Instantáneas durangueñas
n “Los Halcones”. En los años finales de la década de los 50 y hasta mediados de los 60, rifó en el basquetbol juarista el equipo de “Los Halcones”, de Fidel Pacheco.
Ellos eran: delanteros: José Luis Martínez “Clavillazo”, Javier García “La Gallina”, Jesús Herrera Padrón “Chuy”, Jesús Herrera Flores “El Forro”, Guillermo García Orrante “El Jasso” y Adán García “El Negro”; defensas: Arturo Hernández “El Gordo”, Héctor Sotelo “El Viejo”, Rodrigo Coronado “El Yoyo” y Eduardo Gamero “El Gamerón”; centro: Héctor Esquivel “El Borrao”.
Su uniforme era blanco con vivos rojos. En 1964, formando la base de la Selección Estatal del Servicio Militar Nacional, alcanzaron el campeonato nacional.
n El primer lingote de fierro. Mark Ison, ingeniero metalúrgico nacido en Inglaterra el año de 1813 y fallecido en esta ciudad en 1896, siendo Gerente de la Ferrería de Flores, hizo salir el primer lingote de fierro vaciado, proveniente del hierro del Cerro del Mercado el 6 de enero de 1858.
Sin exageración puede decirse que ese lingote fue el primer ladrillo de nuestra industrialización, que por cierto necesita de más ladrillos.
n El circo. Es un lugar común afirmar que el circo es el mismo de siempre, es decir que no cambia.
Esto es erróneo, el circo cambia como todo en la vida, y lo acabo de comprobar en estos días de finales del mes de agosto de 2005, al llevarme mi nieto Humberto Sebastián de dos años de edad al Circo Atayde, en el que vimos tigres, cebras, camellos dromedarios, jirafas, caballos árabes, jaguares, payasos, alambristas, trapecistas, ninjas y malabarista que no son los de mi infancia, con suertes y números que tampoco son los de mi infancia. Estamos.
n Xavier Gómez y Bojedades. Pocos durangueños sabrán que el célebre autor de Bojedades, Xavier Gómez, publicó en el mes de septiembre de 1957, en su imprenta de la Ciudad de México, instalada en Sonora 201, bajo el mismo título, un libro con fotograbados de sus pinturas, cuyo tiraje fue de 200 ejemplares.
De que era ingenioso y de buen humor, ni duda cabe, pues en la introducción que llama advertencia, expresa: “Los colores gritan, gorgojean y cantan.
Son sombras y luces que arrullan y adormecen; son calma y violencia; plegarias de claustro y rugidos atómicos; oxígeno y asfixia; armonías cromáticas y gamas sin color; figuras sin dibujo y dibujos sin figuras”.
n Enrique Torres Cabral y los Récords Guinness. Como todos sabemos, el libro Guinness año con año recoge los hechos más sobresalientes ocurridos a nivel mundial, registrando los récords, previa revisión y análisis de ellos, para darlos a conocer al público lector.
Es así como existen récords mundiales de todo, hasta de las cosas más increíbles, como récord de supervivencia en una balsa, récord de permanencia en un pozo minero, récord de equilibrio sobre un pie, etcétera, etcétera.
Pues bien, Enrique Torres Cabral es un hombre récord, que si bien no ha pasado al libro Guinness es porque nadie se ha ocupado de documentar sus proezas.
Así por ejemplo, en sus mejores tiempos Enrique Torres Cabral era capaz de aguantar sin respirar por largos minutos, correr el maratón sin previo entrenamiento, ponerse en huelga de hambre por varios días, pintar cientos de retratos de amigos y conocidos, devorar un coctel gigante de camarones y enseguida un enorme trozo de carne.
Pero tal vez su mayor récord haya sido cuando en los ya lejanos tiempos estudiantiles nos reuníamos una docena de amigos a estudiar y pasar la noche en la casa de mi madre, y una noche esperando que rindiéramos la jornada todos, dio cuenta enseguida de toda la despensa de mi madre, compuesta entre otras cosas de 20 huevos, 40 tornachiles, un paquete de pan Bimbo, dos sartenes de frijoles, media barra de queso, dos litros de leche, medio kilo de carne y como postre dos latas de leche Nestlé.
Mi madre, por supuesto nunca lo creyó, y hasta el final de sus días siguió pensando que todos habíamos acabado con su despensa y que no eran más que chismes que le achacábamos al pobrecito de Torres Cabral, quien esa noche y otras más se las ingenió para ocultar su panza brillosa y lucir su cara inocente, mientras que nosotros cargábamos con su culpa.