Para Mayela del Carmen
Tal parece que los orígenes de esta hacienda se remontan a los últimos años del siglo XVII, cuando Francisco de Inunígarro vendió la Hacienda de La Sauceda, segregándola del resto de las tierras de su pertenencia.
La primer mención concreta a la posesión, con el nombre ya de Hacienda de Labor de Guadalupe, se remonta a un asunto judicial iniciado en 1715 y concluido en 1719, en el que se señala que la propiedad es del general Luis Ruiz de Guadiana.
Después parece ser que su dueño fue Juan Antonio de Clavería, quien la vendió en 1743 al gobernador de la provincia, el marqués de Torre Campo José Manuel de Cossío y Campa.
MANSIÓN PARA UN MARQUÉS
El Marqués de Torre Campo fue designado Gobernador y Capitán General de la Nueva Vizcaya por Real Cédula del 18 de septiembre de 1735, sin embargo, en lo que preparó su viaje para trasladarse a Nueva Vizcaya, tomó posesión de su encargo el 1 de junio de 1743.
Una de las primeras acciones que realizó fue adquirir un predio digno de su rango y nobleza, por lo que compró a Juan Antonio Clavería los terrenos de la Hacienda de la Labor de Guadalupe y de la estancia de San Salvador del Chorro que era contigua.
El Gobernador y Capitán General se estableció, en un principio, en la misma ciudad de Durango, posiblemente en la casa destinada a los gobernadores, pero pronto cambió su residencia a la Hacienda de la Labor de Guadalupe. Las ruinas que se conservan de la Casa Grande, de un barroco sobrio, pesado pero grandioso, es posible que correspondan a las obras que realizara el Marqués de Torre Campo para establecer su vivienda. En esta casa vivió con su esposa María Robledo y sus hijos.
UN ASUNTO ESPINOSO
El gobierno del Marqués de Torre Campo concluyó el 8 de octubre de 1748, sin embargo la designación de quien lo sustituiría se retrasó hasta junio de 1750, por lo que es muy posible que él permaneciera ese tiempo en el cargo, hasta hacer entrega a su sucesor.
Justo en este periodo, como hecho de mala fortuna, se resolvió un antiguo litigio entre los obispados de Valladolid, Guadalajara y Durango, conocido como “El Pleito del Vento o de las Lanas”, que involucraría inevitablemente al Marques de Torre Campo.
El litigio era por el desacuerdo en los porcentajes del pago del diezmo de trasquila, que se pagaban prorrateados con los obispados de Valladolid y Guadalajara, pues allí se esquilaban las ovejas, cuando habían estado diez u once meses pastando en terrenos de Durango. Por lo que se aseguraba que el Obispado de Durango debería recibir un porcentaje mayor, por el tiempo que pasaban los animales en sus pastizales. El juicio se inició en 1729, fallando unos años después la Audiencia de México a favor de los reclamos del Obispo de Durango.
El Obispado de Valladolid se inconformó con la sentencia por lo que se turnó su resolución al Consejo de Indias en Sevilla, resolviendo a favor de los michoacanos en abril de 1751, por lo que se condenó al Obispado de Durango restituir los pagos que se habían recibido durante esos años, por lo que había que pagar 35,939 pesos cuatro reales.
Ante la falta de liquidez del Cabildo Eclesiástico, se garantizó el pago de la deuda con las libranzas que el Marqués de Torre Campo había expedido, para obtener los recursos necesarios para las mejoras de sus propiedades, por lo que justamente, en 1753, la Iglesia ofreció a la Hacienda de la Labor de Guadalupe como garantía para solventar el adeudo. Finalmente en 1760 fueron embargadas las propiedades, quedando bajo la administración del canónigo Francisco Ignacio Roldán y Maldonado, comisario del Santo Oficio.
UN NOMBRE CURIOSO
Se desconoce con precisión cuándo fue vendida la propiedad, pero en el padrón que realizara José Vicente Velasco y Restan en 1778, aparece ésta junto con setenta sitios de ganado mayor y menor, como propiedad de José Rudecindo Jiménez Caro, quien habitaba en el mismo lugar.
En el Padrón se le denomina como Hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe de Papudos. Por el nombre, suponemos que para el trabajo en las labores de las minas, se llevaron a residir en el lugar a indígenas papudos, traídos de las quebradas de Otáez.
La descripción de la propiedad, aunque somera, señala que tiene una presa de cal y canto sobre el río de La Sauceda, que tiene una casa principal de adobe, con trojes, galeras y oficinas, una huerta con árboles frutales y parras además de una capilla de adobe “decente, bien adornada, con todos sus ornamentos y paramentos correspondientes”.
PALACIO DE SEÑORES Y ARISTÓCRATAS
A fines del siglo XVIII aparece como propietario de esta mansión Juan José Yandiola, caballero de la Orden de Santiago, prominente comerciante de la ciudad y esposo de una de las hijas del Primer Conde del Valle de Súchil.
Tras un accidente mortal en agosto de 1796, en las minas de Avino, realizó una carta testamentaria en la que designa como única heredera a su hija única, la menor Guadalupe Yandiola y del Campo. En abril de 1827, a través de su albacea, vende la Hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe de Papudos y San Salvador El Verde a su primo hermano Esteban del Campo y Bravo, hijo de José Maria del Campo y Erauzo, segundo conde de Súchil. Dos años antes, en 1825, el Conde había muerto trágicamente, por lo que su primogénito Esteban del Campo, gozaría del titulo de tercer Conde.
De esta forma la Hacienda de la Labor de Guadalupe se había convertido en la mansión de los nobles de estas tierras, seguramente por lo lujoso de su construcción, que servía de marco digno para la alcurnia de la incipiente nobleza y linaje de Durango.
En 1839, Esteban del Campo estableció una sociedad con los comerciantes Benito Arritola y Nicolás Fernández para la explotación y beneficio de la Hacienda de la Labor de Guadalupe, los mercaderes aportarían una cantidad de 24,516 pesos, que servirían para sanar las deudas de la propiedad y reactivar sus trabajos. En esta sociedad que se fundó para operar durante cinco años, se establecía que la Hacienda seguiría siendo administrada por Esteban del Campo, quien además continuaría viviendo en la propiedad.
UNA FAMILIA DE ALCURNIA
Se desconoce cuándo se liquidó la sociedad que formaron Del Campo, Arritola y Fernández, pero en enero de 1841 Esteban del Campo llegó a un acuerdo con el licenciado Rafael Bracho Sáenz de Ontiveros, para la compra, por este último, de las Haciendas de Guadalupe y San Salvador El Verde.
El licenciado Bracho compró la propiedad en un precio total de 171,450 pesos siete reales, en el que se incluían 48,875 pesos de seis gravámenes más 2,899 pesos dos reales de réditos vencidos, por lo que solamente entregaría a Esteban del Campo la cantidad de 119,679 pesos y cinco reales resultantes, una vez descontadas las obligaciones que el lic. Bracho absorbería.
A la muerte del Rafael Bracho Sáenz de Ontiveros la propiedad fue heredada a su hijo Rafael Bracho de la Bárcena, quien se hizo cargo de la inmensa propiedad que a la sazón alcanzaba 57,320 hectáreas.
La hacienda se convirtió bajo la administración de Rafael Bracho en una de las fincas ganaderas más importantes de Durango, aun cuando sus tierras eran susceptibles de cultivos agrícolas, por su cercanía al río de La Sauceda y sus variados manantiales. En 1892 se construyeron estaciones de ferrocarril en dos puntos de la propiedad, que se llamaron El Chorro y Labor de Guadalupe, que facilitaron los embarques de reses en pie, incluso, esto favoreció la crianza de ganado de lidia de alto registro.
En 1910 Rafael Bracho contrajo un crédito con los bancos de Durango; de Londres y México, y Nacional de México por casi dos millones de pesos para mejorar las instalaciones de la Hacienda, mismo que se garantizaría con la propia hacienda y otras propiedades urbanas.
FIN DE UN LEGADO
A pesar de tener el importante crédito obtenido, ese año de 1910 fue fatídico para los Bracho, pues murió el propietario Rafael Bracho de la Bárcena y unos meses después su hijo mayor Enrique Bracho y Gómez, a lo que habría que sumar a fines del mismo año el estallido de la Revolución, lo cual desestabilizó por completo la empresa ganadera de los Bracho.
Las diversas propiedades quedaron bajo el cuidado de Antonio Bracho y Gómez, quien se convirtió en el albacea de su madre Refugio y de sus hermanos Rafael, Emilio, Luis y Guadalupe.
Al año siguiente al agudizarse el conflicto armado revolucionario en el norte del país, Rafael salió con destino a Europa; dos años más tarde otro de los hermanos, Emilio, es muerto durante la toma de la ciudad de Durango por las fuerzas arrietistas.
Dos años después, Francisco Villa, en su retirada tras la derrota de Celaya, toma presos a varios hacendados de Durango para exigir un rescate, entre ellos se encontraba el propio Antonio Bracho, quien fue fusilado en el Panteón de Chihuahua y sus restos traídos a la capilla familiar de Durango.
EL REPARTO AGRARIO
La propiedad, con sus ganados diezmados, no pudo recuperar y saldar sus empréstitos con los bancos, quienes le requirieron el pago de los adeudos, mientras que por otra parte el naciente reparto agrario empezó a afectar las amplias extensiones de tierras, de hecho el primer ejido del municipio de Durango, Abraham González, dotado con 1,516 hectáreas se formó en 1930 con tierras de la propiedad de los Bracho.
En 1931, para evitar se continuara perdiendo el terreno, los bancos acreedores se adjudicaron 55,804 hectáreas correspondientes a La Labor de Guadalupe y El Chorro.
Una vez adjudicadas las fincas, los bancos fraccionaron 19,687 hectáreas de los predios en pequeñas propiedades, naciendo así la Colonia Hidalgo y numerosos ranchos. El reparto agrario continuó ese mismo año de 1931 y en los siguientes, formándose a partir de la propiedad de La Labor de Guadalupe y El Chorro, un total de siete ejidos que en sus sucesivas dotaciones alcanzaron las 37,633 hectáreas.
En 1936, con la primer dotación ejidal a la colonia Labor de Guadalupe, con 3,817 hectáreas, se incluyó la Casa Grande, la capilla, las trojes y las huertas que tenían una extensión 2,564 hectáreas, quedando desde entonces en ruina la propiedad.
DETALLES
QUÉ VER
Al visitar este lugar no puede perder ningún detalle.
Aunque la Hacienda se encuentra en ruinas, aún es posible apreciar la magnificencia de este lugar. La fachada de la iglesia, neoclásica, posiblemente realizada a mediados del siglo XIX, muestra la grandeza y fastuosidad de la construcción.
En la capilla, destechada y con algunos muros desplomados, podrá encontrar aún el retablo principal en cantera, formado por un bello ciprés de fines del siglo XIX. Atrás de él, puede tener acceso al camarín de la virgen, por una puerta de estilo barroco del siglo XVIII.
El ciprés rodeado por cuatro bellísimos altares de cantera, con su respectivo sagrario, recuerda la tradición de oficiar la misa de frente al santísimo, de espaldas al pueblo.
En el interior del templo aún se conserva la fachada del Baptisterio, construido bajo el lugar donde estuvo la torre del templo y de un bien logrado y sobrio estilo neoclásico.
De la casa grande solamente se conserva la fachada, de un barroco muy sobrio y la primera crujía de la construcción, la cual permite imaginar la grandiosidad de este espacio por los arranques de sus arcadas.
VISÍTELA
CÓMO LLEGAR
Desde la ciudad de Durango se puede trasladar por carro o en autobús suburbano a las ruinas de la Hacienda que se encuentra a unos pocos kilómetros de la ciudad de Durango.
Para ir en automóvil. Salga por la carretera libre a Torreón aproximadamente en el kilómetro 17 llegará a la colonia Hidalgo, aquí doble a la izquierda, junto a la estación de servicio 7187 de Pemex, siguiendo la señalización de la ruta corta a Parral. Siga por esa carretera poco menos de dos kilómetros para llegar a La Labor de Guadalupe, en la primera calle del poblado, localizada justo en una curva de la carretera, dé vuelta a su derecha, para cruzar un pequeño puente sobre una acequia. Siga por esta calle unos trescientos metros para llegar a las ruinas de la antigua Hacienda.
En autobús. Tome un camión Naranja de la ruta Colonia Hidalgo-Labor de Guadalupe. Una parada céntrica se encuentra en la calle Victoria, casi esquina con 5 de Febrero, a una cuadra de la Plaza de Armas. El final de la ruta es en la primera calle del poblado Labor de Guadalupe. Baje en este lugar y camine unos trescientos metros por la calle para llegar a las ruinas de la ex Hacienda.
¿SABÍAS QUE...?
... Aunque Esteban del Campo ostentaba el título de Tercer Conde de Súchil, éste nunca fue reconocido por la Corona Española, por que no pagó los refrendos exigidos.