristas integráramos una bella familia unida por el mismo ideal: servir a la Iglesia sirviendo a todos”. Creo que tanto el Seminario de Zacatecas como el de Durango son una prueba de que los ha amado mucho, y aunque ya han pasado muchos años, los sigue recordando en la Eucaristía y ante la Virgen María.

Los abundantes frutos sacerdotales, como fiel Pastor, se vieron sensiblemente bendecidos. El día de sus Bodas de Oro Sacerdotales la Conferencia Episcopal celebró en la ciudad de Durango su Asamblea, teniendo así el honor y la gracia de que estuvieran la totalidad de los pastores de la Iglesia de Dios en México. En las Bodas de Plata Episcopales, en cambio, el cielo se abrió en una verdadera catarata y los negros nubarrones hicieron caer un torrente de lluvia sobre todos los asistentes en la plaza de toros durante la misa, cuyo homilía estuvo a cargo de mi ilustre predecesor, el eminentísimo Sr. Cardenal don Ernesto Corripio.

La Providencia de Dios quiso, por medio de don Antonio, enviarme a continuar mis estudios eclesiásticos a Roma, al inolvidable Colegio Pio Latinoamericano. Así, mi vida sacerdotal está entrelazada con la fidelidad de don Antonio. Estos recuerdos, grabados para siempre en su noble alma, los refiere así: “Tuve la santa alegría de conferir la plenitud del sacerdocio al actual arzobispo primado de México, Monseñor Norberto Rivera Carrera, a quien conocí de niño-adolescente en el Seminario, lo envié a estudiar a Roma y que fue ordenado sacerdote por el papa Paulo VI, y al que años mas tarde preconicé obispo de la Diócesis de Tehuacán, teniendo yo la gracia de conferirle la plenitud del sacerdocio, después de haber sido uno de mis leales colaboradores y eficaces partícipes en mis tareas pastorales, dentro de los variados campos de apostolado que estuvieron bajo mi responsabilidad... En el mes de febrero del año del Señor 1998, tuve la gran alegría de que el Santo Padre Juan Pablo II lo nombrara cardenal de la Santa Iglesia Romana, siendo ya arzobispo primado de México. Asistí a ese acto histórico... De esa manera la Diócesis de Durango fue honrada y distinguida al ser elegido uno de sus hijos, por el Vicario de Cristo, para formar parte del Sagrado Colegio Cardenalicio”.

No quiero dejar de mencionar el amor y la deferencia que don Antonio siempre ha testimoniado a la persona del Vicario de Cristo, y que ha sido correspondida por los Sumos Pontífices durante su episcopado y coronada, cuando era ya arzobispo metropolitano, por Su Santidad Juan Pablo II en su visita a Durango en 1990. Los gestos de cariño del Santo Padre hacia este hijo fiel fueron evidentes, siendo muy significativo el que, recientemente, Su Santidad estampara en la frente de don Antonio el beso de un padre que ama y bendice a su hijo desgastado por el trabajo pastoral.

El obispo siente la paternidad que el Espíritu Santo le ha dado y de la cual nada ni nadie podrá despojarlo. Y así como un padre sufre cuando el hijo se aleja de la casa paterna, el obispo, padre y pastor, anhela el regreso del hijo que se ha ido. Estos sentimientos y dolores son parte de la corona con la que el Señor le configuró y acrisoló el corazón sacerdotal de don Antonio.

Encomiendo a nuestra Madre Santísima de Guadalupe, a San Juan Diego, a los Santos Mártires de Cristo Rey la preciosa y sacerdotal alma de nuestro querido padre, maestro y pastor don Antonio, que ofrendó y consumó su vida en suave holocausto de amor.

+ Card. Norberto

Rivera Carrera

Arzobispo Primado de México.

Escrito en: Antonio, Dios, obispo, padre

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